Vladímir Putin y el Kremlin han sido muy cautelosos en sus declaraciones públicas después de la victoria de Donald Trump. En privado, cultivan esperanzas moderadas respecto a las negociaciones para poner fin a la guerra en Ucrania, lo que sitúa a Moscú ante un dilema estratégico: aprovechar la presidencia de Trump para negociar y aliviar las sanciones económicas o mantener su ventaja militar.
Durante la campaña electoral estadounidense, los lideres políticos rusos subrayaban que no esperaban un mejoramiento de las relaciones bilaterales entre Moscú y Washington, con independencia del candidato que ganase los comicios. Sus objeciones eran sinceras: desde 2006 alimentar el sentimiento antioccidental ha sido uno de los métodos principales del régimen de Putin para mantenerse en el poder y la principal consigna de su política exterior, pero, además, las visiones del orden internacional de Moscú y de Washington son completamente opuestas: mientras Estados Unidos (EEUU) busca seguir siendo la única superpotencia mundial, Rusia y otras potencias revisionistas como China, Irán, Corea del Norte, así como varios países del denominado “sur global”, aspiran a un orden multipolar.
Sin embargo, aunque la esperanza del mejoramiento de la relación bilateral es muy moderada, la victoria de Trump ha sido definida por Aleksander Dugin, uno de los ideólogos del Kremlin, como un acontecimiento trascendental para Rusia y para el mundo: “Así que hemos ganado. Eso es decisivo. El mundo nunca será como antes. Los globalistas han perdido su combate final. Por fin, el futuro está abierto”. El régimen de Putin y los rusos nacionalistas ven la victoria de Donald Trump como una derrota de los valores de la democracia liberal y una victoria del conservadurismo cultural, religioso y anti –woke.
‘’Aunque la victoria de Trump pueda parecer un triunfo para el Kremlin, la realidad es más compleja, pues a pesar de que Trump podría reducir el apoyo a Ucrania y debilitar la unidad en la OTAN, esto no implicaría necesariamente que se cumplieran los objetivos políticos y estratégicos de Rusia’’.
Desde la victoria de Trump, se ha especulado incesantemente acerca de qué va a pasar con la guerra en Ucrania y Oriente Medio. Mientras existe un acuerdo unánime entre los analistas en que Trump apoyará a Israel “para que acabe el trabajo empezado”, en el caso de Ucrania no existe consenso. Esto se debe a tres factores: (1) la absurda promesa de Trump de que va a poner fin a la guerra en Ucrania “en 24 horas”; (2) que no existe una estrategia clara respecto a Rusia más allá de apoyar a Ucrania en la guerra; y (3) el hecho de que las personas nombradas en los puestos clave de Seguridad Nacional, Servicios de Inteligencia y Defensa representan diferentes sensibilidades ante el posible final de la guerra. Marco Rubio, que será secretario de Estado, aunque nunca ha perdido la ocasión de apoyar medidas punitivas contra Rusia por su agresión a Ucrania, ha concluido que un acuerdo negociado entre ambas naciones sería la forma realista de terminar la contienda. John Ratcliffe, a quien Trump quiere como director de la CIA, criticó la política de Joe Biden sobre la guerra en Ucrania como “Ucrania primero, Ohio al final”. Tulsi Gabbard, a quien Trump pretende imponer como directora de Inteligencia Nacional a pesar de haber sido criticada como pro-Putin. Elise Stefanik, que sería nominada para el puesto de embajadora ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y que, tras su selección por Trump, se ha distanciado –supuestamente– de su apoyo anterior a la entrada de Ucrania en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Mike Waltz, futuro asesor de Seguridad Nacional, ha sugerido que EEUU ganaría influencia sobre Putin en cualquier negociación si le aplica sanciones energéticas y aumenta las exportaciones de energía propia. Pete Hegseth, a quien Trump ha designado como secretario de Defensa, sostiene que Putin utilizaría un alto el fuego con Ucrania para rearmarse y elegir nuevos objetivos. Pero hay una sensación general de que la estrategia elegida por los europeos y estadounidenses para la victoria de Ucrania, esto es, la completa expulsión de las tropas rusas de territorio ucraniano, incluida Crimea, no funciona[1] y de que hay que cambiarla. El apoyo a la cesión de territorio a cambio de la paz está aumentando entre los ucranianos. Según una encuesta realizada en octubre por el Instituto Internacional de Sociología de Kyiv, el 32% de los ucranianos apoyaría un acuerdo de este tipo, frente al 19% del año pasado.
Las especulaciones sobre cómo Trump va a terminar con la guerra oscilan entre las pesimistas: la guerra va a acabar a expensas de Ucrania y sin ucranianos y europeos en la mesa de negociaciones; y las optimistas: la nueva Administración proveerá a Ucrania de armamento de largo alcance e impondrá sanciones económicas y financieras mucho más duras a Moscú, lo que arruinará el esfuerzo bélico ruso. Aunque la victoria de Trump pueda parecer un triunfo para el Kremlin, la realidad es más compleja, pues a pesar de que Trump podría reducir el apoyo a Ucrania y debilitar la unidad en la OTAN, esto no implicaría necesariamente que se cumplieran los objetivos políticos y estratégicos de Rusia.
