A poco más de seis meses de las elecciones presidenciales donde Mauricio Macri probablemente se juegue su reelección, los demonios han vuelto a reemerger en Argentina. Por eso ya son muchos los que se preguntan si el país se enfrenta una vez más a su repetido y recurrente sino, el mismo que lo sitúa cíclicamente al borde del abismo. La manifiestamente mejorable gestión del macrismo al frente del gobierno ha estado marcada tanto por un aumento inicial de las expectativas, que lo sostuvieron durante bastante tiempo, como por un reciente estallido de frustraciones en cadena que en el peor de los casos podrían arrojarlo al definitivo ostracismo político.
Hasta ahora mantenía su vigencia la ecuación que permitía especular en un posible triunfo electoral de Macri en segunda vuelta en el caso de que se cumplieran dos condiciones previas estrechamente relacionadas entre sí. En primer lugar, que su rival del ballotage fuera Cristina Kirchner, ya que el rechazo a su regreso sería mayor que el rechazo a la gestión del oficialismo. Y segundo, que no se prolongara el deterioro económico, lo que implica un doble control básico, del tipo de cambio del dólar en relación al peso, por un lado, y de la inflación por el otro.
Pero el contexto ha cambiado y el declive de la economía es cada vez más preocupante. Recientemente se hizo público el dato de la inflación de marzo, un 4,7%. La de abril se estima en el 4%, lo que hace pensar en una inflación anual no inferior al 35%. Por su parte el riesgo país ha superado los 860 puntos y se ha convertido en un nuevo factor de inquietud.
El problema radica que la incertidumbre política (¿quién será el próximo presidente o presidente a partir de diciembre?) se retroalimenta con la incertidumbre económica. Y si bien algunos economistas señalan que ya se ha tocado fondo, que el ajuste fiscal ya ha cubierto sus objetivos y que los frutos de la recuperación económica estarían al caer, las dudas políticas son de tal calibre que hacen difícil a los actores económicos tomar decisiones racionales y no movidos por el temor y la preocupación. Y, en caso de confirmarse, ¿llegará a tiempo como para ser percibida por los votantes?
En este sentido, los mercados, teóricamente interesados en la existencia de un marco de estabilidad, un marco que eventualmente podría aportar la continuidad de Macri en el gobierno, son los mismos que introducen mayor ruido al tratar de evitar sorpresas que comprometan sus intereses, lo que en realidad termina favoreciendo a Cristina Kirchner. Así, por ejemplo, no sería descartable una importante corrida cambiaria en la semana posterior al 11 de agosto, fecha de realización de las PASO (elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias), si su resultado confirmara una abultada votación a favor del kirchnerismo y unos flacos resultados del oficialismo macrista. Entonces las orejas del lobo podrían asomar con fuerza. De ocurrir algo semejante, ni siquiera los fondos aportados por el FMI podrían resultar suficientes
En ese caso, ¿cuál será el futuro político argentino? De momento nadie lo sabe y las encuestas tampoco son capaces de darnos muchos elementos de juicio. Hay muchas opciones abiertas y si bien los plazos comienzan a agotarse (el 12 de junio deben estar cerradas las alianzas nacionales y el 22 del mismo mes definidas todas las posibles candidaturas) todavía hay mucho tiempo por delante.
Son diversas las opciones que están sobre la mesa y las dudas en torno a ellas. ¿Serán candidatos tanto Macri como Cristina Kirchner? ¿Qué potencial de desarrollo tiene la candidatura de Roberto Lavagna, de momento aparentemente estancada en su crecimiento? ¿Mantendrán los radicales su apoyo a Macri o se inclinarán por Lavagna? ¿Cuántos candidatos peronistas habrá y cuál será la relación del Partido Justicialista (PJ) más tradicional con el kirchnerismo y su principal dirigente? De todos modos, la cuestión más relevante, en torno a la cual se devanan los sesos los encuestadores y analistas políticos es la identidad de los dos contendientes en la segunda vuelta, clave para evaluar el futuro rumbo político de la Argentina.
Ahora bien, las respuestas a estas y otras preguntas dependerán de la gestión política que cada dirigente haga de sus propias circunstancias y también de la evolución de la coyuntura económica. Una acelerada y profunda marejada económica arrasaría con muchas de las opciones barajadas hasta la fecha como las más probables o más racionales. Pero nada está escrito.
En diciembre de 2015, cuando Macri ganó de forma ajustada la presidencia, se señalaba que sería un hecho histórico que pudiera terminar su mandato cuatro años después. En efecto, sería la primera vez desde 1946 (o incluso desde 1930) que un presidente civil no peronista elegido democráticamente puede concluir su período prefijado al frente de la política argentina. Sin embargo, tras el éxito relativo de las elecciones de medio término de 2017 las expectativas se dispararon, se redoblaron las apuestas y la reelección apareció como la meta más factible.
En las últimas semanas las tornas han vuelto a cambiar y donde ayer primaban las certezas hoy reina la incertidumbre. Y junto con ella el gran interrogante sobre la capacidad del peronismo de reinventarse una vez más y de seguir expresando, pese a todas sus limitaciones y contradicciones, a la mayoría de los argentinos. La esperanza de que Macri y su gestión permitiera enterrar al peor peronismo, y primar la ley y las instituciones sobre la demagogia y el clientelismo, aún tiene que ser confirmada.