Dos semanas antes del discurso sobre el Estado de la Unión (SOTU 2015), Barack Obama ya pensaba en hacer algo diferente. Decidió ni más ni menos que empezar a adelantar algunos mensajes y algunas propuestas del día 20. Toda una revolución que acababa con el tradicional secretismo que ha rodeado a todos estos discursos –el único informe presidencial requerido por la propia Constitución– hasta el mismo día de su presentación. ¿Por qué siempre tanto misterio? Pues para maximizar el poder político de tan grandioso acontecimiento.
Esta vez Obama no quería esperar al discurso sobre el Estado de la Unión para empezar a adoptar nuevas medidas para ayudar a la clase media y exponer sus ideas sobre cómo fortalecer la economía del país y, según el mismo, pasar página. Así lo aseguraba Dan Pheiffer, asesor de Obama, en un reciente artículo.
Puede que haya sido así, que para el presidente no haya más que el tiempo presente y quería aprovecharlo. Pero no es menos cierto que la atención política en este mes de enero estaba en el nuevo control republicano del Congreso y ésta podía ser una táctica para robarle el protagonismo. Y así fue. Barack Obama realizó tres viajes presidenciales –Michigan, Phoenix y Tennesse– que aprovechó para ir anunciando a cuenta gotas una serie de propuestas encaminadas a fortalecer la clase media estadounidense: mejora de los salarios, ayudas a la educación, medidas para atenuar las desigualdades, coberturas sociales y mayores oportunidades. ¿Por qué? Porque desde hace tiempo el “sueño americano” se ha ido desvaneciendo y el desánimo entre la clase media se ha expandido. Muchos padres han empezado a pensar que sus hijos no tendrán las mismas oportunidades que tuvieron ellos. En una nación que se enorgullece de la idea de que cada generación lo va a hacer mejor que la anterior, se traduce en un pérdida de confianza en el futuro y en una alarma para todo el sistema. Y todo a pesar de que las buenas cifras económicas que confirman la recuperación de la economía estadounidense.
Se necesitaba una inyección de optimismo y eso es lo que ha buscado Obama antes y durante el discurso sobre el Estado de la Unión. Porque es él quien, desde su posición, desde el bully pulpit, tiene la responsabilidad de encargarse de recuperar ese “espíritu americano” y la confianza en el futuro. No lo hizo en las elecciones de mitad de mandato pero parece que ahora así.
La clase media, sin embargo, no sólo está desanimada sino también enfadada. Sobre todo con un sistema político que ha sido incapaz de responder de forma eficaz cuando se le ha necesitado. La disfunción política de país y la difícil relación entre el Congreso y el Senado ya se tradujo en una falta de interés por las elecciones del Midterm en las que sólo un 36% de los estadounidenses con derecho a voto –el menor porcentaje desde la II Guerra Mundial– participó. Por eso en el discurso tampoco faltaron referencias a la necesidad de que demócratas y republicanos, Congreso y Casa Blanca, trabajen juntos para poder pasar página: justicia, lucha contra el ISIS, control del ébola, cambio climático, ciberseguridad. Una mano tendida al Congreso por Obama –tendida con anterioridad por los republicanos a la Casa Blanca– después de que en diciembre el presidente anunciara una nueva reforma migratoria sin esperar a que el nuevo Congreso republicano tomara sus asientos, y una normalización de las relaciones diplomáticas con Cuba haciendo uso de su poder ejecutivo. ¿Estará ahora dispuesto el Congreso a que Obama le dicte la agenda? Veremos.
La ansiedad también se ha sumado en los últimos tiempos al desánimo y al enfado de la clase media. Ansiedad ante un mundo donde proliferan las amenazas y donde EEUU es menos importante y poderoso globalmente que hace 10 años, que incluso se le respeta menos. De ahí que también la agenda internacional se hiciera un hueco en el discurso sobre el Estado de la Unión, con incluso más protagonismo que en los dos años anteriores: el final de la misión de combate en Afganistán, la lucha contra el terrorismo, Rusia y su agresión a Ucrania, las negociaciones sobre el programa nuclear iraní, la alianza con los países de Asia-Pacífico, el liderazgo de EEUU en el mundo.
Todo esto lo pudimos escuchar en un discurso lleno de optimismo, aunque algo descafeinado porque ya se conocía gran parte del guión. Pero de todas formas todo un espectáculo y una tradición que ha ido perdiendo audiencia de forma alarmante: Clinton alcanzó los 52 millones en 1998 y Bush los 62 en 2003, mientras que Obama, a pesar de su reputación de buen orador, no ha alcanzado el techo de los 50 – 48 millones en 2010, 42,8 en 2011, 37,8 en 2012, 33,5 en 2013, 33,3 en 2014 y 31,7 este año (sin tener en cuenta los que lo ven online). A pesar de todo, un espectáculo en el que los más aplaudidos fueron un año más aquellos que lucharon por su país. This is America!