Moscú no ha renunciado a dichos objetivos, es decir, convertir a Ucrania en un Estado fallido y alejarla de la integración transatlántica, sobre todo de la OTAN. Su estrategia ha ido adaptándose a las circunstancias de la guerra, pero actualmente cifra su “éxito estratégico” en quedarse con las cinco regiones anexionadas a la Federación Rusa: Crimea (en marzo de 2014) y Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia (en octubre de 2022). A nivel táctico, Rusia sigue progresando militarmente ocupando más territorios, mientras intenta expulsar las tropas de elite ucranianas de la región rusa de Kursk, con la ayuda de los soldados de Corea del Norte.
Trump intentará negociar el final de la guerra, pero no hay que dar por hecho de que Vladímir Putin quiera hacerlo. Las tropas rusas están avanzando a diario, lentamente, por lo que el dilema estratégico para Moscú sería elegir entre aprovechar la presidencia de Trump para buscar negociaciones, mejorar la relación bilateral con Washington y aliviar las sanciones económicas o mantener su ventaja militar. Ambos caminos implican riesgos significativos: si elige mantener su ventaja militar, a largo plazo tendrá que contar con una movilización adicional o incluso una escalada que podría enfrentar a Rusia directamente con la OTAN, además del aumento del gasto militar a expensas del gasto social. Si elige negociar con la Administración Trump, tendría que hacer concesiones significativas.
Trump no puede permitirse una retirada de Ucrania al estilo de la realizada de Afganistán por la Administración Biden en 2021, que, según sus propias palabras fue “la humillación que desencadenó el colapso de la credibilidad y del respeto de los estadounidenses en todo el mundo”. Un abandono completo de Ucrania por parte de la Administración Trump supondría una victoria para Putin y una amenaza existencial para Ucrania y para Europa.
Aunque el debate sobre el final de la guerra en Ucrania se ha acelerado desde la victoria de Trump, lo cierto es que está presente desde el fracaso de la contraofensiva ucraniana en 2023.
Si Putin acepta negociar el final de la guerra, se enfrentará a la necesidad de aceptar concesiones contrarias a sus objetivos políticos. Tales concesiones han sido propuestas antes de la victoria de Trump:
- Acuerdo de alto el fuegopara definir un estatus para Ucrania similar al de Alemania Occidental tras la Segunda Guerra Mundial: Rusia se quedaría con el control del territorio anexionado, mientras que Occidente mantendría el principio de integridad territorial de Ucrania sin aceptar la partición como permanente. Este arreglo no tendría sentido si no fuera acompañado por garantías de seguridad para Ucrania y el bloqueo a un rearme de Rusia. Aunque Kyiv ha insistido en recuperar todo su territorio y rechazado la idea de la formula “paz por territorios”, recientemente sus líderes políticos han destacado que la principal cuestión, y la más importante, es recibir las garantías de seguridad. Otro de los problemas es que podría esto podría prolongarse durante años y es cuestionable que Ucrania pueda conservar largamente su estabilidad política interna.
- Progresos graduales hacia la OTAN y la UE: permitir que Ucrania inicie negociaciones de membresía con un marco temporal prolongado, lo que Putin difícilmente podría aceptar a pesar de la lentitud de estos procesos, porque la guerra se inició para impedir estos procesos.
- Reanudación de las conversaciones sobre control de armas nucleares: Putin podría usar este gesto para ganar terreno político sin comprometerse significativamente.
A cambio de estas tres hipotéticas concesiones, Rusia obtendría un alivio de las sanciones económicas y probablemente exigiría la impunidad de los crímenes de guerra imputables a Vladímir Putin y otros miembros de la élite política rusa, algo completamente inaceptable para Ucrania y Europa. Los dos primeros puntos parecen inaceptables para Putin y sólo tendrían sentido después de una derrota significativa de Moscú, lo que no está ocurriendo.
Aunque la elección de Trump pueda parecer favorable a Moscú, las condiciones actuales hacen que cualquier movimiento estratégico esté lleno de incertidumbre y riesgos para Rusia. La evolución de la guerra sigue siendo imprevisible y depende en gran medida de factores externos, como las decisiones políticas y militares de los aliados de Ucrania, y de los propios ucranianos, que se enfrentan a un aumento alarmante de las deserciones de combatientes y a la fatiga de la guerra.
A pesar del probable empeño de Trump, la paz no llegará pronto a Ucrania, porque las causas de la guerra no van a desaparecer y porque las condiciones tanto de Ucrania como de Rusia para poner fin a la contienda siguen siendo maximalistas.
[1] Conversaciones con un alto cargo de la Unión Europea en una reunión bajo la Chatham House Rule.