Por unos días, Irak ha vuelto a ser el centro de atención. Aunque no con la magnitud de 2003, cuando EEUU invadía el país con el apoyo de medio mundo y el otro medio se echaba las manos a la cabeza. Fue precisamente la guerra y cómo se llegó a ella, y el empeño en explicarla en vez de pensar en cómo gestionarla después, lo que le convirtió en uno de los conflictos más controvertidos de los últimos tiempos.
Pero a su vez, en los últimos años apenas se le ha prestado atención. La post-invasión, el conflicto sectario entre los chiíes y los suníes entre 2006 y 2007, Al-Qaeda, el “surge”, el “despertar (awakening) suní”, la salida de las tropas, el final de la guerra y las consecuencias. Todo ha pasado desapercibido para la mayoría de la gente que pedía el “no a la guerra” o que la apoyaba.
Hoy en día, a las puertas de Europa, Siria no es el único conflicto en plena ebullición. Irak vuelve a desangrarse a niveles de abril de 2008: cerca de 1.000 personas han muerto en el último mes y más de 7.000 en lo que va de año, según Naciones Unidas. Los coches bomba vuelven a ser una imagen familiar y los logros de los últimos cinco años parecen evaporarse. Gran parte de la responsabilidad recae en Al-Qaeda en Irak, rebautizada como Islamic State in Iraq and Greater Syria (ISIS), cuyos combatientes suníes consideran a las dos naciones como frentes diferentes de una misma guerra. Ahora las victorias yihadistas en Siria resuenan con más fuerza en Irak dando nueva vida a la insurgencia suní. Los más de 600 kilómetros de una frontera sin protección – donde las armas y los combatientes cruzan libremente – y un espacio aéreo que no controla absolutamente nadie (los iraquíes no tienen fuerza aérea) y que permite a Irán atravesarlo libre y diariamente para enviar suministros a al-Assad, es una combinación explosiva.
En medio de la tormenta, el primer ministro iraquí, Nouri al-Maliki, ha ido a Washington en busca de ayuda, porque sabe que para EEUU la lucha contra el terrorismo sigue siendo una prioridad. Y allí se han visto juntos de nuevo a los dos hombres que hace escasamente dos años fueron incapaces de llegar a un acuerdo para mantener un puñado de tropas norteamericanas en Irak, y que seguramente hoy serían de gran ayuda. Tanto Obama como Maliki se equivocaron en sus cálculos y no vieron las consecuencias estratégicas de tal decisión. Casi dos años después, con una mermada influencia norteamericana en el país y en la región, ambos tratan de buscar una solución a la complicada situación.
No habrá más tropas en el terreno, como ha explicado Maliki en una editorial en el New York Times:
“We are not asking for American boots on the ground. Rather, we urgently want to equip our own forces with the weapons they need to fight terrorism, including helicopters and other military aircraft so that we can secure our borders and protect our people”.
Pero el Senado de EEUU apenas tiene ganas de responder a las nuevas peticiones, y muchos senadores ya no se fían de Maliki. No sólo es autoritario, si no también sectario. Desde que se aseguró su segundo mandato – además de una creciente dependencia de Irán y aislamiento de gran parte del mundo árabe suní – Maliki se ha afianzado en el poder reprimiendo a los líderes políticos suníes, eliminando de las fuerzas de seguridad aquellos que no consideraba leales, y en general no adhiriéndose a las normas democráticas y a las instituciones establecidas durante las ocupación. Porque los norteamericanos – a pesar de la larga guerra, los errores, y el elevado coste humano y financiero – también brindaron a los iraquíes una oportunidad única para construir una sociedad civil que no han aprovechado.
En Irak todavía hay mucho en juego. Su fortaleza interna y su independencia de Irán es vital para la seguridad de la región, para el conflicto sirio, para suavizar las tensiones entre suníes y chiíes, y entre suníes moderados y extremistas. ¿Cuál es la solución? El general Petraeus ha dado algunas claves en Foreign Policy:
“If Iraqi leaders think back to that time, they will recall that the surge was not just more forces, though the additional forces were very important. What mattered most was the surge of ideas — concepts that embraced security of the people by ‘living with them,’ initiatives to promote reconciliation with elements of the population that felt they had no incentive to support the new Iraq, ramping up of precise operations that targeted the key ‘irreconcilables,’ the embrace of an enhanced comprehensive civil-military approach, increased attention to various aspects of the rule of law, improvements to infrastructure and basic services, and support for various political actions that helped bridge ethno-sectarian divides”.
Pasar de una dictadura a una democracia se ha pagado a un precio muy alto. No nos olvidamos de Irak.