El acuerdo entre Arabia Saudí, Qatar, Rusia y Venezuela para congelar la producción a niveles de enero es la primera señal que mandan los productores de petróleo desde que se iniciase la caída de los precios. Como señal es bastante tenue, pues difícilmente se podría haber hecho menos. Nada de recortes de producción, hoy impensables pese a un exceso de oferta de unos 1,5 millones de barriles diarios. Además, el ministro saudí al-Naimi se apresuró a aclarar que todo dependería de que otros grandes productores se sumasen al acuerdo. Es evidente que no estaba pensando en Kuwait o Emiratos Árabes Unidos, que bien podrían seguir la senda de su aliado saudí, sino en Irán e Irak.
Irán ha aumentado su producción tras el levantamiento de las sanciones y no piensa renunciar a su objetivo de seguir aumentándola hasta alcanzar el nivel previo a su imposición, lo que supondría un millón de barriles diarios adicionales. Irak está en niveles récord de producción y creciendo, incluyendo el Kurdistán, y necesita recursos para sufragar la guerra contra el ISIS. Al estar fuera de la disciplina OPEP (no está sometido a cuotas para ayudar a la reconstrucción del país), podría alinearse con Irán sin grandes costes políticos. Si se les eximiese de sumarse a la congelación de la producción, ambos países ganarían cuota de mercado a expensas de otros productores.
No resulta plausible que Arabia Saudí y sus aliados del Golfo Pérsico lleven año y medio defendiendo su cuota para cederla ahora a Irán y deteriorar su posición en los delicados equilibrios geopolíticos de la región. Pero si así fuese, la producción seguiría creciendo en los próximos meses y el exceso de oferta se agravaría. Y en el dudoso caso de que Irán y/o Irak se sumasen al acuerdo, la oferta se estabilizaría en los niveles actuales. Es decir, la propuesta es algo más que no hacer nada, y desde luego mejor que convocar una reunión extraordinaria de la OPEP (o de ésta con Rusia) para cerrarla sin poder acordar recortes de producción. Pero el impacto parece limitado en un contexto de mercado caracterizado por la sobre-oferta de petróleo, como muestra que, tras la euforia inicial, los precios del petróleo moderaron las ganancias para terminar casi planos.
Ya a finales de enero se rumoreó que la OPEP y Rusia estaban considerando recortes de producción en el entorno del 5%, pero quedaron en nada. El mensaje de febrero de congelar la producción es más modesto, limitado a menos países, y sobre todo contingente, pues depende de las decisiones de otros productores. Queda por aclarar el papel de Rusia, que ha pasado de defender su autonomía como productor y de aumentar sin cesar la producción en los últimos años a considerar la posibilidad de ligar su política de extracción a la de algunos productores de la OPEP, con los que por cierto confronta por su apoyo a al-Assad en Siria, donde los saudíes acaban de anunciar una posible intervención directa.
Una vez matizado el alcance del acuerdo anunciado y planteados los obstáculos existentes para que se materialice, debe reconocerse que como mínimo revela la necesidad de los productores de mandar algún mensaje que frene la caída de los precios. El invierno está siendo cálido en el Hemisferio Norte, la demanda no repuntará hasta la llegada de los desplazamientos estivales, las reservas de petróleo y productos derivados de los países consumidores están en máximos, y las previsiones de precios son sistemáticamente revisadas a la baja. La suma de Rusia no resulta sorprendente, pues llevaba meses buscando la aquiescencia de Arabia Saudí para poder hablar siquiera de tomar medidas. Resulta más revelador el cambio de actitud de Arabia Saudí reviviendo la OPEP…con ‘P’ de Putin.