La Asamblea General de Naciones Unidas designó ayer a Antonio Guterres como Secretario General para un próximo periodo de 5 años, a partir del 1 de enero de 2017.
El nombramiento, tras la recomendación unánime por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones el 6 de octubre, culmina un proceso de elección que había generado expectativas creíbles sobre la posibilidad de que, después de 70 años, se eligiera por primera vez a una mujer como Secretaria General. El resultado, que representa sin duda un fracaso para esas aspiraciones compartidas por varios Estados miembros, ha vuelto a poner de manifiesto las enormes dificultades que persisten, también en el propio seno de las Naciones Unidas, en la promoción de la igualdad de género.
Por primera vez, había mujeres candidatas al puesto (un total de 7, frente a 6 hombres). Y por primera vez, se daban las condiciones para que el sistema de selección fuera más abierto, transparente e inclusivo.
No hay duda de la idoneidad de Antonio Guterres, tanto por su trayectoria (ex primer Ministro de Portugal entre 1995 y 2002, y ex Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, durante una década) como por su perfil (dialogante, y comprometido con los objetivos de la Carta de las Naciones Unidas). Sin embargo, no es menos cierta la experiencia, cualificación y perfil de, por ejemplo, candidatas como Helen Clark (ex primera Ministra de Nueva Zelanda y actual Directora ejecutiva del PNUD), o Kristalina Georgieva (ex vicepresidenta del Banco Mundial, y actual vicepresidenta de la comisión europea), que entró en la competición en el último momento, propuesta por Bulgaria. Ni siquiera las expectativas que apuntaban a que el/la elegido/a sería un candidato de Europa del este –condición que parecía exigir Rusia– han jugado a favor de la elección de la primera Secretaria General de Naciones Unidas en la historia de la organización. A igualdad de méritos y de perfiles, se ha optado, de nuevo, por elegir a un hombre.
Desde el inicio del proceso, los miembros del CSNU otorgaron en las straw- polls (las encuestas informales y anónimas en las que los miembros del Consejo de Seguridad “alientan o desalientan” a los candidatos en la competición) la valoración más baja a las mujeres, y sólo Susana Malcorra logró situarse entre los cinco primeros puestos, a pesar de algunas de las candidatas contaban con un perfil objetivamente más adecuado que algunos de sus compañeros varones. La ministra de asuntos exteriores argentina Malcorra, exjefa de gabinete del actual Secretario General, reconoció la existencia de un “persistente sexismo” en Naciones Unidas y de las dificultades para superar el “pequeño margen negativo contra las mujeres” que, en igualdad de cualificaciones, pervive en una organización cuyo CSNU es un buen ejemplo de desequilibrio de género (14 embajadores, y una embajadora, la estadounidense Susan Rice).
Las múltiples iniciativas y campañas para que, después de 70 años, se eligiera a una mujer al frente de la secretaría general de Naciones Unidas venían avaladas principalmente por dos argumentos: la importancia del impacto simbólico del puesto; y, sobre todo, el fracaso de Naciones Unidas para utilizar sus recursos y su capacidad para promover la igualdad de género de manera efectiva. Las cifras son elocuentes: en la última década y según datos de ONU Mujeres, sólo el 24,6% de los puestos de decisión más altos han estado ocupados por mujeres en el seno de la organización, y no ha habido progresos reseñables en los nombramientos. Sólo el 15% de los embajadores antes NNUU son mujeres. En 2015, solo hay 37 mujeres frente a 129 hombres en los puestos más altos de la organización, lo que representa un escaso 13% de mujeres.
Antonio Guterres –como la mayoría de los candidatos en liza– defendió sus credenciales feministas y aportó datos sobre la promoción de la igualdad de género que había impulsado durante su etapa como ACNUR, en la que trató de superar, según sus palabras, la “cultura masculina dominante”. En sus comparecencias argumentó que ACNUR había alcanzado la paridad de género en todas las áreas dependientes de la decisión directa del Alto Comisionado, convirtiéndose en una de las 7 entidades de Naciones Unidas que había alcanzado la paridad en la promoción de los puestos senior. Asegurando estar “totalmente comprometido con la paridad”, se comprometió, si era elegido, a presentar “una hoja de ruta para la igualdad de género en todos los niveles, con indicadores y plazos”.
Naciones Unidas ha perdido una oportunidad histórica. Habrá que esperar por lo menos otra década –el nombramiento es para 5 años, pero la tradición es renovarlo por un segundo mandato– para tener, de nuevo, la oportunidad de elegir a una mujer al frente de la organización internacional. Hablaremos de 80 años y de 9 Secretarios Generales. Sin embargo, Antonio Guterres tiene una ocasión también única, desde el inicio de su mandato, de tratar de superar el desequilibrio de género del que adolece el liderazgo de Naciones Unidas, en particular en la Secretaría General, nombrando mujeres en puestos clave de toma de decisión. Es también esencial que haga de la promoción de los derechos y libertades de las mujeres y las niñas en el mundo una prioridad, dedicando para ello más recursos humanos y financieros de la organización.
El sistema de Naciones Unidas ha sido incapaz de dar respuestas a algunos de los desafíos más acuciantes que tiene la comunidad internacional. La promoción de la igualdad de género en el mundo, y en la propia organización, no debería sumarse a esa lista. La hoja de ruta para la igualdad de género que ha comprometido el nuevo Secretario General de Naciones Unidas puede ser una pieza clave para lograr este objetivo.
Nota: todos los artículos de opinión y análisis recogidos en este post han sido elaborados por mujeres. #HayExpertas.