“Davos es la factoría donde se fabrica la sabiduría convencional”, según David Rothkopf, director de la revista Foreign Policy. Pero a menudo esta “sabiduría convencional” no acierta. De ella forma parte la prospectiva que se proyecta desde el Foro Económico Mundial, aunque siempre resulta interesante. Su última versión, la 11ª, de los riesgos globales, los que ve para 2016 y a más largo plazo, no solo individualmente sino también en sus interconexiones, no es que acaben no coincidiendo con la realidad, sino que en la gran reunión en ese famoso pueblo suizo alpino se ha acabado hablando de otras cosas. Como era de esperar, esencialmente de la marcha de la economía y de las bolsas –aunque, desde Francfort, Draghi les diera un cierto respiro–, con la preocupación de la desaceleración china que está repercutiendo en los emergentes y en los desarrollados, y una bajada en el precio del petróleo que no sólo tiene que ver con lo anterior pero que empieza a resultar desestabilizador (“irracional”, lo ha descrito Arabia Saudí). El FMI ha recortado por tercera vez consecutiva en un año sus perspectivas de crecimiento global, al 3,4% este año y al 3,6% en 2017.
China, cuya estrepitosa caída de la bolsa marcó el inicio del año, ha anunciado la semana pasada que está creciendo a “sólo” un 6,9% anual. Ya lo quisiéramos los demás, y supone que aporta cada año al mundo el equivalente a la economía de algunos países del G-20. Pero hay dos problemas: no hay confianza en las estadísticas chinas (muchos en Davos pensaban que en realidad China está creciendo a un 4% o 5%, lo que tampoco está mal) y, sobre todo, que está cambiando de modelo –de la inversión al consumo interno–, a la vez que hay dudas sobre si las instituciones chinas son las adecuadas para gestionar esta transición que supone el abandono de muchas empresas estatales tradicionales. También se ha hablado mucho en Davos de los peligros de una descomposición de la UE.
Sin embargo, a diferencia de informes anteriores, entre los cinco principales riesgos globales en términos de impacto para 2016, sólo el último es realmente económico: que haya un shock grave en el precio de la energía. Los demás, por orden de importancia, son fallos en la mitigación de y adaptación al cambio climático, las armas de destrucción masiva, posibles crisis de agua e inmigración involuntaria a gran escala (tema que, efectivamente, está socavando a la UE). En otra perspectiva que aporta para los próximos 18 meses sobre los riesgos que más preocupan a los expertos consultados, hay una cierta variación: por orden, grandes migraciones involuntarias, crisis o colapso de Estados, conflictos interestatales, desempleo y subempleo, y fallos de gobernanza nacional.
A más largo plazo, 10 años, la visión de los riesgos globales es algo distinta, pues dominan las cuestiones medioambientales: en primer lugar, la crisis del agua, seguidas de los citados fallos en la mitigación del cambio climático, acontecimientos meteorológicos extremos, crisis de alimentos e inestabilidad social profunda. Estas últimas podrían tener que ver con lo que pretendía ser el tema estrella de esta edición del Foro de Davos, la cuarta Revolución Industrial (fruto de la conjunción de la Inteligencia Artificial, la robótica y no ya la automatización sino la creciente autonomía de las máquinas o programas, la impresión 3D, la nanotecnología, etc.). Otro informe del propio Foro sobre El futuro de los empleos, señala que la creciente automatización y la Inteligencia Artificial pueden llegar a destruir 7,1 millones de empleos en los próximos cinco años (otros estudios pronostican mucho más), y sólo se crearán dos millones de nuevos trabajos. Es decir, que la Revolución Industrial 4.0 puede destruir muchos más puestos de trabajo de los que genere. Con un impacto preocupante: el “desempoderamiento del ciudadano”, empoderado por alguna tecnología, pero en pérdida de control sobre la toma de decisiones que le afectan, todo lo cual lleva a riesgos de inestabilidad social.
El primero de los informes consagra otra parte a los riesgos de seguridad a 15 años vista (2030), es decir, lo que define como “cambios transformativos en el poder político y económico –acelerados por la innovación tecnológica, la fragmentación social y los cambios demográficos– que tendrán profundas consecuencias para el orden la seguridad internacional”. Es decir, ya no son sólo cuestiones militares o puramente geopolíticas. La seguridad depende de muchos otros factores. Ni siquiera el terrorismo yihadista figura de forma prominente. El informe plantea tres escenarios o tres futuros: el de un mundo constituido por ciudades amuralladas (walled cities), por regiones fuertes y, como tercera opción, que caiga en un gran conflicto armado que vuelva a definir el orden mundial. Frente a todos ellos, hace un llamamiento al “imperativo de resiliencia”, es decir, a saber resistir los embates y recuperarse. Con un aviso claro: los riesgos más profundos vienen de las propias sociedades y de los efectos de la acción de los seres humanos sobre la naturaleza.