- ¿Cuáles fueron los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales?
- ¿Se puede considerar que las elecciones fueron democráticas?
- ¿Qué conclusiones se pueden extraer de la primera vuelta?
- ¿Qué cabe esperar de cara a la segunda vuelta?
- ¿Cómo se puede interpretar el veredicto del juicio contra Mubarak?
- ¿Dónde se encuentra la transición egipcia?
¿Cuáles fueron los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales?
Los días 23 y 24 de mayo los egipcios fueron llamados a las urnas por cuarta vez desde marzo de 2011 para decidir sobre el futuro de las instituciones del país. En esa ocasión tenían que elegir al primer presidente de la era post-Mubarak (véase: Elección de un nuevo presidente en Egipto). Se presentaban 12 candidatos y se daba por hecho que los votos estarían muy repartidos. La primera vuelta de las elecciones presidenciales egipcias ha dejado muchas sorpresas y un panorama político altamente polarizado. La práctica totalidad de encuestas y análisis preelectorales hechos dentro y fuera de Egipto fallaron estrepitosamente a la hora de prever los resultados.
Al no haber obtenido ningún candidato la mayoría absoluta, los dos más votados, Mohamed Mursi y Ahmed Shafik, pasan a una segunda vuelta que se celebrará los días 16 y 17 de junio. Según los datos de la Comisión Electoral, Mursi, el candidato “de repuesto” de los Hermanos Musulmanes y presidente de su brazo político, el Partido Libertad y Justicia, obtuvo el 24,8% de los votos, mientras que Shafik, último primer ministro de Mubarak y el único ex militar que se presentaba, recibió el 23,7%.
De cerca les seguían Hamdeen Sabbahi, candidato nacionalista laico, represaliado por los regímenes de Sadat y Mubarak, con el 20,7% de los votos, y Abdul Moneim Abul Futuh, candidato independiente y ex dirigente de los Hermanos Musulmanes expulsado en 2011 por anunciar unilateralmente su candidatura a la presidencia, con el 17,5%. Por su parte, Amr Musa, ex ministro de Asuntos Exteriores con Mubarak y ex secretario general de la Liga Árabe, no logró más que el 11,1% de los votos, a pesar de que aparecía en numerosas quinielas preelectorales como uno de los favoritos. Tanto Musa como Abul Futuh se desinflaron en la recta final. Fueron los dos candidatos que aceptaron participar en el único debate televisado, el pasado 10 de mayo. Viendo los resultados, queda claro que no les benefició.
¿Se puede considerar que las elecciones fueron democráticas?
Unas elecciones son democráticas cuando, entre otras cosas, son libres y transparentes. La reciente primera vuelta de las elecciones presidenciales en Egipto ha sido, probablemente, la votación más libre en la historia moderna del país, pero si algo ha caracterizado el proceso ha sido la falta de transparencia, la confusión y el incumplimiento de normas básicas en cualquier elección democrática. Aunque no se esté hablando de fraude a gran escala –como era la norma en la época de Mubarak–, ante unos resultados tan ajustados basta con un pequeño “empujón” a uno de los candidatos para desvirtuar la voluntad popular y condicionar el resultado final, máxime cuando las decisiones de la Alta Comisión para las Elecciones Presidenciales (Comisión Electoral) son definitivas e inapelables.
Desde el primer momento, la Comisión Electoral encargada de organizar y supervisar el proceso tomó decisiones que han condicionado los resultados. El presidente de la Comisión, Faruk Sultán, es también el presidente del Alto Tribunal Constitucional. Fue nombrado por Hosni Mubarak en 2009 con la intención de controlar el proceso de las presidenciales que estaban previstas para septiembre de 2011 y que no se llegaron a celebrar por la caída del propio Mubarak a principios de ese año. Una de las múltiples sorpresas que han sacudido el proceso fue que la Comisión Electoral egipcia descalificó a tres candidatos de los que tenían más opciones, en una decisión altamente política y con forzados argumentos jurídicos. Estos eran: Omar Suleimán (antiguo número dos de Mubarak), Hazem Abu Ismail (predicador salafista ultraconservador) y Jairat al Shater (el candidato “principal” de los Hermanos Musulmanes).
