De momento, la Cumbre de las Américas celebrada en Panamá ha generado dos ganadores netos (Raúl Castro y Barack Obama) y uno adicional (el sistema interamericano apuntalado). Los dos primeros han jugado con la ventaja de su veteranía (Castro) y su poder (Obama). El sistema de la OEA ahora depende del uso que hagan sus principales protagonistas, sobre todo Estados Unidos pero también de Cuba.
No cabe duda que, de momento, el presidente norteamericano se ha ganado un lugar en la historia al haber iniciado (según los indicios) los primeros pasos al corregir una política de más de medio siglo que había fallado en su objetivo fundamental: el fin del régimen castrista. En contraste con sus predecesores, ha dejado de lado una alternativa y sinuosa negociación con su antagonista cubano, y un imposible consenso con sus opositores interiores. En su lugar, Obama se lanzó a una oferta sin condiciones. Sabía o intuía que su contraparte cubana no tendría más remedio que asentir. Era una oferta que no se podía rechazar, muy a la americana. Cada uno era consciente de las limitaciones y fortalezas del otro.
Obama tenía suficiente información para detectar que el régimen cubano está llegando al borde de quedar exhausto económicamente y bajo la presión sutil de una población que ya lo ha aguantado todo. Los signos de debilitamiento de su protector venezolano, con el que intercambiaba favores sociales (educación y salud) por petróleo subsidiado, se cernían como un huracán caribeño sobre el régimen de Raúl. En lugar de haber favorecido la caída de la fruta madura (como muchos de sus antecesores había hecho) o apresurarse a capturarla, Obama optó por lo insólito: favorecer su supervivencia. Lo que provocó la ira de sus opositores en Washington y Miami, se ha revelado como una pieza de una estrategia que prima el medio y largo plazo en lugar de la incierta eficacia de la inmediatez.
Obama está apostando por la estabilidad del régimen cubano como mal menor a la producción de una explosión interior, los enfrentamientos entre sectores irreconciliables y la imposición de una solución militar más rígida que el control actual. Washington sabe que solamente las fuerzas armadas cubanas podrían garantizar el orden. Lo último que el Pentágono anhela es ejercer ese dudoso papel. De ahí que entre el apuntalamiento del régimen con Raúl y su dudosa transformación instantánea, se haya optado por el pragmatismo que desemboque en las plenas relaciones diplomáticas y el futuro levantamiento del embargo.
Raúl, corrigiendo la repetida exigencia del final del embargo como condición de cualquier negociación, sabiamente ha aceptado el reto. Se ha contentado con la expectativa del premio de consolación de recordar la historia (por otra parte, lamentable) de la política de Estados Unidos hacia Cuba, en su discurso de casi una hora en la Cumbre. Pero, como suavización, le regaló a Obama el reconocimiento de la ausencia de culpa de alguien que no había nacido con el triunfo de la Revolución Cubana. Castro ha contribuido de forma decisiva al triunfo de Obama.
El sistema interamericano tiene ahora una oportunidad de enderezar el endeble curso de su reciente historia. Hasta ahora, en cuanto al tema de Cuba, había un cierto consenso en presionar para la reincorporación del país caribeño, pero precisamente La Habana y Washington no daban su brazo a torcer, incapaces de modificar sus condiciones. Si se contempla la inserción de Cuba en el entramado actual, sin cambios en el sistema cubano, los obstáculos jurídicos son imponentes. Según los estatutos de la OEA, la incorporación de Cuba solamente podría producirse con la transformación del régimen cubano en un estado de derecho al modo de la democracia liberal con plena libertad económica.
En el plano de la especulación, puede contemplarse una adaptación gradual a la que ayudaría la curiosa membresía actual de Cuba como Estado (con la exclusión de su régimen). Pero mientras Cuba no de señales de una evolución inequívoca hacia la democracia formal y efectiva, cualquier otro experimento es dudoso. Por lo tanto, Cuba, si persiste en su status de régimen sin democracia liberal y economía centralizada, puede insertarse en el sistema intra-latinoamericano como miembro de CELAC, pero quedará fuera del interamericano existente.