“Aunque mantuve una gran reunión con la OTAN (…), tuve un encuentro aún mejor con Vladimir Putin, de Rusia. (…)”, señaló el presidente Donald Trump en Twitter. Cabe preguntarse: ¿mejor, para quién?
https://twitter.com/realDonaldTrump/status/1019225830298456066
De no ser por el presidente estadounidense, la cumbre de la OTAN celebrada el pasado 11 y 12 de julio, a la que tuve el privilegio de asistir, habría podido generar entre los países miembros la sensación de que todavía existe una visión común de la alianza transatlántica. La Alianza produjo un comunicado que reafirmaba sus valores y objetivos. Subrayó especialmente el compromiso con “nuestros valores comunes, incluida la libertad individual, los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho”; y destacó su progreso significativo en los últimos años, incluidos los pasos para mejorar el gasto de defensa, aumentar la resiliencia en su frontera oriental contra la agresión rusa y abordar las amenazas sobre su periferia sur.
Sin embargo, tanto el comunicado como las numerosas sesiones cuidadosamente organizadas sobre asuntos que afectan al futuro de la Alianza, fueron empantanados por la teatralidad de Trump y su enfoque “show must go on” que consiste en crear continuamente un suspense angustioso entre aliados, enemigos y competidores sobre lo que hace o deja de hacer. Sus tácticas intimidatorias para conseguir que todos los países miembros acepten el gasto militar del 2% del PIB –al que se comprometieron en la cumbre de Gales en 2014– socavan la unidad de la OTAN y tienen otros efectos contraproducentes.
En la reunión con Vladimir Putin en Helsinki no se materializaron –aparentemente– las peores amenazas. Esto es: el reconocimiento de la anexión de Crimea y de Ucrania como zona de influencia de Rusia, un acuerdo sobre Siria aceptando el papel de Rusia como gran potencia regional y global, o algún otro incumplimiento de los compromisos estadounidenses que pudiera perjudicar a la OTAN. Más allá de la indiferencia demostrada por Trump por la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de EEUU en 2016, su desprecio hacia sus propios servicios de inteligencia y su comportamiento servil con Putin, no sabemos qué acuerdos han alcanzado ambos presidentes. El Kremlin habla de “acuerdos alcanzados” sin precisar cuáles son, y la prensa estadounidense los desconoce por completo. La Casa Blanca ha invitado a Putin a visitar Washington en otoño, así que la conversación entre los dos machos alfa sólo acaba de empezar.
En principio no parece haber nada malo que se reúnan con frecuencia porque la diplomacia exige hablar con amigos, adversarios y enemigos. El problema es que hemos perdido la confianza en que el presidente Trump representa nuestros valores y compromisos mutuos en las conversaciones con Putin. Mientras Rusia es una de las mayores amenazas para Europa, Donald Trump se ha convertido en una amenaza para el orden liberal creado y sostenido por su país desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Durante sus 18 meses en la presidencia, Trump ha ido sustituyendo los intereses atlánticos por intereses estadounidenses, las reglas por el poder y el multilateralismo por bilateralismo. Si prevaleciera el Trumpismo, EEUU y Europa perderían y ganaría Rusia.