La crisis del COVID-19 está provocando grandes alteraciones en el comercio internacional. El mundo ya había entrado desde hace algún tiempo en un fase de desglobalización (de slowbalization, según un término que se ha puesto de moda), que se prevé se intensificará con la pandemia. Con el COVID-19 se abren nuevas incertidumbres sobre el futuro y la estructura de la globalización.
El comercio internacional ya dio muestras de frenazo en 2019, con una caída de las exportaciones mundiales de un 3% en valor, según la OMC. La pérdida de fuerza de las cadenas globales de valor, el proteccionismo, el reshoring (retorno al país de origen de actividades productivas que habían sido deslocalizadas), son algunos de los factores comúnmente citados para explicar esta moderación del comercio.
Con la pandemia se prevé un fuerte empeoramiento. La OMC pronostica que el comercio mundial caerá entre un 13 y un 32% en 2020. La UNCTAD ha revisado sus previsiones sobre la evolución de las inversiones directas extranjeras (IDE) en la economía mundial como consecuencia del coronavirus: su caída podría estar en el orden de un 30-40% en 2020-2021.
La OCDE ha recapitulado en una reciente publicación cómo ha afectado el COVID-19 a los flujos económicos internacionales:
- Las cancelaciones y suspensiones de vuelos han limitado la capacidad de transporte de carga en los aviones. Los periodos de entrega de mercancías también han aumentado.
- El tráfico de mercancía en los puertos ha bajado. Cerca de 50 países han modificado sus protocolos de procesamiento de mercancías en los puertos.
- Cuando estalló la crisis a nivel internacional un elevado porcentaje de contenedores se encontraba en puertos chinos. Las restricciones para moverlos han provocado escasez de los mismos.
- Las medidas de confinamiento han restringido la disponibilidad de trabajadores en los puertos. Igualmente han afectado a la disponibilidad de trabajadores necesarios para otras labores, como inspecciones, certificaciones, etcétera.
- En general las cadenas globales de valor se han visto afectadas por la necesidad de implantar medidas sanitarias y de seguridad adicionales, para todos los trabajadores implicados.
- El proteccionismo se ha reforzado. La OCDE señala en su nota que más de 60 países han adoptado medidas restringiendo la exportación de productos esenciales (incluidos productos agrícolas).
Más argumentos contra la globalización
Más preocupante a medio y largo plazo es el hecho de que la crisis de la pandemia está dando más munición a los enemigos de la globalización, a los que piensan que ésta ha llegado demasiado lejos, que ha restringido la autonomía de los países, que genera desigualdades.
El COVID-19 ha puesto de relieve los riesgos de depender de suministros exteriores para productos estratégicos.
Las fuerzas políticas populistas y antiglobalización, que ya estaban creciendo, se van a ver probablemente reforzadas.
El papel de las cadenas globales de valor va a ocupar un papel clave en este debate. Como punto central de discusión están las ventajas económicas de la diversificación de suministros a través de las cadenas, frente al riesgo que supone la dependencia de estos suministros desde localizaciones alejadas.
Muchos defienden ya la necesidad de reducir la dependencia en lo que se refiere a bienes esenciales. Argumentan que hay que renacionalizar o acortar las cadenas de valor. Los gobiernos tendrán que reevaluar cuáles son los productos estratégicos para los cuales es indispensable asegurar una producción nacional, según estos planteamientos.
Previsiblemente se reforzará la tendencia, que ya se viene registrando desde hace tiempo, hacia una regionalización del comercio, o producción en proximidad, es decir, en localizaciones cercanas y confiables. Para los países europeos el marco geográfico de máxima seguridad está muy claro: dentro de las fronteras europeas.
En el pasado, las decisiones de deslocalización estaban basadas en motivos económicos: principalmente reducir costes. Ahora, entrarán en juego consideraciones de seguridad nacional, salud pública, geopolítica.
Estos cambios tendrán un efecto negativo para muchos países en desarrollo, reduciendo sus posibilidades de desarrollo industrial a través de la integración en cadenas globales de valor.
Si las aguas de la globalización ya estaban agitadas a principios de año, ahora ha estallado una tormenta. Es difícil, prácticamente imposible, hacer previsiones con márgenes razonables de seguridad. Las incertidumbres son muchas, primero en relación con la propia duración de la epidemia. Pero si a las tendencias que ya existían a la desglobalización añadimos los trastornos causados por COVID-19, está claro que la globalización se enfrenta a tiempos difíciles.