El líder supremo iraní, Ali Jamenei, se ha apresurado a manifestar que Irán ha resistido el intento del P5+1 (Estados Unidos, Rusia, China, Francia. Gran Bretaña y Alemania) de ponerlo de rodillas en el marco de la negociación sobre su controvertido programa nuclear. En el bando contrario, Israel ha dejado saber que no está descontento con el compromiso alcanzado de prolongar hasta el 1 de julio próximo el Plan de Acción Conjunto aprobado en noviembre de 2013, con vistas a alcanzar un acuerdo definitivo. Entretanto, el resto de participantes en la negociación que ha tenido lugar en Viena ha preferido presentar ese mínimo acuerdo como una buena noticia, aunque no se haya logrado fijar el número final de centrifugadoras que Irán puede mantener operativas, ni el volumen y grado de enriquecimiento del uranio del que pueda disponer, ni la reconversión de las instalaciones de Natanz y Fordo, pasando de largo sobre el hecho de que (en aplicación del citado Plan de Acción) Teherán seguirá disponiendo mensualmente de unos 700 millones de dólares en fondos descongelados como resultado del progresivo alivio de las sanciones.
Más allá de las apariencias el hecho es que, gracias al Plan de Acción Conjunto, Irán ha eliminado los más de 200kg. de uranio enriquecido al 20% que había acumulado, ha congelado la entrada en funcionamiento de más centrifugadoras y ha permitido visitas más regulares e intrusivas de los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA). Es obvio que esto no basta para despejar todas las sospechas acumuladas por el comportamiento secretista del régimen iraní, desde que hace ya más de una década salió a la luz que estaba desarrollando un programa nuclear con indisimulables tintes militaristas. También lo es que, en ningún caso, Teherán va a renunciar a su programa (jugando sabiamente con el margen que le concede su condición de firmante del Tratado de No Proliferación). En consecuencia, lo sustancial ahora mismo es entender que por mínimo que sea el camino recorrido, ambas partes han dado pasos positivos hacia una situación que permita a cada uno “salvar la cara” y que aleje la posibilidad de que haya una décima potencia nuclear en el planeta. Dicho de otro modo, sin marco negociador (por imperfecto que éste sea) Irán se sentiría más libre para traspasar el umbral que ahora bordea entre el uso civil y militar de la energía nuclear.
Por lo que respecta a Estados Unidos (el resto de los P5+1 apenas son algo más que comparsas interesados), lo ocurrido en Viena es un golpe más para un crecientemente debilitado Obama. Tras meses de esperanzas, la estrategia de la Casa Blanca se ha venido abajo al insistir que las sanciones actuales ya eran suficientes para lograr un acuerdo final y que, por el contrario, lo conveniente era ofrecer un secuencial levantamiento de las existentes para convencer a Teherán de las bondades del acuerdo.
Ahora, a partir del próximo 3 de enero, Obama se enfrentará a unas cámaras parlamentarias dominadas por unos republicanos que ya preparan la aprobación de una nueva propuesta Menendez-Kirk, que implica más sanciones contra Irán. Una medida que, muy probablemente, supondría la ruptura de los contactos por parte de Irán.
Por su parte, el tándem Jamenei-Rohani (sin olvidar el considerable peso del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica) sigue moviéndose en los límites del Plan de Acción, que le permiten operar ya con las avanzadas centrifugadoras IR-5, e incluso deja saber que a corto plazo podrían entrar en funcionamiento las aún más modernas IR-8 (unas 16 veces más potentes que las instaladas actualmente en la planta de Natanz); todo ello sin aumentar el número total de las que estén operativas. En estas condiciones nada permite asegurar que se vaya a cumplir el calendario previsto, que fija cuatro meses para alcanzar un acuerdo marco y deja tres meses más (hasta julio de 2015) para resolver los detalles técnicos que pudieran quedar pendientes.
Lo ocurrido no es, desde luego, una buena noticia, aunque solo sea porque añade más dudas sobre el devenir de un proceso que, en el fondo, no trata únicamente de la cuestión nuclear sino que abarca una dimensión regional en la que se ventila el encaje internacional de un Irán proscrito desde hace décadas, la reanudación de sus relaciones con Estados Unidos y el nivel de aceptación que otros importantes actores regionales (Israel, Turquía y Arabia Saudí) pueden mostrar al ya visible acercamiento entre Washington y Teherán. Es precisamente este carácter global de lo que está en juego lo que explica la apariencia de normalidad que tanto Washington como Teherán han querido transmitir tras el aparente fiasco de Viena. Ambos entienden que la negociación va mucho más allá del tema nuclear en un intento por encajar sus respectivas visiones sobre Irak (con ambos apostando por un Estado unido), sobre el Estado Islámico (con una creciente coordinación bilateral sobre el terreno) y sobre Siria (partiendo de un enfoque opuesto sobre qué hacer con el régimen de Bashar el Asad). Un auténtico rompecabezas ante el que ambas partes han decidido simplemente darse más tiempo para completarlo.