Trump y su orden mundial

Imagen de espaldas de Donald Trump, con un traje azul marino, caminando hacia su asiento para la ceremonia de investidura en el Capitolio de Estados Unidos en Washington, el viernes 20 de enero de 2017. Orden mundial
Donald Trump caminando hacia su asiento para la ceremonia de investidura en el Capitolio de Estados Unidos en Washington, el viernes 20 de enero de 2017. Foto: Shealah Craighead / The White House (@whitehouse45).

Donald Trump ha ganado las elecciones en Estados Unidos (EEUU). Esta vez, la votación se produjo con pleno conocimiento de quién es Trump y de cómo se comporta en el cargo. La razón que se esgrimía en 2016 –que Trump fue un voto de protesta de los estadounidenses contra el establishment de ambos partidos– ya no es operativa.  

Su victoria es más dolorosa para quienes en EEUU llevan tiempo insistiendo en que Trump “no es lo que somos” y no representa los valores estadounidenses. Otros, sin embargo, verán a Trump menos amenazador de lo que se cree y se acomodarán a un segundo mandato del expresidente. 

En cualquier caso, su regreso a la Casa Blanca supone un impacto. Entre otras cosas, porque se prevé que la segunda Administración de Trump esté más unida, sea más uniforme y quizás más “trumpista” que cuando las élites republicanas intentaron supervisar y controlar al presidente electo para moderar su comportamiento instintivo.

Y para saber lo que podemos esperar, es necesario echar la vista hacia atrás y aprender de sus comportamientos pasados en política exterior.

Para Trump el punto cardinal es el interés nacional de cada país, con la convicción de que un orden mundial basado en la suma de los intereses individuales de los participantes es una base mucho más sólida que la efímera búsqueda de un interés común para todos.

Lo primero que demostró Donald Trump en 2016 fue que era posible llevar a cabo una campaña electoral y dirigir una administración sin hacer reverencias a los tradicionales consensos y tabúes de la política internacional estadounidense. La promoción de su política exterior America First se alejó de manera notable de la “gran estrategia“ de la posguerra Fría sobre la que se había apoyado el liderazgo global estadounidense durante las últimas tres décadas. Sacudió importantes pilares como el compromiso con los aliados europeos, la contención del expansionismo ruso y el abrazar los mercados abiertos. La hasta entonces élite de política exterior quedó marginada por Donald Trump, que decidió abandonar el clásico proceso de toma de decisiones, haciendo caso omiso de los informes de inteligencia, dando poco valor a la experiencia política y demonizando el orden liberal internacional. Trump rompía con el consenso bipartidista ante un mundo y unas amenazas cambiantes, pero también revelaba un síntoma interno que iba tomando velocidad de crucero, una amenaza a la posición de EEUU en el mundo que venía de dentro: la polarización partidista, que entorpecía la cooperación bipartidista tan característica de la política exterior estadounidense.

Sus críticos afirman que, durante su primer mandato, Trump no hizo que EEUU estuviera más seguro sino más débil; fracasó en su intento de equilibrar las relaciones con China y en llegar a un acuerdo con Corea del Norte; no pudo acabar con las guerras eternas en Oriente Medio y no amedrentó a Irán; no logró evitar que Europa siguiera siendo un free-rider y también fracasó en sus relaciones con Rusia. Y hay que añadir sus posiciones controvertidas respecto al cambio climático, el comercio y las armas nucleares.

Los que lo apoyan afirman que acabó con el legado de Obama; reforzó las líneas rojas de EEUU; puso a América first; le dio la vuelta a malos acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés); acorraló a los aliados para que pagaran más; lideró un cambio de actitud hacia China; y mantuvo a EEUU fuera de nuevas guerras. Y hay que añadir la normalización de las relaciones de Israel con los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos; y una línea de comunicación con Corea del Norte.

Dicho esto ¿qué puede esperar ahora nuestro entorno más inmediato? Ante todo, hay que dejar de hablar de la imprevisibilidad de Trump, porque hay un puñado de asuntos que para él son de gran interés y sobre los que no cambiará su manera de abordarlos, como el comercio, las alianzas y la defensa, mientras que otras cuestiones las dejará en distintas manos.

Es probable que el efecto más inmediato se produzca a través de los aranceles que ha prometido imponer, empezando por China y luego Europa. Se esperan, por tanto, unas guerras comerciales más radicales que las del primer mandato “trumpiano” y un curso de acción muy “transaccional” que distinga poco o nada entre aliados y adversarios, y que afecte a los propios socios europeos, empezando por Alemania. Es de suponer que Europa también se vea acorralada en el escenario ucraniano. Trump, y más aún su vicepresidente J.D. Vance, han dejado clara su intención de desentenderse del teatro ucraniano, poniendo fin a la masiva ayuda económica y militar enviada por Washington. Pero hay dudas de cómo cumplirá su promesa de acabar con el conflicto, de cómo negociará con Putin y de cómo convencerá a Ucrania para que deje de luchar.

Por otro lado, no habrá salida de EEUU de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), ya que no es factible por una ley aprobada en diciembre de 2023 que impone el mismo modelo de ratificación de los tratados, es decir, una mayoría cualificada de 2/3 de los senadores presentes en la cámara. Pero la Alianza Atlántica podría verse vaciada de significado político y de capacidad operativa por esta desvinculación de EEUU. Teóricamente, esto obligará a los aliados europeos a elevar su umbral de compromiso y cooperación en el ámbito de la seguridad, algo que convivirá con la persecución de algunos países de una relación bilateral especial con EEUU. Una dinámica bastante plausible por el posible efecto dominó que la victoria de Trump podría tener en el Viejo Continente, ofreciendo legitimidad y fuerza política a muchos escorados nacionalistas y eurófobos.

Sabemos que Trump apoya plenamente la reacción israelí al horror del 7 de octubre y, también, la decisión de extender el conflicto golpeando a Irán. Está por ver qué peso e influencia podrán tener otros actores regionales, empezando por Arabia Saudí, tan central en la diplomacia regional de la primera Administración Trump. Quizá algo esperanzador reside en su logro de los Acuerdos de Abraham –que normalizó las relaciones entre Israel y unos cuántos países árabes– y cuya guinda sería precisamente la posibilidad de la normalización con Arabia Saudí.

También podemos anticipar en política de defensa y seguridad un retorno al enfoque de “paz a través de la fuerza”. Esto significará grandes inversiones en las capacidades de defensa de EEUU para reforzar la disuasión y utilizar la fuerza con decisión si falla la disuasión. Y este enfoque deberá encajar con el deseo de Trump de reducir los compromisos internacionales de EEUU. Lo que es seguro es que Trump se distanciará del marco retórico de Joe Biden de que EEUU lidera una contienda “entre democracia y autocracia”. Para Trump el punto cardinal es el interés nacional de cada país, con la convicción de que un orden mundial basado en la suma de los intereses individuales de los participantes es una base mucho más sólida que la efímera búsqueda de un interés común para todos. El problema aparece cuando esos intereses chocan con los de otros países más fuertes.