No se puede decir que no avisó. Lleva con nosotros un año como presidente de EEUU y no tiene intención alguna de marcharse, no al menos hasta 2020 (no descartemos en absoluto un segundo mandato si la economía continúa creciendo o si sus juegos con Twitter acaban desembocando en alguna crisis diplomática o militar de gran magnitud). Algunos confiaban en que el lenguaje y los contenidos de su campaña electoral no sobrevivirían a su llegada a la Presidencia, pero se equivocaban al pensar que Donald Trump sería un presidente más, de esos que moderarían sus mensajes o que cambiarían sus ideas al llegar a la Casa Blanca. No, Trump ha mantenido su tono belicoso. En ocasiones contra la prensa; en otras, contra enemigos externos, como es el caso de Corea del Norte, Irán o, incluso, Europa.
Pero, ¿qué es Europa para él? Desde luego, al pensar en el proyecto comunitario no le viene a la cabeza el contenido del artículo 2 del Tratado de la UE: “La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”. Para Trump, la UE es un mero “consorcio”, palabra que ha empleado en varias ocasiones, incluyendo durante la visita que recibió el pasado año de Theresa May, la Premier británica, a quien no ha dudado en mostrar su apoyo por la salida británica del club europeo. Alabar el Brexit, no obstante, no ha sido suficiente para fortalecer esa special relationship. La diferencia de visiones sobre la globalización, acerca del veto migratorio estadounidense o la polémica por los retuits del presidente norteamericano al grupo extremista Britain First, han sido algunos de los incidentes del último año, en el que se esperaba asimismo la visita de Trump a Londres, que no ha tenido lugar hasta la fecha.
“La reciente aparición en Davos parece más destinada a animar a inversores que a acercar posturas con otros líderes”
La reciente aparición del mandatario norteamericano en Davos, en la que a su ya conocido America First le añadía el apellido de Not America Alone, parece más destinada a animar a inversores que a realmente acercar posturas con otros líderes globales. Así, si con Europa no ha habido avances (ni se esperan) en las negociaciones del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés) desde que se impusiera en las elecciones a Hillary Clinton, la retirada del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) fue su primera decisión tras hacerse con la Presidencia, y la renegociación del NAFTA (que para Trump ha sido un desastre) está en camino, aunque no es descartable su fracaso. Todo ello sirve como ejemplo de su aversión al globalismo y su utilización de la bandera del proteccionismo económico, lejano de unas instituciones europeas que no han dudado en aprovechar la oportunidad para avanzar en sus propias relaciones comerciales con algunos socios como Japón, Mercosur, Australia o Nueva Zelanda.
Pero no únicamente están las tesis trumpianas lejos de las europeas respecto a la política comercial. En el ámbito de la lucha contra el cambio climático, por ejemplo, son asimismo opuestas. La retirada de EEUU del Acuerdo de París, anunciada por Trump en junio pasado, sentó muy mal en Europa, especialmente al recientemente ungido presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, quien en respuesta al líder estadounidense pidió hacer a nuestro planeta great again (en referencia a otro de los eslóganes de Trump: Make America Great Again). El presidente galo, además de enfrentarse a Trump en esta materia (incluyendo la creación de becas para científicos que estudien el cambio climático) ha hecho lo propio con el saludo “varonil” a la hora de estrechar la mano del presidente norteamericano. Tal vez su apuesta por no rehuir el enfrentamiento sea el secreto de su, aparentemente, buena relación con Trump en estos momentos, hasta tal punto de que es el primer líder al que invita a una state dinner en la Casa Blanca durante su Presidencia (devolviéndole, a su vez, el honor que le hizo Macron invitándole a las celebraciones del 14 de julio). O tal vez sea, simplemente, que a Trump le viene bien tener esa buena relación con el mandatario francés (a quien también le podría venir bien para elevar su perfil internacional), habida cuenta de su desdén por los líderes de las instituciones comunitarias y su hostilidad respecto al club europeo y en particular a Alemania, con un desprecio poco simulado por Angela Merkel.
Uno de los ámbitos donde el presidente Trump se ha mostrado más abiertamente hostil con los europeos es en relación a lo que entiende él que debe ser la Alianza Atlántica (OTAN). Trump, continuando eso sí la línea norteamericana de los últimos años, ha exigido con unas formas un tanto abruptas un incremento de los recursos utilizados por los aliados en materia de defensa (concretamente la llegada al gasto del 2% del PIB para 2024, cifras que para algunos países como España no son realistas), denunciando en repetidas ocasiones unas supuestas deudas en este sentido, que son inexistentes en realidad. Esto, en todo caso, sirve de acicate para unos europeos que han vivido durante muchos años (décadas, más bien) pensando que el amigo americano iría en su ayuda cuando hubiera problemas. La líder alemana, Angela Merkel, lo expresaba bien en unas palabras del pasado año: “The times in which [Germany] could fully rely on others are partly over. I have experienced this in the last few days… We Europeans really have to take our destiny into our own hands”.
“La llegada de Trump […] ha servido como una suerte de “federalizador externo”
En realidad, es bueno que así sea. Si algún beneficio ha tenido la llegada de Trump a la Casa Blanca (y el Brexit) es que ha producido una sensación de emergencia entre los europeos, una sensación de que no se puede seguir igual, una sensación de que no hay margen para continuar la path dependency. En este sentido, ha servido como una suerte de “federalizador externo”. Y si a lo ya citado le sumamos la creciente asertividad de la Rusia de Putin (de la que, por cierto, Trump no dice una sola mala palabra, sino más bien todo lo contrario) o la mayor influencia de China en distintas regiones del mundo (América Latina y África, pero también Europa del Este y Balcanes), vemos una situación geopolítica complejísima para la UE, que no ha de dormirse en los laureles. En todo caso, las sensaciones recientes son positivas, como ejemplifican la puesta en marcha de medidas como la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO) o la decidida apuesta por el proceso de reflexión sobre la Europa del futuro. Por su parte, la relación con los EEUU de Donald Trump seguirá siendo tan complicada como lo ha sido este año, pero eso es algo que se da por descontado.