Tal y como se esperaba, Donald Trump llegó al Capitolio con un tono más parecido al de su primera alocución en el Congreso en febrero de 2017. En ese momento trató de imprimir algo de esperanza al futuro, en contraposición al que fue su oscuro discurso inaugural. Y como entonces también ofreció una pequeña rama de olivo a los demócratas que, sin embargo, a día de hoy no tienen ningunas ganas de aceptar. En el SOTU 2018 el ambiente que se respiraba era el reflejo de la fuerte polarización del país y de la política que han caracterizado este primer año de la Administración Trump.
No obstante, el presidente de EEUU comenzó su discurso apuntando a la necesidad –y también al deseo– de unidad, invocando incesantemente al patriotismo. Una cierta retórica optimista, con la insistencia de que estamos en un “nuevo momento americano”, se entremezcló con la alerta sobre los peligros de la inmigración y de los enemigos exteriores, recordando algunas de sus máximas electorales. Y más que nunca hubo banderas, himnos, e historias individuales de empresarios, patriotas y padres de víctimas de inmigrantes ilegales; ejemplos de aquellos que ayudaron a salvar vidas tras el paso del huracán Harvey, de trabajadores de fronteras, de héroes policiales, de héroes que luchan contra el terrorismo, y hasta oprimidos por el régimen norcoreano. Fueron de los pocos momentos en los que algunos demócratas se unieron a los republicanos para ovacionar.
Fue un discurso razonablemente presidencialista, moderadamente nacionalista y engalanado por ornamentos puramente Trump, como afirmar que los norteamericanos también son “dreamers” al hablar de la reforma migratoria, o hablar del “beautiful, clean coal” , o pedir poderes para ascender o despedir a los trabajadores federales. Como todos los presidentes se atribuyó los méritos de todo lo que ha ido bien durante el primer año, expuso su agenda para el 2018 e invocó al espíritu bipartidista con poco convencimiento.
A muchos de sus votantes, y también a los independientes, les recordó que la economía crece, los salarios empiezan a despuntar, el desempleo baja, el sector energético florece y también los empleos en el sector manufacturero. No dijo sin embargo que el déficit comercial subió en 2017, sobre todo con China y México, y nada sobre la preocupante deuda pública.
A las ideologías más conservadoras les citó como grandes logros las bondades de la reforma fiscal –que casi aún no se ha estrenado–, la supresión del mandato individual del Obamacare, los avances en la desregulación, y la confirmación de numerosos jóvenes jueces conservadores además del juez del Tribunal Supremo.
¿Qué nos dice esta retrospectiva y balance de 2017? Que todo quedó en una mera transacción comercial. Trump aceptó la agenda social conservadora –jueces, educación, libertad religiosa, aborto– y también la económica –recorte de los impuestos y desregularización (¿qué pasó con la idea de Steve Bannon de subir los impuestos a los ricos?). A cambio, los republicanos aceptaron no oponerse a la apuesta populista sobre las restricciones a la inmigración, a los acuerdos comerciales “más justos”, y a la política exterior del “America First” que rechaza las premisas del internacionalismo liberal. ¿Y quién ha ganado hasta ahora en este trueque? Queda claro que los republicanos. Los esfuerzos administrativos de Trump por restringir el flujo de inmigrantes chocaron con las vías legales; México rechazó pagar el muro y no hay signos de que lo vaya a hacer; no se ha renegociado aún ningún acuerdo comercial, al menos todavía; y el ideólogo populista de la Administración, Steve Bannon, ya no está.
Lo interesante ahora es tratar de ver si las promesas de Trump en su discurso sobre el Estado de la Unión chocarán o no con la agenda republicana. Y son dos principalmente: infraestructuras y reforma migratoria.
El presidente habla de un plan sin especificar para construir carreteras, autopistas, puentes, vías ferroviarias y fluviales con “esfuerzo americano, manos americanas, y ambición americana”. ¿Y el dinero? Trump pide al Congreso y al Partido Republicano –centrado siempre en la prudencia y la disciplina fiscal y criticando a los demócratas por gastar demasiado– 1,5 billones de dólares. A este monto hay que sumarle más dinero para incrementar los presupuestos de Defensa, además de buscar la manera de compensar la fuerte caída de la recaudación con la nueva reforma tributaria. Así que límites fiscales, resistencia conservadora y un acuerdo presupuestario en el aire no parecen alinearse del todo con su plan de infraestructuras.
En segundo lugar está empeñado en sacar adelante una reforma migratoria basada en cuatro pilares: abrir el camino hacia ciudadanía de los jóvenes de programa DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia) si cumplen una serie de requisitos, asegurar las fronteras y construir el muro, acabar con la lotería de visados, y eliminar la “inmigración en cadena” o reunificación familiar. Pero la comunidad empresarial –mucha de ella republicana– no apoya completamente este plan, se opone al muro, y considera irresponsable el lenguaje empleado por el presidente para unir criminalidad y terrorismo con aquellos que sueñan con entrar en EEUU.
En cuanto a la política exterior, que es la que interesa a las audiencias extranjeras, ocupó un papel residual en el discurso, como suele ser habitual. A los socios y aliados solo les mencionó para recordar el golpe decisivo que se ha dado en 2017 al autodenominado Estado Islámico. Unas cuantas palabras más tuvo para el ámbito de la defensa a cuyo secretario –el general James Mattis– fue al único miembro de su gobierno que mencionó y alabó.
Donald Trump ha prometido gastar mucho más en defensa, reconstruir y modernizar el arsenal nuclear, mantener abierta la base en Guantánamo y revisar la política de detenciones de supuestos terroristas. También subrayó las nuevas “reglas de enfrentamiento” de los militares norteamericanos en Afganistán gracias a las cuáles ganan rapidez, autonomía en el terreno y acaban con las interrupciones que había con anterior Administración y su lento proceso de toma de decisiones. Aquí de nuevo los republicanos ven cómo se va cumpliendo su agenda (no olvidemos que Trump criticó en campaña la guerra de Irak y prometió retirarse de Afganistán).
Donald Trump recordó también su decisión de nombrar a Jerusalén capital de Israel y pidió una legislación para cortar la ayuda a todos aquellos países que se opusieron a dicha decisión en una reciente votación de la Asamblea General de la ONU. Trump dará ayuda solo a los amigos de EEUU, no a los enemigos. Pidió de nuevo ponerle freno al acuerdo nuclear iraní, y dureza contra Cuba, Venezuela, y Corea del Norte, pero sin especificar nada más. Es decir, nada que no haya dicho antes.
Silencio absoluto, sin embargo, sobre el futuro de la política comercial sin ni siquiera mencionar al TLCAN (o NAFTA, por sus siglas en inglés); nada sobre Rusia a pesar del ruido estos días en Washington y tampoco sobre China, a pesar de que según la nueva Estrategia de Seguridad Nacional estos dos países son la principal preocupación de EEUU. Y, como de era de esperar, sin referencias al sistema global, a la seguridad colectiva, la democracia y el estado de derecho.
¿Qué veremos en 2018, año electoral? Sin novedades en el ámbito internacional. Y en el terreno doméstico, la agenda republicana se seguirá imponiendo al trumpismo y ahora más que nunca sin la presencia en la Casa Blanca de Steve Bannon. Pero la agenda más conservadora no tiene un apoyo mayoritario entre los norteamericanos, y el abandono del populismo de Trump tampoco será bien recibido por su base más fiel. Así que no lo tendrá tan fácil a pesar de que la economía va bien y los demócratas siguen sin un claro líder. De momento, a esperar el siguiente tuit.