El 8 de marzo tiene lugar el Día Internacional de las Mujeres. Desde que Naciones Unidas proclamara la institucionalización de esta fecha, han transcurrido 45 años. Casi medio siglo de avances que, por supuesto, hemos de celebrar. Sin embargo, hablar de conmemoración sin más en este caso no es posible, sino que requiere de connotaciones que nos permitan tratar con rigor la situación –desfavorable– que viven las mujeres en nuestras sociedades. También en un espacio tan desarrollado económica y socialmente como es la Unión Europea.
Hace cuatro años, la Comisión Europea publicaba sus conclusiones sobre el Compromiso Estratégico para la Igualdad de Género 2016-2019. Entre sus objetivos se encontraban, a modo de resumen: el aumento de la participación femenina en el mercado laboral, la disminución de las brechas salariales, equiparar la capacidad de toma de decisiones, combatir la violencia de género e incentivar la igualación de derechos con los hombres. Las propuestas corroboraban el Pacto Europeo por la Igualdad de Género (2011-2020). En este informe se valoran, una vez finalizado el periodo del compromiso, fortalezas y debilidades del mismo. A pesar de las dificultades metodológicas, se destaca la visión amplia que ofrece y su capacidad para influir en la intervención política. Por el contrario, se ha constatado una débil comunicación y coordinación de los objetivos, que han de ser más claros.
En este sentido, la participación en el mercado laboral es clave. Y no solo por la cantidad de mujeres que se incorporan al mismo, sino también por el modo en que lo hacen. Aquí es posible hablar de dos aspectos concretos y directamente relacionados con el ámbito laboral: la segregación horizontal y vertical del mercado de trabajo. El primero de ellos se centra en la distinta orientación laboral de hombres y mujeres, algo que, sin necesidad de ser negativo, tiene amplias implicaciones de carácter sociocultural; por su parte, el segundo concepto entiende que mujeres y hombres no son tratados por igual en lo que al acceso a altos cargos se refiere. Este último caso tampoco debiera ser necesariamente perverso si su fundamentación fuera meramente formativa, es decir, en términos de capacidades adquiridas. Sin embargo, ello tiene difícil justificación ante la creciente formación de las mujeres, que incluso supera a la de los hombres en la educación universitaria o terciaria (25,6% de las mujeres y 24,7% de los hombres en la Unión Europea, según datos del año 2017 del Instituto Europeo de Igualdad de Género, EIGE de aquí en adelante por sus siglas en inglés).
La segregación (horizontal) de la orientación laboral sigue una tendencia homogénea dentro de la Unión Europea cuando hablamos de la dedicación a algunas actividades como la salud o la educación. Es este un foco del empleo femenino y no tanto masculino. Sin embargo, también existe segregación dentro de tales ramas de actividad, siendo habitual la distinción entre doctores (donde suelen ser mayoritarios los hombres) y enfermeras (en femenino, por la mayoría de mujeres dedicadas a tal actividad). Pero ¿cómo cambiar esta situación? Las relaciones y diferencias en términos de género son fruto de construcciones socioculturales, que podemos considerar arraigadas dentro de nuestras sociedades.
Por su parte, el EIGE sintetiza la desigualdad vertical en el mercado de trabajo en términos políticos, económicos y sociales bajo una dimensión que denomina poder. En su intento de cuantificar diversos aspectos que influyen en la igualdad de género, lo que obtiene es que esta variable es la menos igualitaria dentro de la Unión Europea. Lejos quedan otros problemas como las tareas de cuidado o el acceso a recursos financieros. Aquí se argumenta que es posible distinguir entre dos causas para explicar estos problemas: el “efecto cohorte”, por un lado, argumenta que esta desigualdad de acceso a altos cargos es consecuencia de la tardía incoporación de las mujeres al mercado de trabajo, con lo que la solución llegará con el tiempo; por otro lado, la existencia de un “techo de cristal” que implica que estas dificultades son consecuencia de factores de carácter estructural, es decir, insertos en nuestas sociedades.
En cuanto a las desigualdades verticales, se ha extendido la existencia, en términos metafóricos, de este “techo de cristal” para las mujeres en el ámbito laboral. Las dificultades de acceso a puestos de mayor responsabilidad quedan patentes en los datos, con los países del este de la Unión Europea marcando de manera clarificadora una tendencia, cuando menos, poco deseable. Sin embargo, los países más desarrollados de la región tampoco escapan al problema. Es habitual encontrar un mayor número de hombres en el ámbito político o en los consejos de administración de la empresa privada, entre otros. Este problema supera las construcciones sociales y nos permite constatar una clara discriminación. Casos paradigmáticos son Austria, Croacia, Eslovaquia, Países Bajos o República Checa, donde todos los miembros de la junta del Banco Central son hombres (datos del EIGE, 2017).
Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que estamos muy lejos de alcanzar la igualdad de género real y efectiva. Ningún país lo ha logrado, ni siquiera los más avanzados de la UE.
Ante los hechos explicados, parece que la hipótesis del “techo de cristal” no es descabellada. La esperanza radica en que los cristales se pueden romper. Muestra de ello es que algunas mujeres también participan en puestos de alta responsabilidad. Pero otras permanecen pegadas a un suelo frágil, resbaladizo, pegajoso, del que es difícil salir. Si lo que queremos es una sociedad integrada por personas iguales, necesitamos una mayor proactividad desde las instituciones europeas. Está en juego alcanzar una justicia tan necesaria como lejana. Sin dejar de lado los avances conseguidos, necesitamos una mayor concienciación sobre los “techos” que, a lo largo de la historia, se han construído. El Día Internacional de las Mujeres es una buena oportunidad para recordar que se pueden romper. Conmemoramos que seguimos el camino de la igualdad, pero con el reclamo de medidas más efectivas que conviertan a la Unión Europea en una sociedad realmente unida, igualitaria y justa.