Actualmente (a mediados de marzo), Rusia registra 93 casos de coronavirus, con Moscú como foco de la epidemia y 15.000 personas bajo vigilancia como posibles nuevos casos. Al igual que en todos los países del mundo, Rusia está adoptando medidas para contener la pandemia. Entre ellas, llaman la atención especialmente tres:
- La construcción urgente de un hospital para enfermedades infecciosas cerca de Moscú, lo que hace sospechar que el número de contagiados sea mucho mayor que el oficialmente reconocido.
- El castigo con penas de prisión de hasta cinco años si las personas que han llegado de otros países o están bajo seguimiento como posibles contagiados no respetan la cuarentena. No hay base legal (por ahora) para esta medida y tampoco se ha explicado cómo las autoridades rusas averiguarían qué persona en concreto no respeta la cuarentena, excepto a través de testimonios sobre contactos o la existencia de un diagnóstico claro. Todo sugiere que el régimen está vigilando a los ciudadanos (con instrumentos de nuevas tecnologías desarrollados por China), o induciendo a la población a delatar a sus vecinos, lo que supone una vuelta a los métodos comunistas.
- La expulsión por parte de las autoridades rusas de 88 extranjeros que supuestamente habían violado las condiciones de la cuarentena, sin probar que haya sido así. Esta tercera medida de contención del COVID-19 es aún más llamativa que las anteriores.
El tiempo dirá si las medidas tomadas por el Kremlin para la contención del COVID-19 en Rusia habrán sido eficaces. Por ahora, está claro que Vladimir Putin ha aprovechado esta situación para garantizarse la posibilidad de ser reelegido como presidente dos mandatos más. Mientras el mundo digería el “lunes negro” provocado por la caída libre de los mercados petroleros a causa de la incapacidad de la OPEP para acordar con Rusia cómo gestionar la demanda de petróleo en los tiempos de coronavirus y del estallido de la guerra de precios entre Rusia y Arabia Saudí, la Duma rusa votaba a favor de la propuesta de la diputada (y ex astronauta) Valentina Tereshkova, de 83 años, de superar los límites constitucionales del mandato presidencial ruso y facilitar a Putin mantenerse en el poder hasta 2036. Tereshkova afirmó que su propuesta pretende promover la estabilidad en Rusia. Vladimir Putin respondió: “Creo y estoy firmemente convencido de que un poder presidencial fuerte es absolutamente necesario para nuestro país y para la estabilidad” […] “El presidente es un garante de la seguridad de nuestro Estado, de su estabilidad interna y de su desarrollo progresivo. Hemos tenido suficientes revoluciones”.
No es nuevo que Putin quiera blindar su poder personal. Lo que puede sorprender a quien no conozca la historia de Rusia es que las aspiraciones de la elite política rusa no hayan cambiado durante los últimos dos siglos. En 1810, antes de las reformas del zar Alejandro II, uno de los grandes historiadores rusos, Nikolái Karamazin (1766-1826), había sostenido que “la autocracia ha fundado Rusia y la ha resucitado. Todo cambio en su constitución política ha causado en el pasado su perdición y seguramente lo haría de nuevo en futuro”.1 Putin ha conseguido que los rusos le traten como “el Grande, el más Sabio y Padre de la Patria” (títulos que el zar Pedro el Grande añadió al de emperador en 1721).
“(…) la desinformación doméstica cumple su función de promover el sentimiento antioccidental, así como de presentar sus regímenes autocráticos como moralmente superiores al de EEUU”.
Mientras los epidemiólogos trabajan para identificar la fuente exacta del brote del COVID-19, así como para encontrar una vacuna, China ha creado una historia que los medios de comunicación y las redes sociales de Irán y Rusia están divulgando. Según este relato, militares de EEUU, en un acto de sabotaje, utilizaron armas biológicas para diseminar el virus como un instrumento en la guerra comercial contra China. Rusia ha negado rotundamente las acusaciones de que esté difundiendo desinformación sobre el nuevo brote de coronavirus en las redes sociales, pero no puede negarlo respecto a las televisiones rusas. Simplemente se pueden ver sus noticias. Es difícil determinar el impacto de estás narrativas fuera de Rusia, China e Irán. Por ahora, la desinformación doméstica cumple su función de promover el sentimiento antioccidental entre su población, así como de presentar sus regímenes autocráticos como moralmente superiores al de EEUU. En este contexto, es imposible no acordarse de las campañas de desinformación de la Unión Soviética durante la última fase de la Guerra Fría. A principios y mediados de la década de 1980, campañas orquestadas por la KGB acusaban a la CIA de propagar la fiebre del dengue (un virus que transmiten los mosquitos) en Cuba, así como la malaria en Pakistán (la operación se llamaba Tarakany, lo que significa “cucarachas” en ruso). La desinformación más conocida hasta ahora (y la más eficaz) sobre una enfermedad infecciosa fue la campaña de la KGB conocida como “Operación Infection” para presentar el SIDA como un arma biológica diseñada por el Pentágono.
La posible desinformación rusa sobre el coronavirus tendría otra cara. Según conclusiones de funcionarios de la inteligencia estadounidense, Rusia va a interferir en la campaña de las elecciones presidenciales de EEUU de 2020. El plan inicial era apoyar y amplificar a los grupos de supremacistas blancos para incitar a la violencia, con el objetivo no de fortalecer a Donald Trump sino de dividir a la población y debilitar a EEUU. La pandemia del COVID-19 en EEUU se desarrolla en el año de las elecciones presidenciales, lo que lo convierte en un tema altamente atractivo para la desinformación, para las teorías de la conspiración y para criticar a Trump, así como para manipular y explotar en su provecho todas las contradicciones sobre las cifras de mortalidad y enconar así el conflicto intergeneracional.
“Antes de elogiar la eficacia de los regímenes autoritarios para contener el COVID-19, no debemos olvidar que la gran mayoría de sus ciudadanos han aceptado subordinar a su arbitrio las libertades individuales”.
La respuesta de Rusia a la pandemia del coronavirus refleja la naturaleza de su sistema autocrático: la falta de transparencia en la gestión de la crisis y de la contención del virus, el uso de la desinformación sobre las enfermedades infecciosas como instrumento político; el oportunismo político y geopolítico, la hostilidad hacia Occidente, en especial hacia EEUU, y la divulgación de teorías conspirativas que, como sabemos, siempre han sido uno de los instrumentos favoritos de los regímenes totalitarios para mantenerse en el poder.
Antes de elogiar la eficacia de los regímenes autoritarios como el ruso y el chino para contener el COVID-19, no debemos olvidar que la gran mayoría de sus ciudadanos han aceptado subordinar a su arbitrio las libertades individuales a cambio de cierta estabilidad económica y seguridad física. No se puede sostener la opinión que China gestiona mejor la crisis, porque no realizó una gestión adecuada del origen del virus. Tampoco la teoría de la paz entre democracias sirve para la lucha contra el virus, y los Estados democráticos no van a gestionar la crisis del COVID-19 peor por no vigilar/espiar a su población. Nuestro modelo de democracia, la democracia liberal, es muy diferente al suyo, con o sin coronavirus.
1 Mira Milosevich (2017), Breve historia de la Revolución Rusa, Galaxia Gutenberg, Barcelona, p. 38.