Las profecías no siempre se cumplen. Decían aquellos contrarios a la Unión Europea que 2016 sería el preludio de la destrucción del proyecto comunitario. Esgrimían que, con la salida del Reino Unido de la UE se había quebrado el último de los tabúes. Sus argumentos se reforzaron con la llegada de Trump a la Casa Blanca, el primer presidente estadounidense abiertamente escéptico (¿u hostil?) respecto al proyecto europeo. Y decían, no sin razón, que la magnitud de las sucesivas crisis (económica y de refugiados, pero no sólo) era enorme. Tan grande que la única solución era volver a las fronteras nacionales, utilizando la técnica del “sálvese quien pueda”.
En ese sombrío escenario aparecía el pasado año el Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, para pronunciar su discurso anual acerca del Estado de la Unión (SOTEU, acrónimo de sus siglas en inglés). Lo que dijo entonces fue ciertamente poco inspirador y muy lejano de lo que había hecho un año antes. Sin embargo, poco más podía hacer que intentar orientar el discurso hacia la cumbre de Bratislava, cumbre de los 27 que dibujaría una hoja de ruta de cara al cumplimiento en 2017 del 60 aniversario de los Tratados de Roma. Dicha efeméride coincidía prácticamente en el tiempo con las decisivas elecciones en Países Bajos y Francia, que marcarían la situación real de la UE.
El resultado electoral en los citados países, junto a la unión mostrada por los 27 frente al Reino Unido en las negociaciones del Brexit, el inicio de un proceso de reflexión sobre el futuro europeo compartido por Estados e instituciones, la mejora en la situación económica en el conjunto de la Unión y, asimismo, la recuperación del apoyo ciudadano al proyecto comunitario (visible en los comicios, pero también en diversos estudios de opinión e, incluso, en varias manifestaciones pro-europeas en el continente), le proporcionaban a Juncker una oportunidad para hablar en este SOTEU desde una perspectiva más optimista.
Y vaya si lo hizo. El tono del discurso es mucho más positivo. Ciertamente lo es en lo referido a la actuación de la Comisión para que la situación en Europa haya mejorado (la reivindicación es en términos económicos, pero también migratorios, y no deja pasar la oportunidad de señalar algunas de las medidas anunciadas el pasado año, como la puesta en marcha del Cuerpo Europeo de Solidaridad o la de la Guardia Europea de Fronteras y Costas). También es más positivo en su visión de cómo se ha de articular el futuro del proyecto de integración (aunque esto a Mark Rutte no le convence mucho: “people with vision should see an eye doctor”, decía el líder neerlandés respecto al discurso de Juncker.)
Una de las críticas principales que se hizo al Libro Blanco de la Comisión de marzo pasado es que no apostase por ninguno de los cinco escenarios que planteaba para el futuro de la UE. Ahora Juncker sí decide hacerlo, aunque con un poco de trampa, ya que una vez ha “provocado” el debate para que los distintos actores se posicionen (con bastante éxito, todo hay que decirlo), él anuncia que ninguno de los escenarios le convence del todo. En su lugar, apuesta por un “escenario 6”, que tendría como objetivo crear una Europa más unida, más fuerte y más democrática, con un horizonte temporal doble: por un lado 2025 (se sobreentiende que para que dé tiempo a la reforma de los Tratados) y por otro, 2019 (donde se aplicarían las innovaciones que permitan los Tratados actuales).
El Presidente de la Comisión habla de cinco áreas donde actuar prioritariamente en estos momentos: a) Comercio (con mensajes tanto para Estados Unidos, como para China); b) Industria (con anhelos de liderazgo mundial que resuenan a otras estrategias fallidas); c) Cambio climático (con muy poca concreción, más allá del “make our planet great again”); d) Ciberataques (aquí el mensaje va dirigido hacia Rusia); e) Migración (donde se extiende con más profusión, cayendo un poco en la autocomplacencia y mostrando las paradojas de una posición que se sabe necesitada de la inmigración para combatir el reto demográfico pero al mismo tiempo pone bastante énfasis en la devolución de los inmigrantes irregulares).
Además de esa agenda, Juncker muestra una visión para el futuro llena de propuestas. Si bien es cierto que el Presidente de la Comisión muestra su desacuerdo con la creación de un presupuesto para la eurozona y con la de un parlamento para la zona euro (medidas ambas impulsadas por Francia), sí que apuesta por la creación de la figura del Ministro europeo de Economía y de Finanzas, la evolución del MEDE hacia un Fondo Monetario Europeo o la fusión de las presidencias del Consejo Europeo y de la Comisión. Sin ser exhaustivo, destacan asimismo entre sus propuestas su apoyo a la creación de listas transnacionales, a la organización de convenciones ciudadanas, a la creación de una autoridad laboral europea (estos tres ámbitos también inspirados por preocupaciones macronianas) y la interesante posibilidad que plantea del uso de mayoría cualificada en cuestiones de política exterior y fiscalidad.
Pero quizás, lo más importante de este SOTEU sea la apelación a los valores como elemento consustancial al proyecto europeo. Así, Juncker dice expresamente:
“Europe is more than just a single market. More than money, more than the euro. It was always about values”.
Esos valores, en ocasiones olvidados, son los que deben guiar la actuación de la Unión, incluyendo por supuesto a los Estados miembros. En este sentido, subraya la importancia capital del respeto al Estado de Derecho (mensaje entre líneas a Polonia y Hungría), de la solidaridad, de la igualdad entre Estados miembros y ciudadanos y de la “forma europea” de resolver las diferencias (“Europe cannot function without compromise”). Esos mismos valores han de ser aceptados por los países candidatos si quieren formar parte de la Unión. Por ello, en su discurso, Juncker, deja bien claro que la puerta está cerrada por el momento para Turquía. Y por eso mismo, la deja abierta (aunque no a corto plazo) para los Balcanes Occidentales.