Cuando está a punto de cumplirse un año del mandato de Donald Trump, su Administración ha sacado adelante dos grandes iniciativas: la publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional 2017 y la aprobación de la prometida reforma fiscal. La primera tiene como objetivo guiar las políticas de seguridad nacional del país; la segunda impulsar el crecimiento económico de EEUU. La primera está dividida en cuatro pilares: defender el país, impulsar la prosperidad económica, preservar la paz gracias a su fortaleza militar y diplomática; y ampliar la influencia estadounidense. La segunda es un amplio paquete de bajadas de los tipos impositivos de renta, los beneficios y el ahorro, además de una importante simplificación del diseño y estructura de los principales impuestos. Pero ambos forman parte de una idea: para que EEUU sea fuerte en el mundo, debe ser fuerte en economía.
Son las grandes corporaciones estadounidenses las que más se verán afectadas —para bien— con la nueva reforma fiscal y algo menos los contribuyentes individuales. Si el “único” consuelo de la presidencia de Trump era que pudiera ayudar a la clase media, la nueva ley ofrece a primera vista muy poco a esa clase trabajadora favoreciendo considerablemente a corporaciones y grandes fortunas.
La medida más destacable es la reducción del impuesto sobre sociedades del 35% al 21%. El 35% era de hecho la tasa más alta del mundo, comparado con la media global del 22,5% (nos referimos al tipo nominal ya que el tipo efectivo, una vez aplicadas las deducciones, podía rondar el 28%). El sistema hasta ahora existente en EEUU llevaba, además, a las compañías estadounidenses a ocultar sus beneficios en el extranjero. Pongamos como ejemplo una filial de una empresa estadounidense que ha obtenido beneficios en Irlanda. Esa subsidiaria hubiera pagado, con el antiguo sistema, el impuesto de sociedades irlandés del 12%. Posteriormente sería libre de reinvertir esos beneficios en Irlanda o en cualquier parte del mundo, excepto en EEUU. Porque si la filial extranjera hubiera retornado esos beneficios a EEUU debería haber pagado el impuesto de sociedades del 35%, menos un 12% pagado previamente en Irlanda. Por esta penalización del 23% las compañías simplemente decidían no repatriar. El departamento del Tesoro de EEUU ha estimado que el stock de estas ganancias en el mundo podía alcanzar los 2,5 billones de dólares. Ahora con la nueva reforma fiscal las compañías podrán repatriar esos beneficios sin apenas carga.
¿Qué se obtiene con esa reforma fiscal y estas medidas? Por un lado atraerá nuevas multinacionales y grandes empresas gracias a ese 21% del impuesto sobre sociedades que renueva el atractivo del país. Por otra parte, las empresas estadounidenses repatriarán beneficios, llevarán de vuelta la actividad a EEUU y beneficiarán de manera indirecta también a las pequeñas empresas. Además, dichas empresas serán más competitivas, algo de lo que se quejaban con el antiguo sistema impositivo. Es un cambio que además va en la línea de los regímenes tributarios de otros países.
¿Y que dice la Estrategia de Seguridad Nacional? Gran parte de su mensaje no se centra ni en las armas, ni en las tropas ni en la diplomacia. El eje de la estrategia es la economía. Una economía fuerte que protegerá a los estadounidenses, que les ayudará a conservar su poder y fortaleza y también a mantener su “way of life”. Una estrategia que dedica además una sección entera a la reforma de los marcos reguladores y a la reforma fiscal.
Como era de esperar, suena a nacionalismo económico:
“We will address persistent trade imbalances, break down trade barriers, and provide Americans new opportunities to increase their exports. The United States will expand trade that is fairer so that U.S. workers and industries have more opportunities to compete for business. We oppose closed mercantilist trading blocks. By strengthening the international trading system and incentivizing other countries to embrace market-friendly policies, we can enhance our prosperity”
También habla de empleo y de las compañías que se han ido fuera; de la crisis financiera global, de recuperación y de devolver la confianza; de regulaciones, de inversiones y de emprendimiento; de déficit comercial y de malas prácticas. Y para alcanzar la “seguridad económica” EEUU pretende llevar a cabo una estrategia que rejuvenezca la economía doméstica, que beneficie a los trabajadores, que revitalice la base manufacturera, que cree empleo, que promueva la innovación, que mantenga el desarrollo tecnológico, que salvaguarde el medioambiente y que le lleve a alcanzar la dominación energética.
Un buen puñado de expertos y de demócratas tachan la reforma fiscal de cruel por beneficiar a las grandes corporaciones y a los más acaudalados, aseguran que acrecentará la desigualdad y que supone un triunfo de la doctrina más conservadora. Además, afirman que se basa en proyecciones de crecimiento que consideran extremadamente optimistas, y que incrementará de forma masiva el déficit. La Estrategia de Seguridad Nacional 2017 ha sido por su parte tachada de farsa, de ser contradictoria, de estar alejada de la realidad y de ser puramente “realista”. Lo que está claro es que Trump ha puesto la economía y las relaciones comerciales con otras naciones en el centro de la nueva estrategia de seguridad nacional. No nos equivocaremos si pensamos que los recortes de los impuestos también formar parte de esta estrategia. Porque según Trump para “hacer a EEUU grande otra vez”, el país debe ser sobre todo fuerte económicamente.