Aunque los aranceles generan inflación –y a pesar de que Donald Trump ganó las elecciones estadounidenses prometiendo bajar los precios-, el presidente ha tardado sólo 10 días en gravar con un 25% todas las importaciones procedentes de México y Canadá (al petróleo canadiense le aplicará “sólo” un 10% para reducir el impacto sobre el precio de la gasolina) y con un 10% adicional los productos que provienen de China. La Unión Europea (UE) debe ir preparándose, porque sus aranceles seguramente llegarán en abril, una vez que la Administración presente los resultados de su investigación sobre dependencias y vulnerabilidades comerciales de Estados Unidos (EEUU), que es fácil anticipar lo que dirán.
Para saltarse al Congreso, que según la constitución de EEUU es responsable de la política comercial, Trump ha utilizado la International Emergency Economic Powers Act de 1977. Según el comunicado de la Casa Blanca: “La extraordinaria amenaza que suponen los extranjeros ilegales y las drogas, incluido el mortífero fentanilo, constituye una emergencia nacional” que justifica estas medidas. Poco importa que los cruces fronterizos de inmigrantes irregulares –que se producen mayoritariamente a través de México y no de Canadá– hayan bajado significativamente en los últimos meses. Tampoco que el dramático problema del fentanilo sea muy complejo de resolver y requiera, sobre todo, cooperación internacional.
“Es sólo cuestión de tiempo que los aranceles de Trump lleguen a Europa y a España. Por lo tanto, la UE tiene que tener la respuesta preparada”.
Pero nadie debería sorprenderse. El presidente Trump ha hecho exactamente lo que prometió en campaña. Pero lo llamativo es que haya empezado aplicando medidas tan duras a sus socios y vecinos del acuerdo de libre comercio que EEUU tiene con Canadá y México (USMCA) que él mismo renegoció durante su primer mandato, mientras que se haya mostrado mucho más tibio con China, que es sin duda el principal rival y competidor de EEUU (véase aquí una reflexión de Paul Krugman sobre la perversa lógica de sus acciones). Asimismo, estos aranceles contrastan con los que aplicó a sus aliados durante su primer mandato. En aquella ocasión, fueron medidas proteccionistas sobre sectores concretos (como el acero y el aluminio), cuyo efecto económico general fue limitado. En esta ocasión, son aranceles sobre todas las importaciones (como ya hiciera con China entre 2018 y 2021), por lo que el impacto sobre los precios y el crecimiento, así como la disrupción que generarán será mucho más significativa (algunos estudios preliminares, como los del Peterson Institute for International Economics o la Tax Foundation sitúan el efecto macroeconómico en una pérdida de PIB para EEUU de un 0,4% entre 2025 y 2035, pero estos números se verán modificados cuando se sepa hasta dónde escala la guerra comercial). Y es que el ejemplo del Brexit ha mostrado que cuando dos economías están muy integradas (como es el caso de los países que integran el USMCA y, en menor medida, de lo que el historiador Nial Ferguson bautizó como “Chimerica”), las barreras comerciales son inflacionarias y muy disruptivas y, además, dada la complejidad de las modernas cadenas de suministro, rara vez sirven para reubicar la producción en territorio nacional o elevar el PIB.
La respuesta al proteccionismo estadounidense no se ha hecho esperar. Canadá ha respondido con aranceles del 25% sobre 155.000 millones de dólares de importaciones desde EEEUU (algo menos de la mitad del total de importaciones), así como con barreras no arancelarias. Y tanto México como China han anunciado que responderán de forma contundente. Esto abrirá la puerta a que EEUU suba todavía más las tarifas y se entre en una guerra comercial abierta. Además, las autoridades chinas han denunciado la media ante la Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que supone un gesto simbólico de defensa del sistema multilateral de comercio basado en reglas que hasta hace bien poco solía liderar EEUU.
