Hoy, cuando Donald Trump tome posesión como Presidente de los Estados Unidos, tendremos, en medio de tanta incertidumbre, varias certezas.
La primera se refiere al retroceso que representa para la participación y la presencia política de las mujeres el gabinete propuesto por el nuevo presidente estadounidense. El gobierno anunciado hasta ahora (compuesto, además de por el presidente y el vicepresidente, por quince secretarios de Estado, más el fiscal general del Estado) estará integrado por trece hombres y dos mujeres (Elaine Chaine al frente de Transporte, y Betsy DeVos al frente de Educación), además de la Embajadora ante Naciones Unidas, con rango ministerial y cuya predecesora fue una mujer. Tras el pequeño avance que representó el primer gabinete de Barack Obama, que nombró en 2009 más mujeres que ningún presidente anterior (un total de ocho al frente de las Secretarías de Estado, Seguridad Nacional, Interior, Comercio, Trabajo, Salud y Servicios Humanos, la Fiscal General del Estado, además de la Embajadora ante la ONU), el gabinete de Donald Trump representa un paso atrás que no es menor, en un país donde sólo ha habido 32 mujeres en el gabinete presidencial a lo largo de toda su historia. Si consideramos además que presencia no es poder, es también una certeza el hecho de que, por primera vez desde 1993, ninguna mujer estará al frente de alguno de los cuatro grandes Departamentos: Estado, Defensa, Tesoro o Justicia, aquellos que pesan más en cualquier administración, y desde luego también en la primera potencia económica mundial.
La tercera certeza es que el nuevo equipo va a revisar —sin duda a la baja— las políticas públicas impulsadas por la anterior administración para promover la igualdad de género, cuyos programas, actividades y financiación fueron objeto de petición de información por parte del equipo de transición al Departamento de Estado. Hasta ahora, se ha pedido información a otros Departamentos sobre cambio climático y contraterrorismo, áreas en las que el cambio de política parece más que probable, lo que apunta a que también será así en materia de igualdad.
En el balance de la administración Obama sobre la promoción de la igualdad de género en la política exterior, hay que destacar la creación, en el Departamento de Estado, de la oficina para Asuntos Globales de las Mujeres, cuyo objetivo ha sido asegurar que la promoción de la igualdad de género está plenamente integrada en la política exterior, con cuatro prioridades esenciales: el impulso al dosier Mujeres, paz y seguridad, cuyo primer plan de acción se aprobó en 2011 con el objetivo de “acelerar e institucionalizar” los esfuerzos para impulsar la participación de las mujeres en la prevención y gestión de conflictos y en la construcción de la paz; el empoderamiento económico de las mujeres; la lucha contra la violencia de género, con la puesta en marcha de la primera Estrategia para Prevenir y Responder a la Violencia de Género Globalmente; y el empoderamiento de las niñas adolescentes. La continuidad de estas prioridades, y la propia integración de la igualdad de género en la política exterior son claros interrogantes.
Adicionalmente, ¿qué ocurrirá con el Consejo de la Casa Blanca sobre Mujeres y Niñas creado por el Presidente Obama para garantizar, desde la propia presidencia, la coordinación sobre la perspectiva y el impacto de género en todas las políticas que se diseñen en el conjunto de la administración?. La institucionalidad construida para promover la igualdad de género podría jugar un papel clave para mantener vivas algunas prioridades, y sin duda su desmantelamiento será una señal inequívoca de la voluntad política en este ámbito.
La cuarta certeza es que, a diferencia de la candidata demócrata Hillary Clinton, Donald Trump no hizo propuestas en materia de igualdad de género durante la campaña electoral, y sí planteó algunas promesas que supondrían un retroceso para los derechos de las mujeres (como la de eliminar la financiación de la planificación familiar, o el cuestionamiento a la necesidad de combatir la brecha salarial, entre otras).
Como se ha señalado tras su victoria electoral, las actitudes y comentarios misóginos y abiertamente sexistas de Trump no fueron castigados por las mujeres (al menos no por las mujeres blancas). Así, con un electorado formado por un 52% de mujeres y un 48% de hombres, Donald Trump logró el apoyo del 42% de las mujeres, mientras el 54% votó a Hillary Clinton, situándose la llamada brecha de género en el voto en 11 puntos (el 53% del voto de Trump provino de los hombres). No obstante, Donald Trump ganó el voto de las mujeres blancas, con un 53% frente a un 43% que votaron a Clinton, mientras ésta conseguía el 94% del voto de las mujeres afroamericanas, y el 68% del voto de las mujeres latinas.
Si la elección de Hillary Clinton habría podido tener un eventual impacto directo en la promoción de la igualdad de género (participación de más mujeres en puestos en el poder ejecutivo, entre otras medidas), lo cierto es que los nombramientos del Presidente Trump y los primeros pasos dados en este ámbito hacen visible y previsible un retroceso en las políticas públicas que impulsan los derechos de las mujeres, no solo en Estados Unidos, sino también en el mundo. El compromiso de la primera potencia del mundo en asuntos globales como la promoción de la igualdad de género (objetivo 5 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible), y con el dosier Mujeres, paz y seguridad están claramente en duda. Pronto sabremos si acaba siendo una certeza.