Para muchos de sus habitantes y para millones de visitantes (y también para los que nunca la han pisado, pero sueñan con hacerlo algún día) París es una palabra llena de connotaciones positivas. Pero ahora, hasta que vuelva a recuperarse del trauma sufrido el pasado 13 de noviembre, evoca inevitablemente todo lo contrario. Así, en un apresurado repaso por las palabras que estos días se están asociando a la ciudad, cabe destacar las siguientes:
Terrorismo
En este caso no puede haber ninguna duda sobre la naturaleza de lo ocurrido: ha sido un golpe indiscriminado contra población civil, con el fin de provocar un cambio en la actitud del gobierno francés (implicado militarmente en Magreb, Sahel y Oriente Medio). Pero conviene volver a recordar que no existe una definición consensuada a nivel internacional sobre ese término, lo que permite que sea usado frecuentemente para designar a los enemigos políticos (tal como, por ejemplo, hace en Egipto el golpista Al Sisi al tratar a los Hermanos Musulmanes como terroristas).
El terrorismo es un rasgo que define nuestro mundo y, desgraciadamente, no cabe imaginar que haya forma alguna de eliminarlo a medio plazo. Nos afecta a todos pero, como nos recuerda nuevamente el Global Terrorism Index 2015, de los once países en los que se produjeron el pasado año más de 500 muertes por atentados terroristas, no hay ninguno del mundo occidental. El 78% de todas las víctimas mortales (32.658) se registraron en Afganistán, Irak, Nigeria, Pakistán y Siria.
Miedo/temor
No habría una victoria más relevante para Daesh que conseguir que el temor y el miedo nos paralicen o nos hagan renunciar a nuestros valores y principios. Es prioritario que volvamos a recobrar la normalidad de nuestras vidas diarias, asumiendo incluso que una sociedad abierta no puede librarse de esa amenaza, salvo que se militarice a unos niveles incompatibles con nuestra forma de entender la vida. Pero también es fundamental que los gobernantes no caigan en la tentación de generar un alarmismo innecesario (como el propagado por el primer ministro francés al referirse a la posible utilización de armas químicas o biológicas), aprovechando para recortar los derechos y libertades que nos definen como sociedades democráticas y Estados de derecho, con la inalcanzable promesa de una seguridad absoluta.
Estado Islámico
Sabemos que Daesh (así como al-Qaeda y otros grupos yihadistas) es una amenaza bien real, con capacidad y voluntad para matar a quienes no se subordinan a su delirante dictado, sobre todo en sus feudos principales, pero también en nuestros países. Pero, como premisa inicial para aspirar a derrotarlo algún día, conviene que afinemos en los conceptos que les asignamos. Su fantasmagórico califato será sin duda desmantelado (como ya antes ha ocurrido con los proclamados en Nigeria, Malí o Somalia), pero hasta que eso llegue deberíamos eliminar de nuestro vocabulario la idea de que se trata de un Estado, por mucho que su alucinación les haga verse como tal. Del mismo modo, tampoco es Islámico, en la medida en que no representa a ese amplio y complejo mundo que va desde Indonesia hasta Mauritania, abarcando un total de 57 Estados que se integran en la Organización de la Conferencia Islámica. Por la misma razón, no cabe referirse a sus combatientes como soldados, ni a su brazo armado como un ejército. Daesh es un grupo insurgente que lleva a cabo indistintamente acciones terroristas, insurgentes y de combate convencional.
Guerra
En un mundo mediático en el que también se habla de guerra contra el cáncer o contra las drogas resulta tentador emplear la misma expresión para responder a la amenaza yihadista. El debate suscitado en estos días (igual que ocurrió ya tras el 11-S) quedaría clausurado si hoy –tras adoptar una estrategia exclusivamente militarista en Afganistán y en Irak durante más de una década– al-Qaeda y los talibán hubieran sido eliminados y si ambos países fueran Estados funcionales. Pero la triste realidad nos muestra un panorama totalmente distinto, lo que nos debe llevar a concluir que, si bien es necesario activar un componente militar en la respuesta, no se logrará nunca terminar con Daesh (ni con los demás yihadistas) a través de operaciones militares.
Lo máximo que se puede lograr por esa vía es descabezar un grupo o desmantelar sus capacidades en un momento determinado; pero si la respuesta no asigna el protagonismo principal a los instrumentos políticos, sociales y económicos (y hasta ahora eso no ha ocurrido ni en lo que respecta a nuestros propios países ni, mucho menos, a los del marco árabo-musulmán) poco podemos esperar nuevamente del despliegue militar que va tomando cuerpo ante nuestros ojos.
Aniquilar/desmantelar
Francia será “implacable” dicen sus gobernantes, mientras los rusos hablan de “exterminar” a los terroristas. Aunque puedan resultar expresiones comprensibles para François Hollande (intentando recuperar un cierto grado de popularidad y cerrar el flanco por el que el Frente Nacional le resta votos sin descanso) y para Vladimir Putin (con un 89% de popularidad según acrecienta su perfil militarista); ambos saben que el objetivo está fuera de su alcance. En primer lugar, porque saben que no hay solución militar contra Daesh. Además, porque, metidos en el escenario militar, también saben que sin tropas terrestres no será posible, ni siquiera, desmantelar su actual capacidad. Y dado que ninguno está dispuesto a meter a sus soldados en un avispero de tal naturaleza, solo les queda encontrar algún improbable o indeseable aliado local –sean soldados iraquíes, milicias chiíes iraquíes, Hezbolá, pasdarán iraníes o incluso soldados leales a Bashar al-Assad. Y ninguna de esas opciones parece ni operativa ni recomendable, salvo que queramos seguir jugando con un fuego que nos volverá a quemar de inmediato.
Alianza/Coalición única
Más recientemente comienza a insinuarse la creación de una alianza o coalición única para luchar contra Daesh. Llevados por ensoñaciones infundadas ya hay quien ve en los bombardeos que Moscú y París han llevado a cabo en estos últimos días (que necesitan un cierto grado de comunicación bilateral para evitar accidentes o esfuerzos duplicados) la recreación de una coalición como la que se conformó en su día contra la Alemania nazi. Basta con pensar mínimamente en las diferencias que separan a Rusia, Estados Unidos, Francia, Irán, Arabia Saudí yTurquía (y tantos otros hoy presentes militarmente en la zona), para hacernos una idea inmediata sobre la imposibilidad de tal alianza. El único elemento común podría ser la derrota de Daesh (y aún eso resulta muy aventurado, a la luz de tanta permisividad como la que encuentran los yihadistas en la región) y eso no basta para ir mucho más allá. Por cierto, ¿Y España? Ah, sí; en campaña electoral.