¿Qué significado tiene la muerte de Abu Yahia al Libi, segundo en la jerarquía de mando de al-Qaeda, si se confirma que ha sido abatido por un misil estadounidense en Pakistán?
En primer lugar, significaría que el núcleo central de al-Qaeda continúa mostrando una extraordinaria vulnerabilidad. Desde que el propio Osama bin Laden fue abatido en mayo de 2011, han corrido la misma suerte otros importantes miembros de su directorio. Es indudable que los líderes de al-Qaeda se encuentran hoy más acosados que nunca antes. En segundo lugar, significaría que la adquisición de inteligencia sobre el terreno, combinada con el recurso al lanzamiento de misiles desde aviones no tripulados, constituye una táctica muy eficaz a la hora de debilitar el mando general de al-Qaeda. Una táctica, no sin nocivos efectos secundarios, cuya utilización por parte de la inteligencia estadounidense se ha incrementado extraordinariamente durante la Administración del presidente Barack Obama, en consonancia con su prioridad de destruir aquella estructura terrorista. En tercer lugar, significaría que, una vez más, queda claramente de manifiesto que es dentro de Pakistán donde se ubica el liderazgo de al-Qaeda central y que en ese país, al contrario de lo que a menudo sostienen sus autoridades, continúa estando el epicentro del terrorismo global.
¿Y qué consecuencias podría tener, a corto y medio plazo, la pérdida de Abu Yahia al Libi para la continuidad de al-Qaeda como estructura terrorista y sobre la evolución del terrorismo global?
Al-Qaeda no va a desparecer a corto plazo, desde luego, ni la desaparición de Abu Yahia al Libi, si se confirma, supone su quiebra definitiva. Ayman al Zawahiri, su actual máximo dirigente, designado poco después de la muerte de Osama bin Laden y quien probablemente tenga también sus días contados, procederá a la sustitución de Abu Yahia al Libi, pese a que no será fácil hallar un reemplazo con su misma experiencia y autoridad religiosa. Pero la imagen de invulnerabilidad que proyectaba al-Qaeda hasta que fue abatido su líder fundacional se disolvería aún más sin que mejore su valoración en la opinión pública de países con sociedades mayoritariamente musulmanas, mientras que su remanente de cuadros cualificados denota signos de hallarse exhausto. Esto no quiere decir que, ni a corto ni probablemente a medio plazo, el terrorismo yihadista vaya a entrar en decadencia. Quizá se hubiese podido pensar otro tipo de escenario si los conflictos y la inestabilidad que se observan en algunos países de la mitad norte de África y de Oriente Medio no estuvieran proporcionando oportunidades para que se extiendan los actores del yihadismo global.
¿Pero no es una contradicción aludir por un lado al hecho de que al-Qaeda está ahora más debilitada y afirmar por otro que los actores del terrorismo global han continuado extendiéndose?
Sólo aparentemente se trata de una contradicción. El núcleo central de al-Qaeda está ahora más menoscabado aún que hace un año, de lo que la muerte del número dos en la jerarquía de dicha estructura terrorista sería un buen ejemplo, pero el heterogéneo conjunto de actores colectivos relacionados con al-Qaeda dentro de lo que cabe denominar como la urdimbre del terrorismo global se ha incrementado en número y en ámbitos de presencia geográfica durante ese tiempo. No sólo las extensiones territoriales de al-Qaeda siguen activas, sino que en los casos de al-Qaeda en la Península Arábiga y de al-Qaeda en Irak incluso han incrementado la frecuencia y hasta la intensidad de sus atentados. Al-Shabab, en Somalia, se ha convertido por su parte en la nueva extensión de al-Qaeda para el Este de África. En Siria, Mali y Egipto, por ejemplo, han aparecido nuevas entidades yihadistas relacionadas de uno u otro modo con al-Qaeda pero sobre todo con sus extensiones territoriales. El declive de al-Qaeda central está siendo compatible con el auge localizado del yihadismo global. Es aquí donde reside la clave, todavía por desentrañar, de su evolución.