En los últimos meses hemos conocido diversas propuestas relativas a la integración regional latinoamericana, o más concretamente sudamericana. Parecería que son buenas noticias y más después de haberse cerrado, tras arduas y complicadas negociaciones, el Acuerdo de Asociación entre Mercosur y la Unión Europea (UE). Sin embargo esto no es así y no lo es porque las nuevas propuestas conocidas, tanto la creación del Prosur como el relanzamiento de Unasur a partir del llamado Grupo de Puebla–ProgresivaMente, responden a una misma matriz basada en las coincidencias político–ideológicas de los posibles apoyos más que en la necesaria incorporación de una realidad tan compleja y fragmentada como es la de América Latina hoy.
Tanto el presidente de Chile, Sebastián Piñera, como Alberto Fernández, el candidato kirchnerista a la presidencia argentina, han ido a lo más fácil, a convocar a los afines despreciando a los contrarios. Mal inicio si de verdad se quiere integrar económica y políticamente a la región. Parecería que no se aprendió nada de la primera década del siglo XXI cuando se intentó avanzar en esta línea a partir del proyecto bolivariano impulsado por Hugo Chávez y respaldado por los ingentes recursos que fluían desde Venezuela. Los tres proyectos emblemáticos de la época (ALBA, CELAC y Unasur) terminaron fracasando.
De acuerdo con un cierto relato fue la llegada de gobiernos neoliberales al poder en distintos países de la región lo que condujo a la actual situación. Sin embargo, el problema es más complejo y se olvida que el germen de la autodestrucción ya estaba presente en estas instituciones a partir de su fundación. Al ponerse el acento en la sintonía ideológica se cerraba la posibilidad de que, una vez producida la alternancia, los nuevos gobiernos mantuvieran el anterior rumbo político. La gran excepción fue la Alianza del Pacífico que ha logrado perpetuarse a pesar de los cambios de gobierno producidos en todos sus estados miembros, y que han girado en un sentido u otro del espectro político.
A su manera Mercosur también resistió, gracias a que dispone de un bagaje institucional algo más sólido y a que está respaldado por un intenso intercambio comercial entre los socios. De hecho, Brasil y Argentina encuentran en Mercosur una palanca clave de su desempeño económico. Sin embargo, la llegada de Jair Bolsonaro al gobierno en Brasil supuso la entrada de un fuerte frente tormentoso en el equilibrio regional. El reciente intercambio de descalificaciones entre Bolsonaro y Alberto Fernández no promete nada bueno, si bien ambos saben que terminarán necesitando al otro. En este punto el temor es que las ideologías extremas primen, una vez más, sobre los intereses nacionales.
Otro factor, asociado a los anteriores, que explica el fracaso de los proyectos de integración regional es la cada vez más importante fragmentación que impera en la región. Si ya a finales de la vida de Hugo Chávez esta realidad impedía alcanzar los más mínimos consensos en torno a los puntos más relevantes de la agenda regional e internacional, la situación se ha agudizado todavía más en la actualidad. El resultado del intenso ciclo electoral de los últimos tres años (y todavía pendientes de los comicios de Argentina, Bolivia y Uruguay) ha complicado aún más una situación de por si compleja. Si bien no se cumplieron las predicciones de “un giro a la derecha”, cualquiera sea el resultado de las tres elecciones de octubre próximo los equilibrios regionales serán todavía más inestables.
Para colmo sigue sin aclararse si la integración debe afectar a toda América Latina o solo se debe concentrar en América del Sur. Aparentemente tanto Prosur como Unasur apuntan en esta última dirección, aunque la presencia de Andrés Manuel López Obrador lleva a pensar al Grupo de Puebla (no creado allí por casualidad) que ahora sí México mira hacia al sur y, por lo tanto, puede incorporarse al club del progresismo.
En diciembre pasado y bajo la inspiración de Bolsonaro y su hijo Eduardo se reunió en Foz de Iguazú la Cumbre Conservadora de las Américas, un intento de aglutinar a la derecha más extrema y menos liberal de la región. Otra vez la condición sine qua non para integrarse al grupo es la pureza de sangre y otra vez los que no piensan igual se quedan fuera.
Resulta cada vez más alarmante la falta de ideas para impulsar la integración regional latinoamericana. Esta carencia es agravada por la necesidad de cavar trincheras en ambos extremos del espectro político. Sin embargo, su necesidad, y más en un momento como el actual, es obvia. Los crecientes ataques al multilateralismo y la escalada en la guerra comercial entre China y Estados Unidos, que buscarán que prácticamente todos los actores internacionales deban elegir entre uno u otro, son factores adicionales en un mundo cada vez más complejo.
Por eso, los gobiernos latinoamericanos y sus dirigentes políticos, todos, deberían entender que no es excluyendo sino sumando, como se avanzará más rápido y más profundo. La aceptación de las diferencias, el diálogo y la negociación se imponen en este momento. Ha llegado la hora de dejar atrás esquemas obsoletos y de apostar por la imaginación, una imaginación creativa que acepte la realidad tal cual es, con todos sus problemas y desequilibrios. La duda es si la mediocridad de los liderazgos existentes permitirá superar este lamentable estado de cosas.