Son muchas todavía las piezas del rompecabezas sirio que tienen que encajar para que la huida a Rusia del dictador Bashar al-Assad y su reemplazo por Ahmed al-Sharaa sea algo más que un cambio de caras. Por supuesto, el papel principal les corresponde a los propios sirios, demostrando que son capaces de superar su acusada fragmentación étnica y religiosa, pero el éxito o fracaso del empeño depende también en gran medida de la actitud de muchos actores externos. Y todo ello sabiendo que el tiempo apremia, antes de que los nostálgicos del régimen de los Assad sean capaces de plantear una resistencia armada y de que la población sea presa del desencanto si no ve mejorar sustancialmente su bienestar y su seguridad a corto plazo.
‘’Es obvio que no todos los actores implicados reman en la misma dirección (no cabe olvidar tampoco a Irán, Rusia e Israel) y la travesía está llena de obstáculos. Pero no adelantemos acontecimientos negándole a Siria un futuro mejor que el de los últimos 55 años’’.
Por lo que respecta a al-Sharaa, centrado en hacer olvidar su imagen de líder yihadista y en reforzar la de gobernante válido tanto ante sus conciudadanos como ante la comunidad internacional, el primer indicador a considerar será la conformación del gobierno de transición anunciado para la primera semana de marzo. Ese será el momento para comprobar hasta dónde llega su voluntad política inclusiva, incorporando todas las sensibilidades presentes en Siria. Si, por un lado, ha ilegalizado al partido Baaz –corriendo el riesgo de que, como ocurrió en Irak tras el derribo de la dictadura de Sadam Husein, sus militantes y simpatizantes se revuelvan violentamente–, por otro, ha procurado incentivar el desarme de muchos grupos armados, integrando a sus miembros en las Fuerzas Armadas y de seguridad nacionales, y atraer a los representantes de todas las identidades con cierto peso en la vida nacional, incluyendo a los kurdos y los alauíes.
Sólo a partir de ese punto, venciendo la tentación de gobernar únicamente con sus leales de Hayat Tahrir al Sham y sus correligionarios del Gobierno de Salvación Nacional que pilotó en Idlib durante estos últimos cinco años, se podrá calibrar si es posible articular un verdadero Diálogo Nacional que permita el regreso a sus hogares de los millones de personas que se han visto desplazadas forzosamente, la realización de un nuevo censo electoral y la aprobación de una nueva Constitución con vistas a unas elecciones libres en el horizonte de tres o cuatro años.
En el tránsito hasta ese punto parece aconsejable liberar a Siria de las sanciones internacionales que se impusieron al régimen de Assad, especialmente duras en los sectores energético, de transportes y financiero, permitiendo que las nuevas autoridades puedan contar con los instrumentos necesarios para reactivar la economía nacional y atraer los inversores internacionales. De momento, con todas las cautelas imaginables y estableciendo medidas de condicionalidad para evitar exclusiones y retrocesos, algunos miembros de la Unión Europea (UE) parecen dispuestos a explorar la vía que al-Sharaa propone. Así, ya el 3 de enero los ministros de Exteriores de Francia y Alemania visitaron conjuntamente Damasco, seguidos de sus colegas italiano (10 de enero) y español (16 de enero). Tan sólo un día después, fue la comisaria europea, Hadja Lahbid, la que pasó por la capital siria, anunciando la entrega de 235 millones de euros en ayuda humanitaria, seguido del levantamiento de algunas sanciones comunitarias apenas 10 días más tarde.
Unos movimientos diplomáticos que, en paralelo, han ido acompañados por la celebración de dos conferencias internacionales –la primera en Jordania (Aqaba, 14 de diciembre) y la segunda en Arabia Saudí (Riad, 12 de enero)–, en las que representantes de Estados Unidos (EEUU), la UE, Turquía y varios países árabes han explorado la mejor manera para impulsar un proceso inclusivo que permita a Siria encarar el futuro con esperanza. En todo caso, a la espera de lo que pueda decidirse en la tercera convocatoria (París, 13 de febrero), de momento no se ha llegado a concretar un plan de ayuda económica a la altura del desafío que presenta un país asolado por la guerra que estalló hace ya 14 años.
Entretanto, mientras Turquía se muestra ya como un actor crecientemente influyente en esta nueva etapa de su vecino, también queda por despejar la incógnita que plantean las milicias kurdas sirias, especialmente las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS). Por una parte, la Administración estadounidense todavía no ha anunciado si piensa mantener o no los alrededor de 2.000 efectivos militares que mantiene en el país, en apoyo a las FDS, que han desempeñado un papel principal en la neutralización de la amenaza de Dáesh y que mantienen a buen recaudo tanto a miles de sus combatientes como a sus familiares. Por otra, se extiende el rumor de que Abdulah Öcalan, líder histórico del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), identificado como terrorista por Ankara, va a pronunciarse desde su celda a favor del desarme del PKK. Si eso se confirma, cabría entender que Turquía abandonaría sus planes para lanzar una ofensiva militar en las zonas del noreste de Siria donde las FDS tienen su feudo principal, en la medida en que dejarían de garantizar al PKK un santuario desde el que seguir atacando intereses turcos. De todo ello se derivaría que al-Sharaa no sólo dejaría de temer una invasión turca de las provincias de mayoría kurda, sino que podría acelerar el proceso de integración de los combatientes de las FDS en las Fuerzas Armadas nacionales y de participación en el proceso político de sus representantes.
Es obvio que no todos los actores implicados reman en la misma dirección (no cabe olvidar tampoco a Irán, Rusia e Israel) y la travesía está llena de obstáculos. Pero no adelantemos acontecimientos negándole a Siria un futuro mejor que el de los últimos 55 años.