Como ha venido sucediendo en los otros países de la región, los sirios están empleando los viernes –día de la oración comunitaria en el Islam- para ocupar las calles y conseguir que su voz y sus peticiones sean oídas por las autoridades. Cuestión de oportunidad organizativa y una estrategia para evitar o minimizar las posibilidades de una represión violenta.
El presidente al-Asad lleva más allá la cuestión religiosa y, en un intento de desmarcarse de aquellos que le acusan de sectario por ser alawí, ha decidido apoyarse en los ulemas sunníes, para aplacar con ello el tono de los sirios, empezando las reformas por aquellas que estos ulemas consideran importantes. Me refiero a la licencia de apertura de una televisión vía satélite de contenido religioso, la inauguración del Instituto Superior Sham de Estudios Religiosos, la reincorporación de varias mujeres despedidas de sus empleos por llevar niqab o el cierre del único casino del país. En segundo lugar quedan otras reivindicaciones como acabar con la corrupción y el partido único.
El partido Baaz, ese partido único cuya historia es la historia de Siria en las últimas décadas, lejos de verse debilitado también parece reforzado por las medidas tomadas por el presidente. Los recientes nombramientos en el gobierno parecen quitar peso a los tecnócratas responsables de la apertura económica del país, en detrimento de los postulados socialistas casi-autárquicos del Baaz y que ahora son acusados de haber hecho descender con ello el nivel de vida de los sirios.
Por su parte, los kurdos han sido también llamados a consultas pero se resisten a hablar con el régimen empezando por las cuestiones menores. Su agenda, pese a las diferencias existentes entre grupos, sigue centrada en las demandas de reconocimiento de su existencia como nación y observan con desconfianza los intentos de acercamiento, insistiendo en las convocatorias de ocupar la calle.
El presidente busca apoyo en las instituciones existentes, más que en avanzar en la generación de nuevas reglas del juego, su intento de asegurar estabilidad apoyándose en fuerzas y grupos interesados en el mantenimiento del statu-quo –o incluso en el reforzamiento de sus posiciones que en absoluto se parecen a las esgrimidas por los sirios en sus protestas en la calle- no mueven al optimismo.
¿Son estas las reformas en las que el presidente cristaliza su década de gobierno? Pero, ¿quién va a marcar la agenda del cambio? ¿Hasta dónde será eficaz esta nueva alianza entre el poder civil y el poder religioso?¿Verán los jóvenes sirios cómo sus demandas de cambio van a hacer retroceder sus libertades, recibiendo de nuevo mensajes de contención por parte de las autoridades religiosas? ¿Cómo va a afectar este pacto a las relaciones con los vecinos?