Este viernes 7 de febrero dan comienzo los XXII Juegos Olímpicos de Invierno en la ciudad costera rusa de Sochi. Cuestiones como la organización, la inversión o la política interna del país han sido extensamente debatidas desde que en 2008 se asignara a Rusia la celebración del evento. Pero el emplazamiento de estos Juegos cerca de una región tan volátil como el Cáucaso, las amenazas por parte de grupos terroristas y los recientes atentados en las inmediaciones de Sochi hacen que una de las mayores preocupaciones en torno a la celebración de estas Olimpiadas sea la cuestión de la seguridad.
En el norte del Cáucaso tiene lugar la mayor insurgencia activa a la que se enfrenta la Federación Rusa. Asia Central ha originado grupos terroristas de naturaleza yihadista como el Islamic Movement of Uzbekistan (IMU) o el Islamic Yihad Union (IJU), nacidos tras la desmembración soviética. Pero es en la provincia de Dagestán, a escasos 500 kilómetros de Sochi, donde opera la organización más importante: el Imirat Kavkaz (IK), o Emirato del Cáucaso, cuyo líder, Doku Umarov, ha llamado al ataque de las Olimpiadas en numerosas ocasiones.
Y es que un evento de magnitud internacional como unos Juegos Olímpicos posee todos los ingredientes para atraer una acción terrorista. En primer lugar, supone una atractiva plataforma para dar visibilidad a la causa yihadista, al ser un centro de atención mediática. Además, la fuerte identificación de estas Olimpiadas con la figura de Putin supone un gran aliciente, no sólo por ser un dirigente contra quien orquestar una insurgencia local -chechena o dagestaní-, sino también por la profunda implicación diplomática de su gobierno en apoyo a Assad. De esta forma, Rusia ha pasado a conformar uno de los blancos principales de la yihad global, y Putin, un líder infiel merecedor del castigo por su implicación en Siria. En tercer lugar, la proximidad de Sochi al Cáucaso, territorio desde el cual los terroristas están acostumbrados a operar, resulta una gran oportunidad para planear un atentado tanto en Sochi como en sus inmediaciones. Por último, existe entre los radicales chechenos un fuerte deseo de venganza contra Putin tras la masacre que supuso su brutal aplastamiento de las rebeliones en Chechenia y Georgia. Otro elemento a tener en cuenta es la coincidencia de la fecha de clausura, el 23 de febrero, con el 70º aniversario de la deportación, por parte de Stalin, de chechenos e ingusetios del Cáucaso a Asia Central.
Llegados a este punto, resulta pertinente preguntarse hasta qué punto es real la amenaza. Por un lado, aunque la insurgencia sea de bajo nivel, la capacidad de atentar del Emirato del Cáucaso en territorio ruso es notoria. En su repertorio de atentados se encuentran el descarrilamiento de un tren en 2009, el envío de mujeres suicidas al metro de Moscú en 2010, el mayor atentado contra un aeropuerto internacional, Domodedovo (Moscú) en 2011 y, más recientemente, el doble atentado el pasado diciembre en Volgogrado.
Sin embargo, estos Juegos poseen un importante significado para el presidente Vladimir Putin: son los primeros Juegos Olímpicos celebrados en la Rusia post-soviética -los anteriores se celebraron en la URSS en 1980-. La celebración de tal evento implica el reconocimiento por parte de la comunidad internacional de ser un país “de pleno derecho” y Putin quiere demostrar al mundo el grado de modernidad que ha conseguido para Rusia -“Grande, Nueva, ¡Abierta!” como proclaman carteles publicitarios de los Juegos-. De ahí la elección de una ciudad “resort” como Sochi. Además, el hecho de albergar los Juegos próximos a una zona de conflicto, y poder gestionar la amenaza con éxito, reforzaría la imagen de Putin como garante de estabilidad y a Rusia como potencia capaz de afrontar cualquier desafío a su seguridad.
Sobre la base de esta lógica se ha organizado un imponente despliegue de fuerzas de seguridad. Cien mil policías, soldados y personal del servicio secreto, contando con drones y helicópteros, conforman un “anillo de acero” que circunda Sochi. Estará vigilado por cámaras de seguridad y dispositivos para la monitorización de llamadas y correo electrónico y habrá un estricto control a la entrada de la Villa Olímpica. Por si fuera poco, la preocupación de los Estados Unidos por la seguridad del evento ha llevado a abrir canales de diálogo entre el secretario de Defensa norteamericano, Chuck Hagel, y el ministro de Defensa ruso, Sergey Shoygu, traducida en un intento de mayor cooperación entre el FBI y su equivalente ruso, el Federal Security Service (FSB). Todo esto hace que, en palabras de Dmitry Chernyshenko, jefe del comité organizador de los Juegos, Sochi sea ahora “el lugar más seguro del planeta”.
¿Existe, pues, un peligro real en los Juegos de Sochi 2014? La pregunta es lógica tras el último atentado de Volgogrado y las sospechas de una posible acción suicida por parte de “viudas negras”. Analistas coinciden en que, de haber algún altercado, sería fuera del “anillo de acero”, buscando un efecto simbólico similar a atentar en el propio Sochi. Esta preocupación se ha reflejado en recomendaciones por parte de las delegaciones deportivas asistentes de limitar sus movimientos y no mostrar sus colores, o el plan de evacuación diseñado por Estados Unidos, así como el emplazamiento de dos de sus flotas en el Mar Negro. El recuerdo de lo acontecido en Múnich en 1972 sigue presente, y más reciente en la memoria está el atentado del maratón de Boston perpetrado por los hermanos Tsarnaev procedentes, precisamente, de Dagestán. Pero las fuertes medidas de seguridad, así como la gran importancia que para Putin tienen estas Olimpiadas, harán que la seguridad y la protección sean máximas para evitar cualquier incidente.
Es la primera vez que unos Juegos Olímpicos se celebran tan próximos a una región inestable. La vigilancia es clave, y tanto Rusia como la comunidad internacional son conscientes de ello. Esperemos que Sochi 2014 sea recordado como un triunfo del deporte, y no del terrorismo.