Tras la del G7 en Quebec, y con muchos de los mismos personajes, llega la cumbre de la OTAN en Bruselas. En la inauguración de la nueva sede de la Alianza hace poco más de un año, Donald Trump puso en duda el Artículo 5 del Tratado de Washington, que es el que define el compromiso de defensa mutua en caso de ataque de un tercero, aunque posteriormente rectificara. Sin este artículo la OTAN se quedaría sin alma, en una mera organización; y aún. Esta vez Trump llega precedido no solo por una carta en la que pide a los aliados renqueantes, entre ellos España, que cumplan con sus compromisos de aumentar los gastos militares, sino por una filtración amenazante: el Pentágono está estudiando los costes de mantener tropas en Alemania, es decir, una posible reducción significativa de su presencia militar en Europa. En la actualidad es de 65.000 efectivos, más de la mitad en Alemania (el número había llegado a 400.000 en el auge de la Guerra Fría).
Esta cumbre atlántica llega en medio de una guerra comercial tous azimuts por parte de Trump, en varios casos amparándose en la seguridad nacional, como si, por ejemplo, los coches europeos que circulan por las calles y carreteras de EEUU fueran un problema de ese tipo. La amenaza de subida de aranceles sobre ellos es solo una forma de frenar su importación, y los europeos están dispuestos a replicar. Trump quiere que Europa gaste más en defensa, pero que ese gasto sea en buena parte en material estadounidense. Europa, donde abundan más las iniciativas en este campo que su puesta en práctica real, habla de conseguir una “autonomía estratégica”, que está aún muy lejana. Aún necesita a EEUU.
Por debajo de este choque entre lo que parecen más rivales que aliados, hay, sin embargo, algunas realidades. Bajo Trump, EEUU ha desplegado tanques en Europa, en el Flanco Norte, por vez primera desde los años 90; ha reactivado su II Flota y el mando naval del Atlántico que había quedado durmiente; ha almacenado material militar en Europa del Este; y doblado la aportación a su Iniciativa Europea de Disuasión, destinada a tranquilizar a los aliados de Europa del Este y a disuadir a Rusia de cualquier incursión o presión en su occidente, programa que nació a raíz de la anexión ilegal de Crimea y otras actividades rusas.
Sin embargo, Trump parece disfrutar más con los nuevos amigos de EEUU más que con los viejos, como puede poner de manifiesto la posterior cumbre con Vladimir Putin en Helsinki, con el que tiene que hablar de varias cuestiones regionales importantes, algunas de las cuales afectan a la OTAN. Aunque tampoco hay ninguna amenaza inminente territorial contra la OTAN y sus miembros. Presión, sí, pues Putin busca influencia. Y se plantean también cuestiones cruciales de ciberseguridad y de desinformación, pero estos son ámbitos complejos en los que intervienen Estados, empresas y grupos e individuos. Se está avanzando al respecto, también desde la OTAN.
Por su parte, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, puede presentar un parte de novedades positivo en materia de dinero, capacidades y compromisos (las tres Cs en inglés: cash, capabilities and commitments). Los gastos militares están aumentando por tercer año consecutivo, de media y en muchos países europeos de la OTAN, especialmente en modernización y estado de preparación de las fuerzas (aunque no sea a la velocidad deseada por Washington, pues lo pactado en la cumbre en Cardiff en 2014 era llegar todos al 2% del PIB, como mínimo, para 2024); los europeos han desplegado, por rotación, unidades en los países bálticos; y han puesto en marcha una iniciativa de la UE para facilitar la “movilidad militar” en las carreteras y espacio aéreo europeos. Un programa de la OTAN en Bagdad está formando fuerzas iraquíes. Si no acaba en ruptura verbal, esta puede ser una cumbre de implementación antes que de nuevas definiciones.
Trump sabe que cuenta casi incondicionalmente con algunos dirigentes europeos, como el húngaro Viktor Orbán, los polacos Jarosław Kaczyński y Andrzej Duda, la británica Theresa May, con la primera y controvertida visita del presidente a Reino Unido. Mucho menos con Angela Merkel. Emmanuel Macron ha intentado hacer de puente, pero sin gran éxito hasta el momento en términos de resultados. La OTAN es más que éstos. También es Turquía, la de un Erdoğan internamente reforzado que se está separado de este marco esencialmente occidental para ganar peso y margen de maniobra en su región.
En términos de psicología social, pese a las tensiones transatlánticas y a las dudas sobre su papel, el apoyo popular a la OTAN se mantiene. Una encuesta de mayo de 2017 del Centro Pew, ya con Trump en la Casa Blanca, indicaba que la opinión favorable de la OTAN es abrumadora, desde un 79% en Países Bajos y Polonia, un 67% en Alemania, un 60% en Francia, y solo baja del 50% en España (45%), Grecia (33%) y Turquía (23%).
No obstante, más allá de los choques verbales y arancelarios, hay intereses contrapuestos que están llevando a una preocupante descomposición de la unidad de Occidente, donde, como refleja el último Barómetro de Edelman, la desconfianza en las propias instituciones y dirigentes está cayendo de forma dramática, mientras la confianza se dispara en China. Ahora bien, pese a que está cambiando profundamente y que ha perdido en coherencia y centralidad, las noticias sobre la muerte de la OTAN resultan prematuras.