Siete de los candidatos presentaron recursos ante la Comisión Electoral por fraude e irregularidades supuestamente cometidas antes y durante la votación. Entre esas irregularidades figuraban la compra de votos, errores en el censo (se añadieron casi 5 millones de votantes entre las legislativas de hacía unos meses y las presidenciales), ausencia de supervisión judicial y de representantes de candidaturas durante la votación y el recuento, y petición del voto durante las jornadas electorales (Shafik dio una rueda de prensa con la votación en marcha), entre otras. La Comisión Electoral desestimó en bloque y sin realizar una investigación detenida todos los recursos presentados por los candidatos, lo que ha despertado sospechas sobre la transparencia y neutralidad de su actuación. A eso hay que sumar las enormes dificultades a las que se han enfrentado los escasos observadores internacionales que se encontraban en el país.
Numerosos motivos hacen pensar que la Comisión Electoral ha sido sumamente laxa con la normativa electoral: a juzgar por el despliegue de medios, no es creíble que las candidaturas finalistas sólo dispusieran de 10 millones de libras egipcias (1.300.000 euros), que era el techo de gasto por candidato fijado por la propia Comisión Electoral; las campañas de varios candidatos empezaron antes de la fecha autorizada (30 de abril); se han usado lugares de culto y campus universitarios para hacer campaña, en contra de las normas electorales establecidas; y tampoco se conoce que haya habido sanciones por compra de votos ni por otras irregularidades.
¿Qué conclusiones se pueden extraer de la primera vuelta?
A partir de los resultados oficiales de la primera vuelta se pueden extraer algunas conclusiones. Uno de los datos más llamativos, por ser inferior al esperado, fue el índice de participación. Éste fue de tan sólo el 46,4% (en las elecciones a la Asamblea del Pueblo a principios de año alcanzó el 54%), a pesar de que la población parecía mucho más movilizada para elegir a su futuro presidente. Esto se podría deber tanto a la “fatiga electoral” de muchos egipcios como a su desconfianza en que un nuevo presidente pueda cambiar el rumbo del país mientras el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA o Junta Militar) siga teniendo la última palabra.
Los dos candidatos más votados han contado con el apoyo de las dos grandes maquinarias electorales del país, que disponen de amplios recursos económicos y humanos: los Hermanos Musulmanes en el caso de Mursi, mientras que Shafik contó con el respaldo activo del aparato del antiguo régimen representado por la Junta Militar, los servicios de seguridad y los fulul (remanentes del régimen de Mubarak y del disuelto Partido Nacional Democrático). A pesar de los apoyos, legítimos e ilegítimos, recibidos por Mursi y Shafik, tres de cada cuatro egipcios que votaron en primera vuelta no lo hicieron ni por uno ni por otro. De hecho, el futuro presidente de Egipto sólo habría conseguido en torno al 11% del total de votos potenciales en la primera vuelta, lo que refleja un apoyo muy minoritario del conjunto de la población. Los dos finalistas juntos sólo consiguieron el apoyo del 22,5% de los votantes censados.
Los Hermanos Musulmanes, a pesar de su extendida organización y disciplina interna, perdieron cerca de 5 millones de votos, casi la mitad de los que habían obtenido en las legislativas celebradas pocos meses antes. Los errores cometidos durante la transición, las promesas incumplidas y sus ansias por acumular poder parecen haberles restado simpatizantes. Por su parte, los salafistas del partido al-Nur, que cuentan con la cuarta parte de los diputados en la Asamblea del Pueblo, anunciaron su apoyo a Abul Futuh durante la campaña. Sin embargo, a la vista de los resultados, ese apoyo no se tradujo en votos. De hecho, es probable que la asociación entre Abul Futuh y los ultraconservadores de al-Nur le restaran votos de liberales y moderados que, inicialmente, vieron en él un representante del islam político moderno e inclusivo.
Uno de los candidatos “revolucionarios”, Sabbahi, con muchos menos recursos que los dos primeros, consiguió más del 20% de los votos. Otro de esos candidatos, Abul Futuh, obtuvo el 17,5%. Los intentos de que presentaran una candidatura conjunta fracasaron, aunque ahora se piensa que habría sido la vencedora. La fragmentación de los candidatos moderados no afiliados al régimen de Mubarak les ha pasado factura y ha generado frustración entre los sectores revolucionarios. Es llamativo que Sabbahi haya sido el vencedor en las dos principales ciudades del país: El Cairo (34,6%) y Alejandría (34,2%). Este dato es importante de cara a un posible recrudecimiento de las protestas sociales en centros urbanos.
¿Qué cabe esperar de cara a la segunda vuelta?