Dado que estos aranceles –sobre todo los que afectan a México y Canadá– son imposibles de justificar por motivos económicos, vale la pena detenerse en la filosofía comercial trumpista para entender qué lo ha llevado a tomar una medida tan drástica. En primer lugar, Trump tienen una visión mercantilista de las relaciones comerciales. El mercantilismo, que fue la doctrina económica imperante en Europa antes de que Adam Smith planteara en el siglo XVIII las bases teóricas del liberalismo, se resume en que las exportaciones son buenas y las importaciones son malas. Segundo, Trump está convencido de que los países que tienen un superávit comercial bilateral de bienes con EEUU están robando a los norteamericanos mientras que aquellos que tienen un déficit son países dóciles con los que se puede dialogar. Esta visión maniquea le lleva a pensar que uno de los objetivos de la política comercial es eliminar los déficits comerciales bilaterales, y que la mejor forma de hacerlo es mediante el establecimiento de aranceles. Tercero, Trump piensa que los aranceles pueden generar a EEUU una elevada recaudación que compense las bajadas de impuestos que tiene previstas. Cuarto, piensa que los acuerdos comerciales, tanto los multilaterales como los de la OMC como los preferenciales como el USMCA, deben ser ignorados porque no benefician de forma suficiente a EEUU. Por último, está convencido de que, como EEUU es el mercado más rico del mundo y todos temen una guerra comercial, los países estarán dispuestos a hacer concesiones (tanto comerciales como de otro tipo) si Trump los amenaza con aranceles.
De poco sirve que exista una amplia evidencia teórica, histórica y empírica de que estos principios son, cuando menos, cuestionables. De hecho, el mercantilismo fue mucho menos eficaz que el liberalismo para generar crecimiento y prosperidad a partir de la revolución industrial y los acuerdos comerciales sirven para dar certidumbre a los exportadores y para dirimir conflictos de forma civilizada. Además, los déficits comerciales bilaterales tienen mucha menos importancia que el saldo global de la cuenta corriente, que describe las relaciones económicas de un país con el resto del mundo. Así, reducir el déficit bilateral con un país mediante aranceles simplemente elevará el déficit bilateral con otro. La única forma de reducir el déficit por cuenta corriente (que en sí mismo no es malo, siempre que sea financiable) es aumentando el ahorro nacional, pero para eso hay que subir impuestos y reducir el déficit público, que no es precisamente lo que propone Trump. Por último, se estima que la recaudación arancelaria resultante de gravar todas las importaciones estadounidenses sólo cubriría el 10% del gasto del gobierno federal, lo que hace inviable que los aranceles reemplacen a otros impuestos (tal vez esto fuera posible en el siglo XIX, cuando el estado del bienestar no existía).
Aunque a Trump le gusta mostrarse impredecible e incluso sostiene que “mostrarse como un loco” puede darle buenos resultados, es posible que esté utilizando la estrategia de “escalar para desescalar” para extraer concesiones. De hecho, Scott Bessent, su secretario del Tesoro (equivalente al ministro de Economía en España), aunque tiene ideas económicas más liberales, ha defendido el uso de aranceles para lograr objetivos no económicos, llegando a proponer un arancel del 2,5% mensual a todas las importaciones de EEUU hasta que los demás países se plieguen a sus demandas. El problema para Canadá –y en menor medida para México– es que no queda claro exactamente qué deberían hacer para contentar a Trump. Además, su fuerte reacción inicial sugiere que están dispuestos a ir a la guerra comercial.
Lo paradójico de todo esto es que, como bien explica Dani Rodrik, la teoría económica sugiere que incluso si un país establece aranceles, la respuesta adecuada de los demás debería ser responder con moderación. Esto se debe a que la mayoría del coste del proteccionismo –en términos de crecimiento e inflación– los acaba sufriendo quien establece los aranceles. Sin embargo, tanto las agresivas formas de Trump (que insinuó que Canadá debería ser un estado de EEUU) como el actual contexto geopolítico sugieren que lo más probable es que en los próximos meses veamos cómo se intensifica la guerra comercial (el Congreso y el Senado podrían revocar los aranceles, peor es poco probable que lo hagan dado el control del Partido Republicano por parte de Trump).
Es sólo cuestión de tiempo que los aranceles de Trump lleguen a Europa y a España. Por lo tanto, la UE tiene que tener la respuesta preparada.