Si algo bueno ha producido la pandemia ha sido el descubrimiento de que no hace falta viajar para asistir a una reunión de trabajo con colegas de otra ciudad u otro país, y de que gran parte de las tareas que desarrollan muchos profesionales y empleados puede hacerse desde cualquier parte con un ordenador y una buena conexión a internet. Los medios técnicos ya estaban ahí, pero la inercia frenaba su utilización masiva. Ahora, con este empujón externo e inesperado, es difícil e improbable que volvamos a la antigua normalidad presencial de forma generalizada.
La difusión del teletrabajo tiene consecuencias sociales y económicas de muchos tipos, que sólo conoceremos en profundidad a lo largo de los próximos años, pero hay una que destaca de forma inmediata: el teletrabajo permite disociar el lugar de residencia del empleado o del profesional autónomo, dedicados a tareas no manuales, del de la empresa, la organización que contrata o el cliente. Si el trabajo puede realizarse desde cualquier lugar, disminuyen los factores que impulsan las migraciones hacia los centros de actividad, ya sea entre países o dentro de los países, desde las zonas rurales o ciudades medias hacia las grandes urbes.
Obviamente esto no es aplicable a los trabajadores manuales y del sector de los cuidados personales que exigen la cercanía física, de modo que la inmigración dedicada a esas tareas, en general poco cualificada, y que supone la mayor parte de la migración internacional que recibe nuestro país, no se verá afectada. Pero sí afectará a la inmigración cualificada, la que muchos países hacen esfuerzos por atraer con programas especiales y facilidades de entrada y asentamiento, como la propia Unión Europea, Países Bajos, Reino Unido, Canadá o Estados Unidos, que compiten entre sí por la atracción de ese tipo de migrantes.
Las tareas de tipo administrativo, creativas, de gestión de la información y de los datos, de diseño, o cualquier otra de tipo no manual pueden realizarse en un país para atender a clientes o empresas de otro. La práctica ya generalizada de los call centers que ofrecen atención a los clientes de empresas del primer mundo desde la India, Filipinas, Costa Rica, Ucrania o cualquier otro lugar de salarios bajos, puede extenderse, a raíz de la experiencia de la difusión del teletrabajo por la COVID-19, a otros servicios y profesiones de mayor exigencia formativa. Se crearía así un mercado de trabajo global, en el que profesionales de los países en desarrollo competirían, desde sus propios países, con los del mundo más rico, en condiciones de ventaja porque podrían ofrecer sus servicios a un menor coste, como señala Branko Milanovic.
A la disyuntiva entre las estrategias de “deslocalizar” el trabajo o atraer inmigrantes, ambas diseñadas para reducir costes de producción, se añade ahora para las empresas esta tercera, el teletrabajo, que puede convertirse así en un nuevo freno a la migración internacional de los trabajadores cualificados más demandados.
Por las mismas razones, la extensión del teletrabajo podría también afectar a la emigración española de jóvenes universitarios. Muchos de estos, que retornaron deprisa a España en la primavera de 2020, cuando se decretaron los sucesivos confinamientos en los diferentes países europeos en que residían, han descubierto que podían seguir trabajando desde España para sus empresas en Alemania, Suiza, Reino Unido o cualquier otro lugar (entrevistas realizadas a emigrantes españoles en el otoño de 2020 en el marco del proyecto “La emigración y el retorno de los madrileños”). Aún no está claro hasta qué punto ese descubrimiento se traducirá en un retorno permanente a España, o de qué forma el teletrabajo evitará la salida de nuevos emigrantes cualificados españoles.
En el interior de los países, este cambio implica transformaciones en la lógica que regía hasta ahora la elección de la vivienda, que obligaba a la concentración de la población en los mismos lugares en que se encontraban los focos de actividad económica o administrativa, atrayéndola hacia las ciudades.
El teletrabajo se convierte así en una herramienta de cambio en la dinámica territorial que puede tener un impacto positivo en la distribución de la población, favoreciendo la dispersión hacia las zonas rurales y las ciudades medias, y contrarrestando la dinámica de “vaciamiento” de buena parte de la España interior. En su último Informe anual, el Banco de España recoge indicios de que ese movimiento de dispersión ya está produciéndose: aumenta la venta de viviendas en las zonas rurales, y Madrid pierde población a favor de otras provincias. Los portales inmobiliarios ya señalaron en 2020 que se estaba registrando un cambio en las preferencias de los inquilinos o compradores a raíz de la experiencia del confinamiento: la búsqueda de viviendas más grandes, con espacios al aire libre, como terrazas o jardines. Esa variación en el mercado favorece a las zonas donde el precio del metro cuadrado de la vivienda es menor: a las periferias frente al centro de las grandes ciudades, y a las zonas rurales o ciudades medianas frente a las grandes.
Los núcleos medianos (que actúan como motores de actividad y poblamiento en el territorio de su alrededor) y los pequeños, tienen no sólo mucho menores precios de la vivienda, sino, en general, un coste de la vida más bajo, de tal modo que el profesional que puede teletrabajar se beneficia de una mayor capacidad adquisitiva al trasladarse a ellos. Pero, para que esta tendencia se generalice y esa dispersión de la población se consolide, es imprescindible una nivelación de los elementos que componen la calidad de vida de los núcleos pequeños y los grandes, a través de la provisión de servicios públicos y la cobertura de banda ancha, como señala el reciente estudio para el Parlamento Europeo, The Demographic Landscape of EU territories, y recoge también el español Plan de Recuperación. 130 medidas frente al reto demográfico. La propia Comisión Europea, a través de su vicepresidenta Dubravka Šuica, se ha comprometido a que la banda ancha llegue a todas las zonas rurales europeas en el 2025.
En definitiva, la extensión del teletrabajo supone una transformación radical en las lógicas que gobiernan la relación entre el empleo y la distribución territorial de la población, y abre una vía hacia cambios sustanciales en las migraciones nacionales o internacionales de trabajadores no manuales. Habrá que prestar atención en los próximos meses y años a las regulaciones estatales del teletrabajo, a la posición de los sindicatos, al avance de las inversiones privadas y públicas en la extensión de la banda ancha, a las nuevas aplicaciones que facilitan el trabajo a distancia…y a sus resultados sobre la ocupación del territorio.