Dentro de la imprevisibilidad y los vaivenes que caracterizan la política exterior, de seguridad y defensa de la administración Trump, pocas cosas hay tan firmes como su opción por la fuerza como elemento central en la defensa de sus intereses como hegemón mundial. Así lo había demostrado ya con el notable aumento de los presupuestos dedicados a la defensa (700.000 millones de dólares aprobados el 18 de septiembre de 2017) y así quedó reflejado tanto en su nueva Estrategia Nacional de Seguridad (18 de diciembre de 2017), como en su Estrategia Nacional de Defensa (19 de enero de 2018). Y por si fuera necesario dejarlo aún más claro, ha vuelto a hacerlo ahora con la publicación, el pasado día 2, de la Revisión de la Postura Nuclear (RPN).
Todo se resume en dos apuntes: dedicar durante los próximos 30 años un total de 1,7 billones de dólares para llevar a cabo la modernización más ambiciosa del arsenal nuclear estadounidense e identificar a Rusia como su principal amenaza. De ese modo, y señalando a Moscú (pero también a Pekín, Teherán y Pyongyang) poco menos que como responsables de obligar a Washington a tomar esta decisión, la RPN adopta un perfil netamente expansivo, procurando presentarse como fiel al Tratado de No Proliferación –en la medida en que asegura que no aumentará el número total de armas nucleares– y, simultáneamente, decidido a diversificar sus capacidades.
Sin olvidar que en definitiva la nueva RPN (primera desde 2010) supone continuar el camino ya señalado por la administración de Obama –a cambio de lograr un compromiso con el Senado para ratificar así el Nuevo START–, el principal argumento que presenta la Casa Blanca es la necesidad de contrarrestar la superioridad rusa en el terreno de las armas nucleares tácticas (ANT, con alcances inferiores a los 5.500km). Es un hecho conocido que, a diferencia de lo que ocurría en la Guerra Fría –cuando la notable superioridad convencional soviética en el teatro europeo llevó a la OTAN a apostar por las armas nucleares como instrumento principal de disuasión–, es ahora Moscú quien se ha afanado para dotarse de opciones nucleares para contrarrestar la superioridad convencional de una Alianza que ya está prácticamente a sus puertas. De ahí que hoy Rusia posea no menos de 2.000 ANT, frente a las alrededor de 500 que contabiliza Washington (de las que unas 200 estarían desplegadas en suelo europeo), tras haber eliminado el 90% de su arsenal entre 1991 y 2009.
Visto así, la RPN plantea simultáneamente la necesidad de modernizar su triada nuclear (con unas 6.800 cabezas nucleares entre ICBM, SLBM y ALCM, solo superadas por las 7.000 de Rusia), adaptar su sistema de mando y control a las condiciones de un escenario de ciberamenazas en alza y reforzar su capacidad en el terreno de las ANT (con el añadido de un nuevo misil balístico y otro crucero lanzados desde el mar). Dado que actualmente solo dispone de plataformas aéreas para el empleo de las ANT, busca así ampliar sus opciones en un hipotético campo de batalla volviendo en buena medida a los esquemas de la estrategia de “respuesta flexible” acuñada por la OTAN ya en la década de los sesenta del pasado siglo. Argumenta que, de ese modo, dispondrá de una amplia gama de opciones de respuesta creíble a cualquier nivel de amenaza que elija su oponente (con Moscú en primera línea). De no hacerlo así, insiste en que Rusia podría optar por un ataque convencional contra los países bálticos o algún otro de los aliados europeos orientales, seguido de una amenaza directa de uso de ANT con intención de bloquear de raíz una respuesta convencional de la OTAN y de disuadir a Washington del uso de sus armas estratégicas (que supondrían una escalada total que terminaría en un suicidio colectivo) para defender a un aliado europeo.
Una opción de este tipo, nostálgica de la época de la confrontación bipolar y convencida de que las armas convencionales no son elementos creíbles de disuasión, es el resultado tanto de la fuerza de un poderosísimo lobby nuclear como de un militarismo anacrónico que confunde la fuerza con la razón y que desprecia el poder de la diplomacia, el comercio y tantos otros componentes de una verdadera estrategia. Más armas nucleares tácticas (ANT) equivale a reducir el umbral nuclear, lo que hace más plausible que las armas nucleares terminen por ser vistas como armas de batalla. Lo peor en todo caso es que, más allá de las inmediatas y previsibles críticas rusa y china a la postura estadounidense, tanto Moscú como Pekín están igualmente empeñados en una modernización similar a la que impulsa Trump, jugando con un fuego que puede acabar devorándonos a todos. Dicho de otro modo, volvemos a alejarnos del sueño de un mundo sin armas nucleares en un escenario en el que las grandes potencias se apresuran a rivalizar con todas las opciones en sus manos.