Hace unos días, para cerrar el módulo sobre economía del desarrollo del Máster Iberoamericano en Cooperación Internacional y Desarrollo (MICID), tuvimos un debate en torno a distintas lecturas de académicos del desarrollo, Dani Rodrik entre ellos. Concretamente, comentamos el (ya famoso) artículo “Goodbye Washington Consensus, Hello Washington Confusion?” publicado en Journal of Economic Literature en diciembre de 2006.
En escasas 15 páginas, el economista turco compila, de forma magistral, los principales debates del desarrollo desde los años cincuenta, y las limitaciones de las posturas más extremistas surgidas tras el fallido Consenso de Washington (el fundamentalismo de las instituciones, por un lado; el de la ayuda al desarrollo, por otro). El diagnóstico del ‘estado del arte’ de la economía del desarrollo a mediados del decenio pasado se complementa con una propuesta de vía de salida del atolladero metodológico en el que se encuentra, a su entender, la economía del desarrollo a principios del siglo XXI; vía que ha dado lugar a la llamada economía de growth diagnosis.
Sin apelar al relativismo absoluto ni a la post-modernidad sin matices, Rodrik sí apela al ‘buen criterio’ del economista del desarrollo (o, para el caso, del político). Es necesario aceptar que las causas del subdesarrollo son extremadamente complejas y específicas de cada caso, igual que las vías hacia el desarrollo son enormemente inciertas. Por lo tanto, ante cada situación específica, el economista y/o político, deberá (i) diagnosticar; (ii) diseñar las políticas adecuadas; (iii) e institucionalizar la reforma. “After all, what distinguishes professional economists from ideologues is that the former are trained to make contingent statements: policy A is to be recommended only if conditions x, y and z obtain” (Rodrik, 2006, p. 986).
Pensemos en los economistas como fontaneros. ¿Qué esperamos de un buen fontanero? Personalmente, yo espero tres cosas de él: (i) que tenga una caja de herramientas relativamente completa: martillo, llave inglesa, destornillador, etc. (lo que podrían ser política industrial, comercial, cambiaria…); (ii) que sepa qué herramientas debe usar en qué momento; y (iii) cómo usarlas. Si tengo una fuga en la pila de la cocina (baja productividad, déficit por cuenta corriente, por ejemplo), y el fontanero, nada más llegar, me dice que lo que va a hacer es darle martillazos a la llave principal del agua (apertura comercial generalizada) porque en las ‘mejores casas’ (países desarrollados) así se hace, me quedaré bastante sorprendida. Imagínense, además, que esta intervención no hace más que empeorar el problema y la fuga empeora (aumenta el déficit por cuenta corriente).
Con la economía ocurre algo similar: resulta que hemos tendido a vestirla de técnica o ciencia, cuando tiene mucho de ‘arte’ (en el sentido maquiavélico del término). Las distintas políticas económicas (martillos, llaves inglesas…) no funcionan, nos dice Rodrik, siempre, sin peros ni matices, para todos los problemas, en todos los contextos y momentos. De hecho, si así fuera, el economista o político sería casi redundante.
Pero parece de sentido común pensar que, igual que para nuestro fontanero (martillo, destornillador, llave inglesa), esperaremos de los economistas y políticos del desarrollo que tengan cuantas más herramientas mejor (política fiscal, financiera, educativa, sanitaria, de empleo, comercial, industrial, cambiaria, monetaria…). Lo que necesitamos son economistas / políticos del desarrollo que sepan qué herramientas usar en cada momento. Algunas de ellas se usarán poco (esperemos), como el rescate bancario, y otras más, como la fiscal.
Esto me lleva a pensar de los países en desarrollo, como receptores de ayuda, a los países desarrollados como donantes de ayuda. Pensemos en un donante tradicional, como España. Para saber qué debería hacer España como donante, tendremos que pensar no solamente en las diferentes herramientas usadas (y la combinación de usos) de los receptores de ayuda; también entra en la ecuación la propia caja de herramientas de España como donante (cooperación técnica, reembolsable, ayuda multilateral, fondos globales…). Todo un reto, ¿no?