Hay dos formas de conmemorar el centenario de la I Guerra Mundial: la de querer considerarla como una época superada en la historia de Europa gracias al proyecto de integración europea iniciado hace más de seis décadas, y la de utilizarla para seguir haciendo una profesión de fe nacionalista, que no es otra cosa que la evocación interesada del pasado para justificar las posturas políticas del presente. El primer enfoque lo veremos seguramente en las conmemoraciones organizadas por Bélgica el próximo 4 de agosto en Lieja, y el segundo, nada extraño por el peso desorbitado de la historia de hace un siglo y la reciente, lo podemos observar en los Balcanes, al cumplirse el 28 de junio el centenario del atentado de Sarajevo.
No habrá una ceremonia conjunta de aniversario en la capital bosnia en la que estén representados serbios, bosnios y croatas. El primer ministro serbio, Aleksandar Vuciv, ha justificado su ausencia de Sarajevo por la coincidencia con la más importante de las fiestas nacionales serbias, el Vidovdan o día de san Vito, que desea celebrar con su pueblo tanto en Belgrado como en la ciudad de Visegrad, situada en la República Sprska, la entidad subestatal serbia de Bosnia-Herzegovina. Pero no se trata tan solo de una coincidencia de fechas sino que a los serbios tampoco les gusta la interpretación que tienen del atentado políticos bosnios como el presidente de la república de Bosnia-Herzegovina, Bakir Izetbegovic. Ellos no consideran a Gavrilo Princip, autor material del atentado, como un héroe nacional sino como un terrorista cuyos actos contribuyeron a desencadenar el conflicto europeo y mundial. En el discurso del nacionalismo serbio, fue Austria-Hungría la que tomó como pretexto el atentado para desencadenar una guerra de agresión contra su país. De hecho, para Serbia la I Guerra Mundial comenzó el 28 de julio de 1914, un mes después, y tras expirar el ultimátum de Viena a su gobierno para que investigaran posibles complicidades. En consecuencia, el mensaje nacionalista es que en Sarajevo no hay que conmemorar el estallido de una contienda sino un acto de “tiranicidio”, en expresión de Emir Kusturica, el conocido director de cine bosnio de origen serbio.
Kusturica inaugurará en Visegrad un complejo urbanístico, ideado por él mismo y denominado Andricgrad, en memoria de Ivo Andric, el escritor galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1961. No oculta, sin embargo, el prolífico artista que el centenario del atentado ha sido uno de los motivos que le impulsaron a emprender el proyecto. Su opinión sobre el hecho es así de contundente: “Ese disparo fue el comienzo de la liberación de la servidumbre y la esclavitud”. Kusturica no se contenta con homenajear las estatuas de Princip sino que pretende una revisión del proceso por el que él y sus compañeros fueron condenados a muerte. Si la calificación del delito hubiera sido de asesinato, las condenas habrían sido largas penas de cárcel, pero el hecho fue calificado de alta traición lo que conllevaba la pena de muerte si bien Princip no fue ejecutado por ser menor de edad el día en que cometió el magnicidio. Quienes desean revisar el proceso alegan que no podía existir alta traición contra un Estado que no ejercía la soberanía sobre Bosnia-Herzegovina. En base al congreso de Berlín (1878), la soberanía correspondía al Imperio otomano y Austria-Hungría ejercía únicamente la administración del territorio. No estaba contemplado en las disposiciones de aquel congreso la anexión de Bosnia-Herzegovina por los austro-húngaros en 1908, un acto a todas luces ilegal.
El nacionalismo serbio considera que serbios, bosnios y croatas deberían rendir tributo a la memoria de Gavrilo Princip, pues su atentado contra el archiduque Francisco Fernando contribuyó a la liberación de todos estos pueblos de la tutela de Viena. Es el mismo argumento que se empleaba en la antigua Yugoslavia que sí calificaba a Princip de héroe nacional. Pero las guerras balcánicas de la década de 1990 rompieron para siempre este consenso artificial sobre la historia. Los bosnios no han olvidado el asedio de Sarajevo ni la pretensión de algunos radicales serbios de rebautizar a la ciudad, si hubiera caído en sus manos, con el nombre de Principgrado.
Sigue siendo cierto el dicho atribuido a Churchill de que la región de los Balcanes sigue produciendo más historia de la que puede consumir. Si los países balcánicos occidentales aspiran, tal y como afirman de continuo, a integrarse en Europa, deberán mirar más al futuro que al pasado.