La presentación del reciente World Energy Outlook 2012 de la Agencia Internacional de la Energía ha generado un revuelo mediático inusitado. El resultado más publicitado consiste en la proyección de un fuerte aumento de la producción estadounidense de gas y petróleo no convencional, que acercaría al país a la independencia energética; lo que no se ha publicitado tanto es que ese resultado depende críticamente de que las importantes medidas de eficiencia en el uso de combustibles impulsadas por el presidente Obama tengan los efectos deseados. En cambio, crece la opinión de que la postura europea respecto al gas no convencional es en exceso timorata y que la UE está perdiendo la ocasión de participar en la redefinición del mapa geopolítico mundial de la energía. Esta situación podría ilustrarse con la celebrada figura empleada por Robert Kagan para caracterizar la distinta naturaleza del poder estadounidense y europeo: las energías renovables son de Venus y proyectan un poder blando, casi fláccido; en cambio, el gas y petróleo no convencional son de Marte y constituyen un poder duro, más duro que las rocas quebradas por el fracking.
Esta narrativa simplista y contraria a las señas de identidad de la política energética de la UE corre el riesgo de propagarse rápidamente por Europa. En el VII Energy Forum organizado los pasados 29 y 30 de noviembre en Sopot (Polonia) por el Institute for Eastern Studies, las tensiones entre la política energética comunitaria y las preferencias de los anfitriones polacos resultaron flagrantes. Polonia se debate entre un matriz energética dominada por sus recursos domésticos de carbón, los deseos de aprovechar sus importantes reservas de gas no convencional, las promesas de la energía eólica offshore en el Báltico y, sobre todo, el pánico geopolítico a la dependencia del gas ruso con la connivencia alemana. La sensación de abandono e insolidaridad ante el gigante ruso y el rechazo interesado a las implicaciones del cambio climático dificultan el encaje polaco en la política energética comunitaria. Polonia fue uno de los protagonistas de la reciente COP de Doha, al bloquear durante horas la postura de la UE, y presumiblemente lo será aún más en la próxima COP que se celebrará en la propia Polonia.
En este contexto, la política energética comunitaria debe evitar dejarse llevar por las grandes visiones estratégicas, que a menudo son poco más que geopolítica de mesa camilla. Por el contrario, debería centrarse en despejar de una vez las numerosas carpetas que se amontonan en la mesa, desde un diseño viable para las renovables, que incluye avanzar de una vez en el desarrollo de las interconexiones (con países como España y Polonia), hasta una consideración adecuada de la aportación que el corredor energético que discurre desde el Norte de África y a través de España puede realizar a la seguridad energética europea. También, desde luego, deben explorarse las posibilidades de los recursos no convencionales, pero no a expensas exclusivamente de las energías renovables… salvo que la descarbonización se considere un objetivo desdeñable y demasiado blando para los tiempos que corren.