El pase a segunda vuelta de Mursi y Shafik representa la combinación que más puede polarizar a la sociedad egipcia a corto plazo, y es vista por los sectores revolucionarios como el peor escenario para la transición democrática del país. Lo que está en juego es una dominación absoluta de los islamistas (parlamento, gobierno, jefatura del Estado y asamblea constituyente), o un presidente “mubarakista” visto por muchos como responsable de la represión sangrienta contra los manifestantes en la plaza Tahrir, y contra el que hay abiertas numerosas causas por corrupción. Dicho de otra forma, el gran dilema al que se enfrentan los egipcios es dar la presidencia a Shafik y volver al antiguo régimen con su brutalidad y corrupción, o dársela a Mursi y convertir a los Hermanos Musulmanes en la fuerza hegemónica 16 meses después de una revolución en la que ellos no tuvieron un papel central.
Aún se desconoce el sentido del voto de los indecisos y los desencantados, así como si la “mayoría silenciosa” se movilizará en la segunda vuelta, aunque hay indicios de que la abstención y el número de votos nulos pueden aumentar como resultado de los llamamientos al boicot. No sería de extrañar que hubiera más sorpresas antes y después de la celebración de la segunda vuelta. Los dos candidatos finalistas intentan dar una imagen centrista y no tienen problema en decir que son los defensores del “espíritu revolucionario”, mientras cada uno juega la carta del miedo a que triunfe su oponente.
Una de las claves de los próximos días y semanas reside en saber si los Hermanos Musulmanes están dispuestos a alcanzar acuerdos –y, sobre todo, respetarlos después– con otras fuerzas políticas y sociales anti-régimen, incluidos los candidatos Sabbahi y Abul Futuh, con el fin de evitar la vuelta al “mubarakismo”. Esto pasaría por compartir el poder ejecutivo, negociar una asamblea constituyente más inclusiva y un profundo cambio de actitud en el parlamento. Sin embargo, existe una amplia desconfianza hacia los Hermanos Musulmanes entre los sectores liberales y laicos, que temen que los islamistas estén buscando un acuerdo entre bambalinas con la Junta Militar para repartirse el poder. Ya en febrero de 2011 los Hermanos se sentaron a negociar con el vicepresidente de Mubarak, Omar Suleimán, mientras el régimen mataba y hería a manifestantes en las calles y plazas. Desde entonces, ha habido numerosos momentos de cordialidad entre ambos bandos. Muchos egipcios piensan que una victoria de Mursi en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales sería prácticamente imposible sin una negociación previa con los militares, quienes conservarían buena parte de sus privilegios e intereses.
¿Cómo se puede interpretar el veredicto del juicio contra Mubarak?
El 2 de junio se hizo público el veredicto del juicio contra Mubarak, sus dos hijos y seis de sus colaboradores por corrupción y por la muerte de más de 800 personas durante los 18 días que duraron las revueltas en enero y febrero de 2011. Al conocer que tanto Mubarak como su ex ministro del Interior, Habib al-Adly, eran sentenciados a cadena perpetua, muchos egipcios sintieron alegría y alivio. Sin embargo, esa sensación duró pocos instantes, hasta que se supo que todos los juzgados eran absueltos de las acusaciones de corrupción y que la cúpula de los servicios de seguridad de Mubarak también quedaba absuelta y sin cargos. El tribunal dijo no haber encontrado pruebas de que la policía reprimiera y matara a manifestantes, aunque, paradójicamente, dictó dos condenas por no haber evitado dicha represión.
Como era de esperar, esa sentencia generó decepción y rabia. Numerosos egipcios vieron que, más allá del hecho “histórico” de que un dictador árabe fuera condenado en su país (la sentencia aún no es firme, y podría ser revocada), el anciano Mubarak había sido sacrificado con el fin de exculpar al aparato de represión y tratar de perpetuar el antiguo régimen. La absolución de los hijos de Mubarak –que aún tienen otras causas abiertas– y de seis altos mandos policiales y del Ministerio del Interior (que no se inmutaron al escuchar la sentencia) envía un mensaje de impunidad ante la represión y ha sido rechazada por partidos políticos, varios candidatos presidenciales, organizaciones juveniles e intelectuales, quienes han hecho llamamientos a que se vuelvan a tomar las calles y plazas. Esto podría reavivar las protestas populares y la represión de las fuerzas de seguridad.
