¿Cómo está la situación de seguridad en Yemen?
La situación se ha ido degradando desde que, en octubre de 2010, el Presidente Ali Abdulah Saleh rompió el diálogo con las fuerzas de la oposición. En febrero de 2011 arreciaron las movilizaciones y aunque el Presidente Saleh anunció que no prorrogaría su mandato, la oposición solicitó su dimisión en sintonía con las demandas de Túnez y Egipto. El Gobierno permitió las manifestaciones pero los enfrentamientos entre partidarios y opositores desbordaron a las fuerzas de seguridad que recurrieron a la mano dura. No hay datos fiables sobre el número total de víctimas, aunque sólo a finales de mayo se registraron unos 50 muertos en la ciudad de Taiz según fuentes de Naciones Unidas (una cifra que podría haberse doblado durante las manifestaciones registradas desde el 18 de septiembre en Saná). A las anteriores se unen las debidas a los enfrentamientos armados de las fuerzas gubernamentales contra las tribus opositoras en los alrededores de la capital, Saná; contra los secesionistas del norte y del sur y contra los combatientes de al-Qaeda en la provincia sureña de Abiyán, unos enfrentamientos en los que participan medios aéreos estadounidenses. Apenas superada la reunificación entre el norte y el sur de Yemen, la estabilidad se sostiene en un frágil equilibrio político que dependen de las voluntades de confederaciones de tribus como las Hashid o Bakil que disponen de milicias armadas capaces de apoyar o derribar cualquier gobierno (la violencia tribal y su tradición mercenaria es una realidad cultural yemení que se subestima o se desconoce). Por lo tanto, la situación es una mezcla explosiva de movilizaciones pacíficas a favor y en contra el régimen, de luchas tribales por acceder al poder, de guerra civil en algunas provincias del norte y del sur, así como de lucha contraterrorista contra las milicias yihadistas en la provincia sureña de Abyan.
¿Qué riesgos de seguridad se corren?
Tanto la permanencia como el cambio de régimen generan riesgos. Yemen arrastra problemas estructurales como la división política, la pobreza, la corrupción o la presión demográfica, entre muchos otros, que le colocan en riesgo de ser un Estado fallido (ocupa el 15 lugar entre los 60 de más riesgo según el Índice de 2010 de Foreign Policy) y que no han mejorado durante los 33 años bajo el mandato del Presidente Saleh. Un cambio de régimen puede calmar las tensiones acumuladas durante las manifestaciones pero se enfrentará a los mismos problemas estructurales. El Presidente Saleh ha tratado de asegurarse la lealtad de las fuerzas armadas y de las tribus mediante un sistema clientelar que funcionó hasta que los enfrentamientos de 2011 llevaron a la oposición a gran número de miembros del Gobierno, la administración, el partido y grupos tribales, sociales y religiosos que antes apoyaban al régimen. El primer enfrentamiento entre opositores y leales de las fuerzas armadas se produjo el 21 de marzo de 2011 cuando se enfrentaron en Saná fuerzas leales de la Guardia Republicana, y dirigidas por su hijo Alí, con sectores disidentes de las fuerzas armadas bajo el mando del general Ali Mohsen Al-Ahmar (el general pertenece a la poderosa tribu de los al-Ahmar y se aprovecha de la situación para intentar suceder en el poder al Presidente Saleh que es su hermanastro tras perder su favor). Desde entonces, la capital es objeto de enfrentamientos para controlar los accesos a la ciudad, el aeropuerto y las bases militares que las rodean.
El secesionismo es otro foco de riesgo tanto al norte, donde los rebeldes huthis (chiitas de la secta zaidí) con el apoyo del partido islamista Islah (una confederación de tribus y Hermanos Musulmanes) se aprovechan del vacío de poder para controlar las provincias de Saada y al-Jawf, como al sur, donde las milicias del Movimiento del Sur intentan consolidar su posición apoyándose en tribus locales (en junio de 2011 ocuparon la provincia de Lahj). El tercero está en el sur, donde la presencia yihadista al-Qaeda en la Península Arábiga se ha ido asentando debido a la debilidad del gobierno, que sólo puede llevar a cabo acciones puntuales contando con la colaboración –intermitente- de algunas tribus locales que no desean verse desalojadas por las milicias yihadistas (el propio Ministro de Defensa, Mohamed Naser Alí, fue objeto de un atentado suicida el 27 de septiembre en Adén mientras supervisaba las operaciones militares contra al-Qaeda).
¿Qué salidas existen a la situación actual?
