Hoy 23 de mayo, por segunda vez desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, Estados Unidos convoca telemáticamente a una cuarentena de países que vienen suministrando material de defensa a Kyiv. A primera vista cabría pensar que el punto de confluencia de intereses en juego es el de coordinar la ayuda militar a Volodímir Zelenski para defender la independencia de Ucrania y garantizar su soberanía. Pero, visto desde Washington, y en línea con las recientes declaraciones de su propio ministro de defensa, Lloyd Austin, parece claro que la verdadera intención es debilitar a Rusia hasta el punto en el que no pueda volver a hacer lo mismo. Es el mismo Washington en el que Joe Biden acaba de firmar la aprobación de una ayuda militar de 40.000 millones de dólares para Ucrania, un país que, aun habiendo incrementado su gasto en defensa un 72% desde la anexión rusa de Crimea en 2014, no ha pasado de los 5.900 millones de dólares en su presupuesto de defensa de 2021.
Visto con la perspectiva de los tres meses transcurridos desde el arranque de la “operación militar especial” rusa, resulta impresionante el cambio que se ha producido en este terreno. En las primeras semanas eran muy visibles las reticencias de muchos gobiernos para suministrar armas a Kyiv, seguramente calculando que Rusia pronto acabaría logrando la victoria, y que significarse de ese modo solo podía acarrear problemas para quienes se visibilizaran ante Moscú como alineados con su enemigo. Así –con algunos de los vecinos más próximos al foco del conflicto, Estados Unidos y Reino Unido marcando el ritmo–, comenzaron a llegar a cuentagotas a manos ucranianas unas armas ligeras y, en muchas ocasiones, anticuadas que, en todo caso, les permitieron desbaratar los planes rusos para controlar Kyiv y hacer caer a Zelenski.
En una segunda etapa, el problema se fue suavizando cuando se comprobó que a los errores de Putin y a la disfuncionalidad de sus tropas se sumaba un extraordinario rendimiento en combate de las fuerzas ucranianas. A partir de entonces, el envío de armas desde el exterior adquirió un ritmo inusitado, traspasando límites que hasta muy poco antes se consideraban imposibles de alcanzar por temor a las represalias de Moscú. De hecho, la lista de los 48 países que Rusia ha calificado como hostiles por aplicar sanciones en su contra y suministrar armas a Ucrania es una buena muestra del creciente convencimiento de que la guerra ha cambiado de signo.
Hasta hace muy poco se podía decir que –frente a una Rusia muy superior en medios materiales, pero con unas tropas escasamente motivadas– Ucrania tenía unas fuerzas y una sociedad con una férrea moral de combate, pero con pocos medios. Hoy, sin embargo, ya es un hecho que Kyiv dispone de un amplio arsenal muy operativo, que incluye misiles antiaéreos y contracarro, cañones y obuses de diferentes calibres, blindados (incluyendo carros de combate) y hasta helicópteros y aviones de combate. Incluso Washington acaba de anunciar el próximo envío de sistemas antiaéreos MIM-104 Patriot, impensables hace tan solo unas semanas.
Y es en ese punto en el que ahora va cobrando fuerza un nuevo problema: Ucrania ha comenzado a creer en la victoria. Sobre el terreno sus tropas no solo están resistiendo el empuje ruso, sino que están lanzando contraataques que ya han obligado a retroceder hasta la frontera común a las unidades rusas que se encontraban alrededor de Járkov. En principio eso debería ser interpretado como una magnífica noticia para los ucranianos y, por extensión, para quienes han decidido apoyarles colocándose sin remedio en la diana de Putin. Pero a ese sentimiento se le añade de inmediato el temor que genera en estos últimos la posible reacción de un Putin que, al ver contrariados sus planes, pueda escalar el conflicto a una dimensión aún más dramática, activando nuevas bazas convencionales o de destrucción masiva, lo que nos llevaría a un conflicto de dimensiones totalmente impredecibles.
Se ha pasado así de un problema –Putin sin freno y Ucrania como víctima propiciatoria de su aventurerismo militar– a otro no menos serio –Ucrania a por todas y Putin pensando en la escalada sin fin. Y, de momento, lo que más claramente se percibe es la profusión de consejos, recomendaciones, sugerencias de diferentes gobiernos europeos –los mismos que están suministrando armas a Kyiv–, tratando de convencer a Zelenski y los suyos de que es necesario dejar alguna salida a Putin para evitar precisamente esa temida escalada. Así, unos, como el canciller alemán Olaf Scholz, le requieren que acepte un inmediato cese de hostilidades –que dejaría en manos de Rusia el territorio ucraniano que ya controla–, y otros, como el presidente francés Emmanuel Macron, le piden que renuncie a parte de su territorio para permitirle a Putin declarar algo parecido a una victoria que sirva para poner fin al conflicto.
Nadie se ha atrevido a ligar públicamente su apoyo militar a Kyiv a ese tipo de condiciones, pero es obvio que Zelenski debe estar recibiendo enormes presiones en ese sentido. ¿Sería mucho pedir que dejemos en manos de quienes se están jugando su existencia la decisión que mejor sirva a sus intereses?
Marines de los EEUU preparan palés de chalecos antibalas, botiquines individuales y otros equipos destinados a Ucrania en la Base Aérea de Kadena, Japón (6/5 2022). Foto: Marine Corps Cpl. Jackson Dukes / U.S. Department of Defense.