Aunque desde la creación de la UE la libre circulación de personas ha sido uno de sus derechos fundamentales, dos acontecimientos acaecidos en los últimos meses han supuesto una seria amenaza para la misma.
En febrero de 2014, Suiza votó favorablemente a la iniciativa “Contra la inmigración masiva”, impulsada por el partido populista Unión Democrática de Centro, que impone cuotas a la entrada de trabajadores comunitarios. A pesar de que el resto de partidos políticos y la mayoría de agentes sociales se posicionaron en contra de la medida, el 50,3% de los suizos la apoyaron dejando al país inmerso en una grave crisis institucional con la UE. Y es que si bien Suiza no pertenece a la misma, entre ambos existe un importante paquete de acuerdos bilaterales que, además de la movilidad de personas, afectan a otros ámbitos tales como el libre comercio, el transporte o la investigación. A este respecto el problema para Suiza viene dado por la denominada “cláusula guillotina”, según la cual si se suspende un acuerdo todos los demás caen junto a él. Tal y como dijo la por entonces la vicepresidenta de la Comisión Europea Viviane Reding, “el paquete de acuerdos UE-Suiza es un bloque compacto en el que no caben agujeros cual queso de Gruyère”.
Por su parte, David Cameron confirmó tras su victoria en las elecciones del pasado mayo que convocará un referéndum acerca del futuro del Reino Unido en la UE, y ha manifestado su intención de pedir el voto favorable a permanecer en la misma, siempre y cuando pueda renegociar una serie de reformas que supongan un nuevo status quo del país dentro de la UE más acorde a sus intereses, entre las que destacan incluir ciertas restricciones a la libre movilidad de personas. En caso de que no lo consiguiera, todavía no ha despejado cuál sería su posición, si bien la presión de un sector de su partido y del creciente UKIP podría ser determinante para que terminara apoyando una salida de la UE.
Ante esta realidad cabe preguntarse cuáles son los motivos que están empujando a dos sociedades prósperas que han sorteado relativamente bien la crisis a decantarse por el establecimiento de barreras a la entrada de trabajadores comunitarios (barreras a la movilidad europea), con el consiguiente alejamiento de la UE en muchos otros ámbitos. Podría suponerse que un elemento clave es la presión demográfica que ha supuesto este flujo en ambas sociedades –el peso de la población comunitaria en Suiza y Reino Unido se ha incrementado en 3,3 y 2,7 puntos porcentuales respectivamente en la última década-, con los problemas que ello origina tales como la competencia laboral, el encarecimiento de la vivienda, una mayor saturación de los servicios públicos o la aparición de conflictos culturales. En tal caso, aquellas zonas con mayor densidad de ciudadanos de la UE serían las más proclives a frenar el flujo migratorio. Sin embargo los datos muestran cómo no existe una correlación positiva a tal efecto sino todo lo contrario.
Igualmente, si se aglutinan los resultados incluyendo la renta per cápita y la naturaleza socio-política de cada territorio pueden observarse otros determinantes detrás del voto en relación a la integración europea.
Ambos gráficos muestran cómo, por lo general, en aquellas zonas donde hay un mayor número de inmigrantes comunitarios el porcentaje de voto eurófobo es menor y existe un mayor dinamismo económico. La explicación a este comportamiento residiría en que los inmigrantes comunitarios se desplazan a aquellas áreas con mayor demanda de trabajo, donde contribuyen al desarrollo económico; y conscientes de esta realidad y de lo que supondría quedarse fuera del mercado laboral europeo, los nativos se muestran favorables a mantener los vínculos con la UE. Así pues, no parece casualidad que las zonas donde se ubican Londres, Zurich o Ginebra fueran las que mostraran un voto más proeuropeo a pesar de contar con una tasa de inmigrantes comunitarios muy superior a la media.
Análogamente, la razón por la que ciudadanos de áreas menos desarrolladas con escasa presencia de migrantes europeos se muestran más contrarios a éstos sería precisamente una menor vinculación laboral, comercial, investigadora, etc. con la UE, y por tanto una menor consciencia de las graves consecuencias que tendría en el conjunto del país el alejamiento del ámbito comunitario. Así parecen anteponer a dicha integración un elevado sentimiento nacionalista, si bien las particularidades de cada territorio pueden hacer que dicho sentimiento tenga efectos antagónicos en relación al proyecto europeo. Mientras que los cantones de habla alemana e italiana y las regiones inglesas muestran cierta desafección hacia la UE, en los cantones francófonos y en Escocia e Irlanda del Norte se observa una actitud más proeuropea, lo que indica que los elementos políticos y culturales también tienen un peso importante en este debate.
Imagen: Mapa del espacio Schengen en Europa. Fuente: DG Migración y Asuntos de Interior – Comisión Europea vía Stratfor.