Desde que en 2011 se desencadenó la guerra civil en Siria, al escenario común de insurgencia yihadista que en la práctica forman este país y el contiguo Irak han acudido más de 12.000 extranjeros. En la mayoría de los casos para incorporarse a organizaciones como el Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL) –actualmente denominado Estado Islámico (EI)–, al Frente al-Nursa o a otras entidades con similar orientación ideológica aunque difieran entre sí respecto a estrategia y tácticas. Pues bien, cerca de la mitad de ese contingente procede de países situados en torno al Mediterráneo Occidental. Posiblemente hasta un 40% de los países del Magreb y no menos del 7% de los países de la Europa meridional situados en ese mismo ámbito geopolítico.
Unos 1.200 individuos se han trasladado como yihadistas a Siria e Irak desde Marruecos, cerca de 1.000 desde Argelia y aproximadamente 2.400 desde Túnez. El número de los individuos originarios de Libia es algo más reducido y podría estimarse en alrededor de 500, lo que quizá se deba a que los yihadistas radicalizados y reclutados dentro de este país se hallan encuadrados en organizaciones cuyas actividades están confinadas al territorio del mismo, donde hay demarcaciones en las que perciben condiciones favorables para imponer su dominio. A estas cifras habría que añadir las de los individuos que han acudido desde Europa y cuentan con doble nacionalidad, incluyendo la de algún país magrebí.
Mientras que de España e Italia habrían partido hacia Siria y por extensión Irak, en tanto que yihadistas voluntarios, poco más de un centenar de individuos –de los que a nuestro país corresponde la mitad–, los procedentes de Portugal son poco significativos. Sin embargo, adquiere una especial relevancia el caso de Francia, país de partida hacia aquel escenario de contienda bélica en Oriente Medio para más de 700 yihadistas, de acuerdo con un recuento hecho a principios de este mismo año. A diferencia de España e Italia, la población musulmana en Francia está principalmente constituida por segundas y ulteriores generaciones descendientes de inmigrantes procedentes de países mayoritariamente musulmanes, en especial norteafricanos.
A partir de la ruptura que se produjo en abril de 2013 entre el EIIL por una parte y, por otra, al-Qaeda y su rama territorial en Siria, el ya aludido Frente al-Nusra, se estima que un 90% de los yihadistas movilizados en Marruecos han terminado en las filas del EIIL, cuyas siglas han quedado reducidas desde finales de junio a EI, al igual que se calcula lo ha hecho aproximadamente el 80% de los procedentes de Túnez y al menos un 60% de los originarios de Argelia. Desde hace más de un año, el EIIL, ahora EI, es la organización que galvaniza a los yihadistas radicalizados y reclutados en los países europeos ubicados en el mismo ámbito del Mediterráneo Occidental.
Para el conjunto de esos países, Siria primero y después Irak se han convertido en foco común de una amenaza terrorista cuya fuente la constituye el contingente de individuos –en su mayoría varones de entre 20 y 40 años residentes en entornos urbanos– que se han trasladado desde aquellos primeros a la zona de conflicto configurada por los dos últimos y que no va a dejar de serlo a corto plazo. Una parte considerable de esos individuos puede retornar entrenados, experimentados y con voluntad de seguir manteniendo su compromiso militante como yihadistas, ya sea a las órdenes de las organizaciones a que se adscribieron, a otras relacionadas con las primeras pero basadas en sus países de origen, caso de los magrebíes, o actuando de manera independiente.
No cabe esperar que las estrategias de lucha contra el terrorismo yihadista en los países del Mediterráneo Occidental –dejando de lado a Libia, donde no es posible hablar en estos términos– se modifiquen sustancialmente a la luz de todo ello. Pero la evolución de los acontecimientos en Siria e Irak reclama una decidida actualización de planes y programas. Desde un enfoque distintivo en el desempeño de los servicios antiterroristas o una adecuación de cualesquiera programas de prevención de la radicalización se estén llevando a cabo en el ámbito de las políticas nacionales, hasta el reforzamiento de la cooperación internacional, tanto bilateral como multilateral, entre los países de una región a lo largo de la cual hay conexiones yihadistas que cruzan múltiples fronteras.