Para valorar la alerta mundial de viaje por amenaza terrorista emitida el 2 de agosto por las autoridades de Estados Unidos, en principio vigente hasta finales de mes, conviene tener presentes al menos tres consideraciones. Una primera relacionada con la inversión en prevención del terrorismo que la Administración de dicho país lleva a cabo, una segunda relativa a la polémica sobre la acumulación de datos privados por los servicios de inteligencia norteamericanos y otra tercera que remite a errores acerca de la estimación de la amenaza del terrorismo yihadista en que se incurrió el pasado año en torno a estas mismas fechas.
En primer lugar, Estados Unidos gasta cada año, en recursos humanos y materiales dedicados a combatir el terrorismo, el equivalente a disponer de los medios necesarios para desbaratar con éxito casi un atentado al día contra ciudadanos e intereses del país norteamericano. Por tanto, si se considera altamente verosímil que ocurra un acto o una serie de actos de terrorismo contra blancos estadounidenses, sea donde fuere, pero la información disponible al respecto es incompleta y por consiguiente limitadas las posibilidades de desbaratar su ejecución, la Administración del Presidente Obama cumple con lo que espera la opinión pública estadounidense al emitir una alerta mundial de viaje relacionada con la amenaza.
Esa alerta se refiere en esta ocasión principalmente, pero no de modo exclusivo, a Oriente Medio y el Norte de África. Con anterioridad, el Departamento de Estado ha emitido alguna alerta excepcional de esas características. El 3 de octubre de 2010 lo hizo en relación a la posibilidad de que al-Qaeda y organizaciones terroristas afines cometieran atentados terroristas en Europa. Estuvo en vigor hasta finales de enero de 2011. Los razonamientos genéricos entonces utilizados para justificar un documento inusual, las recomendaciones incluidas en el mismo y la interpretación dada en numerosos medios de comunicación, favorecieron que la alerta fuese percibida como una alarma.
Ahora bien, después se pudo corroborar que, efectivamente, los líderes de al-Qaeda, en colaboración con una de sus entidades asociadas en el sur de Asia, planeaban por entonces la comisión de una serie de atentados, al estilo de los acontecidos en Bombay en 2008, en importantes ciudades de al menos cuatro países europeos entre los que se encontrarían Reino Unido, Francia, Alemania y, según parece, Grecia. Al igual que entonces, a la vista de la evidencia existente, ahora tampoco sería cabal subestimar el alcance de la amenaza terrorista, ni contra ciudadanos e intereses estadounidenses ni contra los de cualesquiera otras naciones occidentales.
En segundo lugar, por tanto, aunque la emisión de la alerta realizada por el Departamento de Estado coincide con el debate sobre la acumulación que los servicios de inteligencia norteamericanos hacen de datos extraídos de comunicaciones privadas a través del teléfono o de Internet, sería una equivocación entenderla como una manera de distraer la atención que suscita dicha polémica y poner de manifiesto la importancia que la adquisición de ese tipo de información tiene para conocer por anticipado y si es posible prevenir con éxito la comisión de acciones terroristas. Mejor atender a la última proclama de Ayman al Zawahiri o ponerse al corriente de los muchos miembros de Al Qaeda evadidos este año de prisión en convulsos países del mundo árabe.
En tercer lugar, las autoridades estadounidenses tratan, con la emisión de la alerta mundial de viaje y el cierre de sedes diplomáticas que la fundada amenaza terrorista ha provocado, evitar los errores en los que se incurrió el pasado año y que tuvieron en el atentado contra la legación norteamericana en la localidad libia de Bengasi su mayor exponente. Además de la amenaza sustantiva detectada en estos momentos, la evolución de los acontecimientos en algunos países del mundo árabe afectados por transformaciones políticas y contiendas por el poder ha favorecido las estrategias de movilización emprendidas por organizaciones terroristas de orientación yihadista.
Cuando los sucesos de Boston están aún recientes y, con ellos, tanto la renuencia de algunos sectores de la Administración del Presidente Obama a imputar ese tipo de violencia terrorista a visiones fundamentalistas y belicosas del credo islámico, como asimismo un énfasis desmesurado en las células independientes y los individuos aislados como fuente de la amenaza terrorista, la alerta emitida vuelve a situar el origen de esa amenaza, en sus expresiones más serias, donde no ha dejado de estar. Es decir, en la estructura terrorista global que forman al-Qaeda central y sus extensiones territoriales descentralizadas pero no desconectadas de la matriz.
A una de esas extensiones o ramas territoriales, concretamente al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) desde sus bases en Yemen, se atribuyen en estos momentos los preparativos de llevar a cabo algún atentado espectacular que han precipitado la alerta del Departamento de Estado. Pero si, como es el caso, los escenarios contemplados en esta última exceden el ámbito de la Península Arábiga, cabe pensar en la implicación de alguna otra de aquellas ramas, como la muy activa y cruenta al-Qaeda en Irak (AQI), una al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) a la espera de oportunidades favorables, o incluso Al Shabab.
Una reflexión adicional. Se espera que la difusión de una alerta de amenaza terrorista como la emitida por las autoridades de Estados Unidos tenga efectos disuasorios sobre los dirigentes de las organizaciones que estuviesen implicadas en la planificación y preparación de atentados. Pero no debe descartarse, en esta o futuras ocasiones, que por su resonancia estimule, sobre todo en el seno de las sociedades occidentales, la actuación por su propia cuenta de individuos o células independientes, sin conexión con esas entidades dotadas de liderazgo y estrategia que van a continuar siendo la principal fuente de la amenaza inherente al terrorismo global.