¿Cómo sigue la situación de seguridad en Siria?
La represión continúa en Siria, al igual que continúan las promesas de reformas del Presidente Bashar el-Assad y las divisiones entre los actores internacionales influyentes. Aunque es difícil establecer una cifra objetiva de víctimas, éstas superaban ya los 2.200 entre el 15 de marzo y el 15 de julio de 2011 según reconoció el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en agosto de ese año, por lo que el número real actual podría oscilar entre los 2.500 y 2.900 según las fuentes, aparte de los miles de desapariciones que se denuncian asociadas a la represión. El Gobierno atribuye las víctimas a la actuación de infiltrados terroristas, milicias islamistas o mercenarios extranjeros al servicio de una conspiración externa contra el régimen sirio. Al mismo tiempo, alega que sus fuerzas de seguridad han sufrido casi 1.000, unas víctimas que los activistas atribuyen a represalias sobre quienes desertan o se niegan a disparar sobre la población civil. Hoy por hoy, y frente al notorio empleo indiscriminado de las armas de fuego contra la población, las detenciones arbitrarias y las desapariciones, el movimiento de oposición sigue siendo fundamentalmente pacífico aunque ya se hayan constatado algunas emboscadas y atentados aislados contra las fuerzas de seguridad. La comunidad internacional, que se apresuró a condenar una represión interna en Libia de menores proporciones, sólo ha conseguido consensuar una declaración del Presidente del Consejo de Seguridad –que no es una resolución vinculante- en la que se condenan la pérdida de centenares de vidas humanas en Siria y la generalizada violación de derechos humanos por parte de las autoridades sirias (los vetos de China y Rusia evitaron el 5 de octubre de 2011 una resolución del Consejo de Seguridad de la que se habían omitido las sanciones).
¿Qué posibilidades de solución interna existen?
El Presidente Bashar el-Assad, sigue aprovechando la división internacional y continúa anunciando reformas o medidas que no tiene voluntad o capacidad de cumplir como la autorización de nuevos partidos o el cese de las operaciones de seguridad o la última el 11 de octubre de reformar la Constitución. Anuncios de reformas anteriores, como las prometidas en su discurso de investidura de 2000 cuando llegó al poder o en la Declaración de Damasco de 2005, encallaron frente a la resistencia de un partido, una élite y unas fuerzas de seguridad que se resistían a compartir el monopolio del poder y perder sus privilegios. El Presidente alimenta el mito de la existencia de una voluntad reformista –la suya- atrapada en medio de los duros –los demás-, especialmente su hermano Maher- pero ya no puede ocultar que ha sido precisamente su mala gestión de la crisis la que ha hecho perder apoyos internos y externos al régimen y colocarse en el callejón sin salida en que se encuentra. El tiempo de las reformas ha pasado y ahora lo que pide la población es que cambie el régimen. El Presidente al-Assad ha perdido su legitimidad tanto por no acometer las prometidas como por no condenar sin paliativos los excesos de las fuerzas de seguridad, y al no hacerlo ha unido su destino al del régimen, por lo que ninguno de los dos puede sobrevivir a la caída libre en la que han entrado (incluso valedores incondicionales como Rusia e Irán desconfían ya de su capacidad y voluntad para acometer reformas).
El régimen de los el-Assad cuenta todavía con algunas bazas que le permiten retrasar la caída. Por un lado, le apoya un sector de la población que todavía cree en la narración de los medios oficiales o que teme perder sus privilegios; una mayoría silenciosa que ha ido debilitándose allí donde la represión ha sido más brutal o se ha conocido por el boca a boca. El régimen alauita trata de ampliar esa base mediante concesiones a minorías como la kurda, drusa y cristiana que temen por su futuro bajo una mayoría suní, pero es difícil que se sostenga el apoyo a un Gobierno incapaz de preservar el orden que tanto desea la mayoría silenciosa, normalmente dispuesta a cambiar libertad por seguridad. Por otro, el régimen se sigue apoyando en sus cuatro elementos fundamentales: el clan familiar, los cuadros del partido político único, el aparato de seguridad y la élite económica. El régimen podrá sostenerse mientras el deterioro económico y social no cuestione la cohesión y lealtad de esos cuatro pilares. De todos los anteriores, el eslabón más frágil para el régimen sería el Ejército donde, a diferencia de la inteligencia y la seguridad que está dominada por el régimen, la lealtad alauita no está completamente bajo control (el nombramiento del general cristiano Dawood Rahija como ministro de Defensa podría tratar de prevenir un giro a la egipcia o a la tunecina, un rumor alimentado por la desaparición de su antecesor, el general Ali Habib y la muerte del general Antakiali, ambos alauitas). El favor de la élite económica, ya dañado por la corrupción del régimen, podría desmoronarse si se paralizan las locomotoras económicas de Damasco y Alepo. Los embargos, como el adoptado sobre el petróleo por la UE, no producen tantos efectos a corto plazo (no faltarán nuevos compradores de ese petróleo en un mercado ávido de energía) como la falta de empleos, divisas o inversión directa extranjera. Si la desafección, contenida por la fuerza en la periferia siria, prende en Damasco y Alepo por motivos económicos o políticos, el régimen tendría que optar entre controlar las zonas urbanas más importantes, abandonando el control de las ciudades y ciudades que ahora sostiene, o dispersar sus fuerzas exponiéndolas a verse desbordadas.
¿Se puede producir una intervención internacional?
A pesar de las apelaciones de los activistas, no se espera ninguna intervención internacional directa en Siria. Mientras que los medios de comunicación magnifican los resultados de la intervención en Libia y señalan a Siria como el siguiente escenario, los responsables de aquella parecen haber llegado a la conclusión contraria (coincidiendo ahora con Rusia y China). Las divergencias son profundas entre quienes sostienen la persistencia del Presidente Bashar: Rusia, Irán o Líbano; entre quienes le dan por amortizado: Francia, Reino Unido, Alemania o Estados Unidos, o entre quienes han pedido moderación al régimen como Turquía e Irán pero temen que su caída reduzca su influencia regional. Mientras que Estados Unidos y la Unión Europea, que no tienen presencia ni instrumentos de influencia interna en Siria, sobreactúan desde el exterior, quienes los tienen como Rusia e Irán se oponen a activarlos para no perderlos (no obstante, hay que resaltar que a primeros de septiembre de 2011 se ha producido la primera advertencia del Presidente Mahmoud Ahmadinejad al régimen para que contuviera la represión y dialogara con la oposición). La opresión de la mayoría suní explicaría una mayor implicación saudita y qatarí liderando la presión internacional pero hasta ahora sólo han conseguido que la Liga Árabe, con la oposición de El Líbano, denuncie la situación pero no han suspendido a Siria como miembro -algo que se hizo con Libia- y que se evitó hacer en su última reunión del 16 de octubre, por lo que no parece posible que la Liga solicite una intervención al Consejo de Seguridad para proteger a la población siria frente a su Gobierno.
La oposición, aglutinada en torno al Consejo Nacional de Oposición Siria no cuenta todavía con capacidad de interlocución ni movilización interna y ni el Diálogo Nacional propuesto por el Gobierno ni el Consejo Nacional propuesto por la oposición han funcionado hasta ahora. A falta de un acuerdo interno y de una presión externa, sólo cabe esperar a que las movilizaciones pacíficas actuales se agoten por el cansancio o que deriven hacia un enfrentamiento armado, opciones que en ambos casos dependen de la población siria.