El momento elegido para dar a conocer el veredicto del juicio contra Mubarak, justo entre las dos vueltas de las elecciones presidenciales, con la previsible reacción popular de rechazo, hace pensar que hay un intento de provocar más protestas sociales. De producirse, la Junta Militar podría aprovechar el clima de enfrentamiento para disolver el actual parlamento. Se podría dar la paradoja de que Shafik, el candidato apoyado por el régimen, al que han votado egipcios que anteponen las promesas de seguridad a la libertad, acabe provocando con su probable victoria amplias revueltas sociales y mayor inestabilidad política y económica, que podría ir acompañada de represión y violencia.
¿Dónde se encuentra la transición egipcia?
El 31 de mayo expiró la prórroga bienal de la Ley de Emergencia que llevaba en vigor varias décadas y que otorga un amplio margen de arbitrariedad a la policía y a los tribunales militares. La Junta Militar no quiso imponer la ampliación del plazo de vigencia de dicha ley, aunque tiene suficientes mecanismos para reinstaurarla si lo considera necesario. Aunque la Ley de Emergencia haya expirado, no se ha liberado a civiles detenidos al amparo de la misma, ni se ha dejado de enviarlos a tribunales militares.
Para añadir aún más confusión a la situación actual, aún está pendiente que el Alto Tribunal Constitucional (presidido por Faruk Sultán, que también preside la Comisión Electoral) dicte sentencia sobre la constitucionalidad de la ley que impediría a políticos vinculados al régimen de Mubarak participar en política, lo que podría afectar a Shafik. De hecho, su candidatura había sido descartada en un primer momento por una enmienda a la ley de derechos políticos aprobada por el parlamento y refrendada por la Junta Militar. Sin embargo, el presidente de la Comisión Electoral anunció en el último momento la aceptación del recurso interpuesto por ese candidato, revocando así su exclusión a la espera de que haya un pronunciamiento sobre la constitucionalidad de la enmienda. Tanto Sabbahi como Abul Futuh, los candidatos que quedaron en tercer y cuarto puesto en la primera vuelta, han pedido que no se celebre la segunda antes de saber si Shafik es inhabilitado o no, algo que parece muy improbable.
Entre las cuestiones que habrá que decidir en el corto plazo está la redacción de una nueva constitución. En principio, se debería formar una asamblea constituyente encargada de redactarla, a pesar de que ya hubo un intento fallido a principios de abril. Ése será un nuevo campo de batalla, sobre todo en lo referente a las competencias del presidente, el modelo político que tendrá el Estado y la relación entre el poder civil y las Fuerzas Armadas. Numerosos observadores egipcios y extranjeros consideran que ha sido una equivocación celebrar elecciones presidenciales sin antes haber aclarado esas cuestiones clave para el futuro del sistema político. Podría darse el caso de que, ante un clima de creciente tensión política, la Junta Militar decidiera unilateralmente emitir una nueva declaración constitucional fijando las funciones y competencias del nuevo presidente, así como manteniendo a las Fuerzas Armadas al margen de cualquier control o supervisión por parte de las autoridades civiles. Esa eventualidad podría fácilmente provocar un rechazo frontal de diversas fuerzas políticas y sociales.
Aunque el resultado de la primera vuelta ha sido muy decepcionante para quienes hicieron la revolución, parece claro que nada volverá a ser igual que cuando gobernaba Mubarak. Atrás queda la era en la que se presentaba un solo candidato y éste siempre ganaba por una mayoría aplastante. Los sectores revolucionarios no han tenido malos resultados, pero sí una mala estrategia. Por el momento carecen de un partido, de una organización y de una coalición que los aglutine. Tal vez con el tiempo el Partido de la Constitución, creado a finales de abril por Mohammad el-Baradei y un grupo de activistas e intelectuales, se convierta en la plataforma que traduzca las aspiraciones democráticas en acción política y social.
La transición democrática en Egipto no ha sido abortada. Todo lo contrario: está empezando a dar sus primeros pasos aunque, eso sí, con muchos tropezones. El aprendizaje llevará tiempo (puede que un lustro, una década o una generación), pero ya ha comenzado. Visto el limitado apoyo electoral que obtuvieron los dos candidatos finalistas en la primera vuelta, cabe preguntarse si lo que parece un triunfo de las dos opciones tradicionales: el régimen y los islamistas, no esconde en realidad su propio declive. La duda que le queda a muchos es si en Egipto se puede elegir a un presidente con libertad y transparencia cuando la Junta Militar que gobierna el país es vista como una extensión del antiguo régimen y uno de los candidatos proviene de las Fuerzas Armadas.