El informe anual de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial y el Foro de Davos suelen darse lugar en el mismo mes de enero cada año. Si bien el objetivo es el de servir de apoyo el uno al otro, lo cierto es que, en ocasiones, terminan desligándose. En cualquier caso, el 16º Informe de Riesgos Globales de 2021 ha destacado no sólo por el contenido que presenta –como realiza todos los años–, sino por lo novedoso del continente –los nuevos instrumentos y metodologías que abordan ante la urgencia de un ejercicio de prospectiva sólido y continuado que mira más allá de 2021 y pone el foco en los escenarios de 2030 y 2050. Este continente es tan útil para las relaciones internacionales como para el trabajo de un país a nivel individual con enfoques de misión en el largo plazo.
Como todos los años, el Informe presenta los diez mayores riesgos por probabilidad, así como por impacto. Los riesgos medioambientales son el bloque protagonista –temperaturas extremas, fallo de la acción climática o pérdida de la biodiversidad–, y siguen encabezando la primera posición, coplatamo ya viene haciendo desde 2017. La incorporación de las enfermedades infecciosas –por la COVID-19– vuelve a ubicar lo societario en los riesgos más acuciantes. A ello se une otro único riesgo de carácter geopolítico, que ha sido estable estos últimos años. Mientras, los riesgos tecnológicos se siguen manteniendo en este top 10, y lo interesante de ellos es que han pasado de ser riesgos derivados del uso de tecnologías para realizar grandes crímenes o ataques –como ciberataques o robo de datos– a adquirir un cariz más vinculado a la vulnerabilidad social –esto es, la concentración del poder y las desigualdades digitales.
Ahora bien, uno de los mayores riesgos es la aceleración precipitada y descontrolada del corto plazo, sin unas capacidades de respuesta y anticipación para escenarios de largo plazo. Aquí entra el trabajo de prospectiva. Si, como apunta el informe, el hilo conductor de buena parte de estas realidades es la fragmentación social, entonces una parte significativa de las capacidades de protección, garantía, promoción, anticipación y respuesta debe focalizarse en esta fractura social.
Una capa de largo plazo para el corto plazo
Evidentemente, se van a seguir dotando de esfuerzos y recursos a asuntos de carácter sectorial –por lo necesario en el corto plazo. Sin embargo, si lo que se quiere es prevenir el efecto “dominó” de la crisis de unos riesgos sobre otros en un plazo de 10-15 años, reducir la probabilidad de la pérdida de confianza en las instituciones, actualizar y adaptar los procesos actuales de la toma de decisiones, o repensar el propio ciclo de políticas públicas desde el diseño hasta la evaluación, es importante empezar a abordar la fragmentación social. También será necesario transformar la propia narrativa de los discursos políticos, buscando reflexiones del largo plazo y la necesidad de consensos y el trabajo en equipo. Esto es urgente, puesto que las consecuencias de no abordar la desilusión, el desengaño (disillusionment) de la juventud con el sistema actual, el incremento del desempleo y la brecha intergeneracional en la adaptación a nuevas demandas del mercado laboral, y los distintos frentes de las desigualdades en habilidades digitales pueden ser drásticas y reversibles a muy alto coste.
El Foro Económico Mundial etiqueta a este desengaño de la juventud como “punto ciego”. Sin embargo, este desencanto ya viene expresándose de forma visible desde finales de la década de los 2000 e inicios del 2010. De prestar mayor atención al desengaño de la juventud –y el resto de las fracturas sociales–, se podrían detectar más fácilmente señales débiles (weak signals) que están surgiendo de forma sutil. Esas generaciones fracturadas son ya, y serán, las generaciones adultas. De ellas dependerá el mantenimiento –o, mejor dicho, la adaptación– estable y segura de las estructuras actuales.
Una segunda oportunidad para afrontar los escenarios de futuro de forma estable es la oportunidad que presentan las potencias medias (entre ellas, España) como países que, sin tener un estatus de superpotencia, tienen un papel de influencia en asuntos acuciantes. Esto se traduce en los esfuerzos del primer Informe de Prospectiva de 2020 de la Unión Europea por conseguir una autonomía estratégica abierta, en la que la clave va a ser consolidar primero el interior de la UE: las capacidades y recursos de sus Estados miembros, la canalización y la coordinación entre estos países, y un trabajo de prospectiva doble estatal y comunitario. Un tercer factor será el papel del sector privado a la hora de comprometerse con el capitalismo multiactor y sostenible –o, como algunas personas expertas apuntan, el o la CEO activista y comprometido/a.
Capacidades y marco para abordar los riesgos futuros
No es casualidad que el Foro Económico Mundial haya creado un nuevo Global Future Council on Frontier Risks, y haya designado a nuevos Jefes de Asuntos de Riesgo. El objetivo es consolidar un espacio único para realizar ejercicios de prospectiva, y mitigar los riesgos de las próximas décadas. El marco que presentan para llevarlo a cabo se compone de cuatro elementos esenciales:
- Formular marcos analíticos que permitan un análisis holístico y basado en sistemas de los impactos del riesgo.
- Invertir en “campeones de riesgos” de perfil alto para fomentar los liderazgos a nivel estatal y la cooperación entre actores de distinta naturaleza.
- Mejorar los canales de comunicación y las medidas de confianza para anticiparse a riesgos que podían ser evitables.
- Explorar nuevas formas de colaboración público-privada en la planificación de riesgo.
¿Cuál es, de nuevo, el hilo conductor de estos elementos? Recursos e independencia. Sólo así será posible trabajar en un ejercicio único, singular y sostenido de prospectiva para abordar aquello que es necesario oír, aunque no siempre sea lo deseado.