Siria sueña en positivo

Una calle desierta con edificios dañados a ambos lados en la ciudad siria de Taftanaz. En el primer plano, se ve una parte de un proyectil de artillería incrustada en el suelo, con escombros y cables dispersos alrededor. Siria
Parte de un proyectil de artillería sin detonar clavado en el suelo de una calle vacía de la ciudad siria de Taftanaz. Foto: IHH Humanitarian Relief Foundation (CC BY-NC-ND 2.0).

Desde el más básico sentimiento ético y democrático es inevitable compartir la generalizada alegría que la huida de Bashar al-Assad ha provocado entre la población siria. Han sido cinco décadas de grave insatisfacción de necesidades básicas y de sufrimiento ante la constante violación de las libertades civiles por parte de un régimen corrupto, sectario y violento. Una situación sobradamente conocida tanto en la región como en el mundo occidental y que, sin embargo, se ha prolongado demasiado en el tiempo, tanto por el empeño represor de una élite local (apoyada por Moscú y Teherán) empeñada en abusar de su gente a toda costa, como por la voluntad de unos gobiernos (árabes y occidentales) que, incluso después del levantamiento pacífico de la población en 2011, habían acabado por aceptar a Assad como un mal menor en la medida que se acomodara al statu quo vigente.

Lo que ahora se abre es una nueva etapa que todavía debe confirmar que la salida de la escena del dictador lleva a la caída de su régimen, a la puesta en marcha de una transición pacífica e, idealmente, a que dicha transición sea plenamente democrática. Un arduo proceso en el que muchos han fracasado –con Túnez, Egipto, Libia y Yemen como ejemplos más próximos en el mundo árabe– y en el que en clave nacional sobresalen dos referencias básicas para contar con suficientes garantías de éxito: el protagonismo absoluto de los sirios y la creación de un sistema político inclusivo.

Al menos desde 1970, Siria ha estado dominada por el clan alauí de los Assad (11% de la población), manipulando en su beneficio el temor de otras minorías étnicas y religiosas a un dominio suní (65% de la población) que se presuponía por definición perverso para todas ellas. De ese modo, cooptando selectivamente a representantes de esas otras minorías, ha sabido mantenerse en el poder hasta el estallido de las movilizaciones de principios de 2011 que, ya de manera abiertamente política, planteaba un “basta ya”, demandando la desaparición de todos los actores políticos agrupados en torno a Assad.

Como resultado de todo ello, más 13 años de guerra abierta, hoy no es posible identificar un mínimo común denominador entre tantos actores opositores, más allá del rechazo al régimen. La brutalidad de la dictadura ha laminado la posibilidad de que existan partidos políticos representativos, medios de comunicación independientes y sociedad civil organizada –mimbres básicos para construir un futuro mejor para todos los sirios–. Eso no imposibilita que se logre encarrilar el proceso de transición, pero evidentemente lo dificulta aún más; sobre todo si se tiene en cuenta que, además, son muchos los actores externos empeñados en seguir manipulando a su antojo a los actores locales, tratando de preservar sus intereses.

De momento, se atisba la existencia de un pacto para evitar un vacío de poder y que se imponga el caos en una lucha fratricida por el poder, auspiciado por Ahmed al-Sharaa (más conocido como

Abu Mohamed al-Jolani) a la cabeza del grupo Hayat Tharir al Sham (HTS) y con la participación de representantes del régimen de Assad, como el exprimer ministro Mohamed al-Jalali. Pero, dada la diversidad étnica y religiosa del país, queda por ver cómo van a reaccionar otros grupos sociales y políticos, incluyendo la Coalición Nacional Siria, liderada desde Turquía por Hadi al- Bahra, y a los grupos opositores kurdos, que cuentan con las Fuerzas Democráticas Sirias como brazo armado. El nombramiento de Mohamed al-Bashir, hasta ahora primer ministro del Gobierno de Salvación Nacional que HTS estableció en su feudo de la provincia noroccidental de Idlib, es una señal del peso que ha adquirido al-Jolani como resultado de la ofensiva que ha terminado con Assad.

El líder de HTS se ha encargado en estos últimos cuatro años de construirse una nueva imagen, olvidando su pasado yihadista, para presentarse como un líder moderado, abierto a las distintas sensibilidades presentes en el país y hasta defensor de los derechos de las mujeres y de la democracia. Queda ver hasta dónde está dispuesto a traducir esas palabras en hechos que permitan la confluencia de las agendas de actores tan distintos y a dejar que se oiga la voz de una población hasta ahora silenciada. Y todo ello sin olvidar que Rusia tratará de seguir inmiscuyéndose en los asuntos internos sirios, con el objetivo de preservar sus intereses (empezando por la base naval de Tartús y la base aérea de Jmeimm), que Irán insistirá en mantener abierta la vía de tránsito hacia el Líbano para seguir alimentando a Hizbulah y que Turquía buscará consolidar su influencia, evitando que las milicias kurdas puedan afianzar su poder en la zona fronteriza.

Entretanto, no puede extrañar que Estado Islámico pretenda recobrar cierta presencia en la zona oriental del país, con Estados Unidos reactivando sus ataques para impedirlo. Lo de Israel es de otra naturaleza, aprovechando la ocasión para ocupar aún más territorio soberano sirio –en abierta violación del derecho internacional– y lanzando oleadas de ataques aéreos para destrozar la capacidad remanente de las Fuerzas Armadas sirias con el rebuscado argumento de evitar que el arsenal de armas químicas del régimen pueda caer en “malas manos”, cuando lo que busca es seguir ganando posiciones en su intento de redibujar el mapa regional a su gusto.

Por una vez, deberíamos dejar a los sirios soñar en positivo, por muchas que sean las incertidumbres que plantea el proceso de pasar página a una etapa tan amarga.