Tras seis años, la de Siria se ha transformado en una guerra mundial en pequeño, en concentrado, aunque con terribles efectos para sus habitantes.
Empecemos por los más grandes: EEUU y Rusia. No estamos ante una nueva Guerra Fría sino ante una clásica confrontación de potencias, que evitan enfrentarse directamente. Salvo para ataques por aire (y han llegado a acuerdos para no atacarse el uno al otro por error), lo hacen por procuración, por proxies por usar el término habitual en inglés, que ayudan a formar. Prometen, sí, que no será otro Irak (EEUU) ni otro Afganistán (Rusia). También negocian, y tendrán que volver a hacerlo en un futuro. Aunque la cuestión central es si, para lograr la paz y seguir haciendo retroceder el Estado Islámico (o ISIS), se salva no ya el régimen sino el propio Assad, lo que sería un triunfo para Moscú y un fracaso para Washington.
El objetivo principal de EEUU es no desestabilizar aún más la región y hacer retroceder, para eventualmente derrotar al Estado Islámico, un monstruo derivado en buena parte de la equivocada invasión de Irak, y progresa en parte en este combate apoyando a rebeldes y otros desde el aire. Pero su coalición global no ha sido un gran éxito, pues una parte importante del mundo (Rusia, China e Irán, entre otros) no ha querido entrar en ella.
ISIS está perdiendo terreno físico, lo que importa localmente y para su idea del califato. El mayor control de los accesos al territorio que controla y la mayor eficacia policial de todos los países, especialmente de los europeos, hace que se le esté cerrando el caudal de los combatientes extranjeros que se le unen en Siria e Irak. Pero a la vez, se ha globalizado. El frente contra ISIS es hoy global.
El reciente acuerdo para un alto el fuego pergeñado entre las diplomacias de ambas potencias voló por los aires al poco, cuando EEUU bombardeó fuerzas gubernamentales sirias en Deir Ezzor –“por error” según Washington– y seguidamente Rusia prestó su apoyo aéreo a las fuerzas de Assad contra Alepo, con el supuesto uso de bombas incendiarias, prohibidas, y contra búnkeres no sólo contra las tropas rebeldes sino contra la población civil en Alepo, lo que según EEUU constituye un “crimen de guerra”. El colapso del alto el fuego ha envalentonado al régimen sirio que cree puede sobrevivir, y ganar, frente a los rebeldes.
Rusia defiende el único verdadero aliado que le queda en la región, el régimen de Assad, y las únicas bases –naval en Tartus, aérea en Khmeimim– de que dispone no sólo en el Mediterráneo sino fuera de la zona de la antigua Unión Soviética. Busca otras: en Egipto, Irán, Vietnam o Cuba. Con Irán le une el apoyo a Assad, la lucha contra el Estado Islámico (único punto de conexión de muchos de estos actores), y su oposición a EEUU y a Arabia Saudí. Putin está en una política pura de poder. El veto cruzado a resoluciones en el Consejo de Seguridad –una muy sensata promovida por Francia y España, y la otra por los propios rusos (que no hablaba de detener los bombardeos)– ha terminado de estropear las cosas, incluida la visita de Putin a París. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, ha acusado a europeos y estadounidenses de “rusofobia” y de dar “pasos agresivos” contra Rusia, incluidos los despliegues de la OTAN en Europa del Este. Es decir, que muchas cosas parecen ligadas.
Putin debe pensar, además, que se le abre una oportunidad de actuar a su antojo pues en la fase final de su mandato hasta enero, Obama no querrá tomar grandes decisiones. Si gana, Hillary Clinton será mucho más dura. Pero la zona de exclusión aérea que propugnaba es ahora mucho más difícil de establecer cuando Rusia controla de hecho el espacio aéreo sirio. El ex general David Petraeus es mucho más drástico: pide destruir la fuerza aérea de Assad a distancia, con misiles de crucero y otros tipos de ataques.
La otra gran tensión que alimenta esta guerra es la que enfrenta a Irán –ahora en recuperación económica tras el fin de las sanciones– y Arabia Saudí, sobre una base religiosa, sí –chiíes contra suníes–, pero también geopolítica, y que marca buena parte de lo que está ocurriendo en Siria y en la región. Irán defiende a Assad pero va contra el suní Estado Islámico o ISIS, con numerosos soldados iraníes en este combate, junto a sus ahora aliados iraquíes que intentan recuperar Mosul (en Irak). Hezbolá, aliado libanés de Irán, lucha junto a las tropas gubernamentales. Arabia Saudí, junto a otros países del Golfo, apoya a los rebeldes, entre los que hay derivadas de al-Qaeda, y se ha distanciado de EEUU.
La vecina Turquía, miembro de la OTAN, se está des-occidentalizando rápidamente, acercándose a Rusia (y de nuevo a Israel), y ha entrado tardíamente contra el Estado Islámico, aunque su objetivo principal son los kurdos del PKK. Sin embargo, los peshmergas kurdos son de los mejores luchadores contra ISIS. Con, en el trasfondo, la eventual creación de un Estado kurdo, que trastocaría todo el equilibrio regional.
La crisis ha puesto de manifiesto la incapacidad de la UE para actuar, como lo han hecho los europeos con todas las primaveras árabes a las que, salvo en Túnez, han llegado tarde y mal. La ola de refugiados sirios ha destapado muchos demonios pre-existentes en la Unión. Francia bombardea por razones internas tras los atentados del ISIS y para evitar la vuelta como terroristas de los combatientes con este grupo. Y los británicos también, aunque están con sus propios líos del Brexit y su propia redefinición de lo que serán en el mundo. Aunque se intentan coordinar con EEUU, como muestra la reunión con John Kerry. A la vez, en la UE hay una división sobre la renovación de las sanciones contra Rusia, incluso en el seno de la coalición gubernamental en Berlín, pues los socialdemócratas están en contra.
¿Y China? Pues si se trata de una guerra mundial focalizada, también la segunda (o primera en muchos sentidos) potencia de la Tierra tendrá algo que decir. Y lo tiene, con tres prioridades: las buenas relaciones energéticas con todos en la zona, pues necesita su petróleo y su gas; entenderse con los que cuestionan el orden mundial occidental, como Irán; y evitar que la influencia del Estado Islámico llegue a su propio territorio más occidental, esencialmente el de los uigures. Se abstiene a menudo en estos temas en el Consejo de Seguridad. Pero, aunque no quiere implicarse directamente, este verano pareció ponerse del lado de Bashar al-Assad y de Rusia con la visita a Damasco de un alto cargo, Guan Youfei, director de la Oficina para la Cooperación Militar Internacional de la poderosa Comisión Militar Central de China, que preside el propio Xi Jinping. Según la agencia oficial china Xinhua, ofreció ayuda humanitaria y formación de personal militar sirio.
Todos los ingredientes están ahí, incluida la amenaza global del Estado Islámico. Haberse convertido en esa guerra mundial concentrada dificultará una solución a la guerra civil, o las guerras civiles, en Siria. No se trata de que el mundo, y la región, lleguen a una “conllevancia” con este conflicto, pues su desbordamiento podría resultar trágico. Al final Rusia y EEUU tendrán que entenderse. Aunque su entendimiento, como se ha demostrado, depende de otros factores, y no será suficiente. Pero sí necesario; e incluso indispensable.