Túnez acaba de celebrar unas elecciones legislativas históricas. Mientras proliferan las imágenes violentas y las malas noticias que provienen del mundo árabe, la República Tunecina sigue avanzando de forma decidida -y a pesar de las dificultades- en su transición democrática. Como en ese país no hay un conflicto armado ni criminales decapitando a inocentes uniformados de naranja, la mayoría aplastante de los occidentales no se enterará de que también hay buenas noticias en los países del “despertar árabe”. Pero la realidad es que sí las hay.
La sociedad tunecina fue la primera en derribar un régimen autoritario árabe por la vía pacífica en enero de 2011. Ese mismo año también fue el primer país árabe en elegir de forma democrática una Asamblea Constituyente donde estaban representadas las diversas fuerzas políticas y que, en enero de 2014, dio como resultado la primera Constitución democrática surgida del consenso en esa región. El pasado 26 de octubre, la población tunecina dio un paso más en la consolidación de su naciente democracia votando en las primeras elecciones legislativas de la era democrática.
Nadie dijo que las transiciones políticas tras largos periodos de autoritarismo fueran fáciles, y en el caso tunecino resulta evidente que no lo es. Sin embargo, Túnez es a día de hoy la excepción y la esperanza de que puede haber una transición democrática en el mundo árabe que, a la vez, sea pacífica y consensuada. A diferencia de otros países de la región como Egipto, Libia y Siria donde se intenta imponer -con distintos niveles de violencia y brutalidad- la lógica del “juego de suma cero”, en Túnez el ganador no se lo lleva todo.
Algunas claves explican el éxito de la transición tunecina hasta el momento. Por un lado, ningún actor ha podido imponerse a los demás por la vía que sea. Ni el antiguo régimen de Ben Ali, ni los islamistas de Ennahda, ni las Fuerzas Armadas han contado con los medios, el apoyo o la percepción de que podían marginar a las demás fuerzas políticas y sociales y alzarse en solitario con el poder. Por otro lado, la sociedad civil tunecina ha estado pendiente y movilizada para evitar que se repitieran errores cometidos en países vecinos. También reaccionó de forma rápida cuando el asesinato de dos líderes opositores en 2013 trató de descarrilar la transición.
Los dirigentes de Túnez se enfrentan a varios retos que no serán fáciles de abordar. De su éxito dependerá la consolidación de un sistema democrático y legítimo en el país o, por el contrario, el avance de la frustración social y la inestabilidad política. En primer lugar, la situación económica de la mayoría de los tunecinos no ha mejorado desde la caída de Ben Ali hace casi cuatro años. La creación de riqueza y un reparto justo de la misma es crucial para que la transición democrática sea vista con buenos ojos por parte de la población, sobre todo por los sectores más jóvenes entre los que aumenta la desafección.
Por otra parte, las condiciones de seguridad son otro de los retos a los que se enfrenta Túnez y su proceso de cambio político. A pesar de la percepción que suele prevalecer tras la caída de un “Estado policial” como era el de Ben Ali, Túnez no se ha enfrentado a un contexto de inseguridad extendida ni violencia a gran escala. Más bien, está siendo una transición pacífica en términos comparativos, tanto a nivel regional como mundial. Sin embargo, la presencia de un pequeño número de radicales violentos está creando problemas, sobre todo mediante ataques a las fuerzas de seguridad. La inestabilidad y la violencia en el vecino Libia es una causa añadida de inquietud antes las amenazas que pueden llegar de ese país.
La jornada electoral del 26 de octubre transcurrió en Túnez con bastante normalidad, participación cívica moderada (cerca del 60% de los votantes inscritos) y en ausencia de violencia y graves altercados. Las primeras informaciones auguran un triunfo relativo del partido laico centrista Nida Tunis frenta a su principal rival: el partido religioso conservador Ennahdha. Aun así, ninguno obtendrá la mayoría absoluta y se tendrán que crear coaliciones para poder gobernar. La forma de establecer esas alianzas será decisiva para la estabilidad y legitimidad de esta etapa crucial, así como pensando en las elecciones presidenciales que tendrán lugar en unas semanas.
Si los países occidentales son sinceros en su discurso de apoyo a la democracia en el mundo árabe, Túnez es la prueba definitiva de esa sinceridad. Se trata de un país vecino de la UE que está haciendo una transición con más aciertos que errores. Hoy se enfrenta a unas demandas sociales acuciantes y a un vecindario complicado. Los países democráticos, empezando por sus vecinos del norte, le pueden –y deben– ofrecer un apoyo incondicional y masivo no sólo a nivel económico, sino también político y en los términos de sus relaciones económicas y humanas. Si se deja fracasar la nueva democracia en Túnez, eso será el fracaso de las democracias en Europa y más allá.