No es sólo una cuestión de déficit o de que regresen a EEUU empresas y empleos. El objetivo principal y más estratégico de la guerra que está librando la Administración Trump contra Pekín no es comercial, sino frenar, contener, a China en su carrera por el predominio tecnológico, aunque en el proceso pueda desestabilizar al régimen capitocomunista si genera una reducción notable de su crecimiento económico. Esta Administración quiere cercenar posibilidades de futuro de China. Sabe que es el único rival geopolítico y geoeconómico que tiene EEUU en este siglo XXI. ¿Lo logrará? No parece probable. Pero China es muy consciente del intento, aunque mira a más largo plazo.
Una indicación de que ese es el objetivo es que Washington está poniendo aranceles a algunos productos que no importa para no favorecer su avance, por ejemplo, en el sector aeronáutico (importa componentes, pero no aviones). A la vez, a través de la nueva Ley de Modernización de la Revisión de Riegos de Inversiones Extranjeras (Foreign Investment Risk Review Modernization Act, FIRRMA) y del Comité sobre Inversión Extranjera (CFIUS, en sus siglas en inglés) EEUU está limitando las adquisiciones de empresas tecnológicas estadounidenses por China para evitar que así China adquiera conocimientos punteros. Europa también se ha planteado medidas similares.
Un interesante informe de Natixis Asia Research señala que el primer paquete de esta Administración de aranceles sobre importaciones desde China de alto nivel impuesto –sobre 50.000 millones de dólares de productos– tenía como fin contener el avance tecnológico chino. Afecta al 7% de productos de muy alta tecnología y a 55% de alta. El segundo, en curso, contra importaciones por valor de 200.000 millones de dólares de nivel menor, está dirigido a reducir el papel de China en las cadenas globales de valor, y que EEUU recupere el suyo. Intenta asfixiar, o al menos frenar, el desarrollo de China. Ahora bien, EEUU ha suprimido de las listas algunos productos que podrían resultar gravosos para los consumidores o fabricantes estadounidenses (como Apple). Esta política tiene un alto grado de precisión y no se ha improvisado sólo por parte de un presidente de EEUU con algunas ideas claras, sino que ha contado con la pericia de toda de una Administración. Las medidas chinas de represalia son también precisas, pues el enorme país asiático no quiere dejar de importar cosas que necesita para consolidar su despegue tecnológico en áreas como los semi-conductores y la Inteligencia Artificial.
¿Por qué no cabe pensar que EEUU no logrará sus fines, que van mucho más allá de reequilibrar un déficit comercial? En primer lugar, porque China es ya es una potencia tecnológica que en muchas dimensiones ha despegado. De hecho, en Inteligencia Artificial, por ejemplo, está a un 80% del nivel de EEUU. El presidente Xi Jinping proclamó en abril pasado su intención de convertir a su país en una “superpotencia tecnológica”, con una estrategia para crear campeones nacionales (y globales). Lo que lleva a una segunda consideración. Está en juego la estabilidad de China. Hay una imbricación estrecha entre las grandes y no tan grandes empresas chinas y el régimen del Partido Comunista, imbricación que habría de romperse para satisfacer a EEUU, o al menos a la Administración Trump.
En tercer lugar, algunas medidas de esta Administración también frenan las exportaciones estadounidenses. Pero aún más que importar tecnología a China, y por el doble de valor, son empresas de EEUU las que fabrican allí. China tiende a favorecer las inversiones en sus capacidades nacionales. Esa es la diferencia, por ejemplo, entre ZTE, a punto de quedar asfixiada por la prohibición de EEUU de exportar semiconductores avanzados a China, y Huawei, que fabrica los suyos localmente.
Cuarto, China tiene otros mercados y otras penetraciones, como en Europa, en África o en América Latina, además, naturalmente del resto de Asia, y especialmente de Corea del Sur, Japón y Taiwán, regiones de las que se está distanciando EEUU. Hay que contar también con la dimensión tecnológica o digital del enorme proyecto geopolítico de la Nueva Ruta de la Seda (o Una Franja, Una Ruta) que a su dimensión euroasiática está añadiendo otra africana e incluso latinoamericana.
El presente episodio puede acelerar la reducción de la dependencia china de la tecnología de EEUU y buscar una propia en un horizonte, 2025, que contempla la estrategia Made in China que tanto preocupa a buena parte del resto del mundo. Para ese horizonte nada lejano se esperan avances importantes en sectores como la Inteligencia Artificial, las comunicaciones 5G y el Internet de las Cosas, o los vehículos autónomos, entre otros, además de una marcada robotización. ¿Y para 2050?
Claro que si se unen en esta política restrictiva EEUU, Europa y Japón, como podría reflejar una reunión trilateral en Washington, los intereses chinos podrían quedar gravemente dañados. No lo compensará el acercamiento a Rusia, como el que han protagonizado en Vladivostok Xi Jinping y Vladimir Putin. Claro que en Vladivostok también ha estado el primer ministro japonés Shinzō Abe, sumamente interesado en estos movimientos.