Los rankings están de moda, son vistosos, gráficos, y permiten poner los países o cualquier otra cosa en orden de más a menos, algo que satisface el espíritu competitivo que todos llevamos dentro. Cada vez se publican más rankings y tienen tanta difusión que acaban influyendo en el comportamiento de los individuos o las instituciones “rankeadas” cuyo objetivo pasa a ser mejorar posiciones en el ranking. Sin embargo, tienen un problema: no siempre son interpretados bien. A menudo un país, una universidad, un colegio o una empresa, suben o bajan en el ranking pero no porque lo hagan mejor o peor sino, únicamente, porque otros lo han hecho mejor o peor. Es decir, siendo igual de bueno o de malo se sube o se baja en el ranking en función de lo que hagan otros.
Eso es lo que ha pasado este año con el ranking de percepción de corrupción que elabora Transparencia Internacional y que abarca a casi todos los países del mundo. España ha descendido cinco puestos en relación con el año anterior, hasta el 41º, pero sus resultados absolutos son los mismos: 58 puntos en una escala de 1 a 100, que encabeza Dinamarca con 90 puntos. Esta escala mide la percepción de corrupción de un país a partir de encuestas que otras instituciones han hecho a ciudadanos, empresarios y expertos. En esa escala un 100 significa “país nada corrupto” y un 0 “país completamente corrupto”. En lugar de reconocer que estamos igual, en 58 puntos en esa escala, es decir que aparentemente no hemos mejorado ni empeorado en un año, muchos comentaristas han lamentado que hayamos empeorado, porque hemos pasado del puesto 36º al 41º. ¿Cómo es posible? Simplemente porque en el ranking de Transparencia Internacional se incluyen este año cuatro pequeños países que no estaban en el anterior: Barbados, Santa Lucía, Dominica (no confundir con la República Dominicana) y San Vicente y las Granadinas, que puntúan algo mejor que España, y otro país, Cabo Verde, ha mejorado su puntuación y está ahora un punto por encima del nuestro. Por otra parte, los datos que se refieren a España tienen la mayor desviación estándar de la UE, junto a Chipre, lo cual, en lenguaje común, significa que las distintas fuentes consultadas (esas varias encuestas con las que se elabora este ranking) dan resultados muy diferentes entre sí en lo que respecta a España. Por otra parte, el Informe de Transparencia reconoce que España no tiene un problema de corrupción sistémica –dicho de otra forma, que en general las instituciones y las autoridades actúan honestamente y conforme a la ley– sino más bien una sucesión de escándalos relacionados con los partidos políticos.
Es indudable que todos los países deben aspirar a suprimir la corrupción por completo, aunque al parecer ninguno lo ha conseguido del todo, y que en la Europa Mediterránea, en comparación con los países europeos del centro y norte, existe una mayor tolerancia a la corrupción, especialmente en periodos de bonanza económica, aunque Italia, con 47 puntos sobre 100, y Grecia, con 44, están muy por debajo de España en el ranking de Transparencia Internacional, algo que no debe servirnos de consuelo.
Por otra parte, medir la corrupción es por definición imposible y sólo a través de aproximaciones indirectas se logra una medición no de la corrupción sino de cómo se evalúa esa corrupción por parte de ciudadanos, empresarios o expertos. Por eso el índice de Transparencia se denomina “de Percepción de la Corrupción”. Pero la percepción está muy influida por la frecuencia con que aparecen en los medios de comunicación los escándalos y también con el estado de ánimo general, que a su vez depende de la fase económica. Hay que tener todo esto en cuenta para entender las fluctuaciones de esa puntuación. España en 2002, en plena burbuja inmobiliaria, obtenía una puntuación de 71 puntos, muy superior a la actual, y se colocaba en el puesto 20º mundial. En el 2005, obtenía 70 puntos y el puesto 23º. Y eso a pesar de que la gran fuente de corrupción en España ha sido el negocio inmobiliario. De hecho, gran parte de los escándalos que se han destapado después y que han ocupado los juzgados y los medios de comunicación en los últimos años, se refieren a hechos ocurridos en esa época de gran crecimiento económico, entre 2000 y 2007. Sin embargo, España puntuaba mejor en el Índice de Percepción de la Corrupción. ¿Era España más virtuosa entonces? Obviamente no.
Malinterpretar los datos no sirve para luchar mejor contra la corrupción ni para combatir la cultura de aceptación que la rodea. Sólo produce mayor pesimismo, algo de lo que hay abundancia excesiva en el país.