El tiempo para las reformas ya ha concluido y se está a la espera de que el Presidente Saleh abandone el poder. Este ha anunciado numerosas veces su disposición a renunciar a su cargo que luego no se han producido debido a sus pretensiones de inmunidad para él y sus colaboradores más cercanos (cree que una vez que ceda el poder no se cumplirán los compromisos que se le ofrecen). El Presidente Saleh trata de usar los beneficios del petróleo para seguir comprando las voluntades de las tribus que le apoyan o las que se le oponen (incluida la de los al-Ahmar a pesar de la rivalidad personal con el jeque Sadeq) y seguir presentándose como un freno a la expansión de al-Qaeda en la Península Arábiga (por lo que no está interesada en su desaparición) o del secesionismo chií al sur de la frontera saudita (a cambio de ayudas en petróleo o fondos de los países del Golfo). El Consejo de Cooperación del Golfo, junto con otros actores como Estados Unidos o Arabia Saudita, han tratado de llegar a un acuerdo que permita desbloquear la situación pero el Presidente Saleh se resiste a entregarlo sin elecciones previas y ha anunciado su voluntad de regresar a su país tras recuperarse en Riad de las heridas recibidas el 3 de junio en un ataque al palacio presidencial. El regreso se iba a producir a principios de agosto de 2011 pero luego se retraso a finales y ahora se ignora su fecha, aunque el Vicepresidente Mansour-Hadi se las ha arreglado para conservar el poder.
La oposición no ha sabido aprovechar la ausencia del Presidente Saleh, quien regresó al país el 23 de septiembre de 2011 tras salir el 4 de junio y, además, se ha dividido, lo que augura dificultades para un Yemen sin Saleh. Los activistas eligieron en julio de 2011 un Consejo provisional compuesto por el ex Presidente Ali Nasser Mohammed y el general Abdullah Ali Aleiva (con 17 miembros), mientras que la Plataforma de Partidos de oposición creó a mediados de agosto un Consejo Nacional de Fuerzas Revolucionarias. En lo militar, tampoco parece fácil una coalición de fuerzas contra Saleh porque los al-Ahmar no cuentan con la confianza de los secesionistas (el general Al-Ahmar dirigió las operaciones contra ellos hasta su deserción). Sin una salida política, las tensiones políticas, tribales y militares locales pueden desembocar en una guerra civil abierta, que, a su vez, alentaría los conflictos abiertos con al-Qaeda, con los secesionista huthis y con varias tribus opositoras.
¿Cómo afecta lo anterior a la seguridad regional?
Arabia Saudita y Estados Unidos respaldaron inicialmente al Presidente Saleh y le pidieron que introdujera reformas para desactivar la escalada de enfrentamientos. Para ambos el mayor riesgo no era el de un cambio de régimen sino el de una desestabilización prolongada que consolidara la insurgencia secesionista o el terrorismo yihadista. EE.UU. ha proporcionado equipo y asistencia militar para luchar contra el terrorismo (150 millones de dólares en 2010) pero no ha obtenido la colaboración decidida que buscaba del Presidente Saleh quien ha contemporizado con la actividad yihadista en su territorio sabiendo que mientras exista AQPA contará con el apoyo de EEUU. La salida de Saleh conllevaría la desmovilización de los mandos y unidades de las fuerzas de seguridad que le eran leales y a las que entrenaba EE.UU. o aumentaría la penetración yihadista en ellas. Arabia Saudita comparte la preocupación por al-Qaeda pero también está preocupada por el riesgo de que las reivindicaciones de los huthis yemeníes interactúen con las de las comunidades ismaelita (en 2009 se desplegaron fuerzas saudíes en la provincia de Saada) y chiita dentro del territorio saudita (en plena ebullición por la crisis de Bahréin), acentuando la tensión entre Irán y Arabia Saudita. Arabia Saudita trata de mantener su papel mediador entre la coalición opositora y el gobierno de Saleh –un papel que Irán trata de desprestigiar-, mientras que Estados Unidos da por perdida su continuidad y acelera la construcción de su base militar para poder actuar contra al-Qaeda desde ella sin depender del apoyo yemení (para emplear sus aviones no tripulados contra los dirigentes de al-Qaeda y que causó la muerte del dirigente El Aulaki de nacionalidad estadounidense el 30 de septiembre de 2011). La desestabilización de Yemen obligaría a pasar “entre dos somalias” a los buques que transitan desde y hacia el canal de Suez, lo que afectaría a la seguridad marítima internacional.