La reunión del 27 de noviembre de la OPEP en Viena terminó sin acuerdo para reducir la producción de sus miembros e intentar así frenar la caída del precio del petróleo, que acumulaba una caída del 30% desde junio. Nada más trascender el mantenimiento de las cuotas de producción, inalteradas desde 2011, el precio del barril llegó a caer un 7% para el Brent de referencia en Europa, cerrando apenas por encima de los 73 dólares. El West Texas americano perforó una nueva barrera psicológica al bajar de los 70 dólares. Tan rotundo fracaso ha ahondado el consenso acerca de que la OPEP ya no es lo que era. De representar casi la mitad de la producción mundial antes de la crisis del petróleo de 1973 ha pasado a apenas el 40% de la misma. El elevado nivel de precios de los últimos años ha fomentado la producción en aguas profundas en Brasil y África Occidental y la no convencional en EEUU y Canadá, al tiempo que ha destruido demanda en los países industriales, cada vez más concernidos por la eficiencia energética y la transición hacia modelos de transporte descarbonizados. En cada uno de los últimos cinco años, EEUU ha sumado casi un millón de barriles diarios a su producción, hasta superar este mismo año a Arabia Saudí como primer productor mundial. Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Qatar tienen más espacio fiscal y más reservas de divisas para afrontar precios bajos durante períodos prolongados. Los demás miembros afrontan situaciones complicadas en lo político y/o lo económico.
Algunas de esas situaciones son especialmente dramáticas, como los conflictos que aquejan a Libia e Irak, cuya situación de seguridad resulta especialmente vulnerable a la caída de precios. Ninguno de los dos está sometido a la disciplina de las cuotas, pero sus gobiernos tampoco controlan plenamente sus recursos, sea por el petróleo rebelde libio o el crudo kurdo iraquí. Además, ambos presentan riesgos de desbordamiento en Oriente Medio y el Norte de África. Otros atraviesan grandes dificultades económicas, como Venezuela y Nigeria, por cierto compartidas con países no miembros de la OPEP como Rusia y México. Irán está sometido a embargo y su economía en situación igualmente precaria. Argelia, otro de los tradicionales “halcones” de la organización, se encuentra más exigida fiscalmente desde la primavera árabe para mantener la paz social. Todos ellos son en la práctica mono-exportadores de hidrocarburos que han sido incapaces de diversificar sus economías: su fuerza se ha convertido en flaqueza.
La última reunión de la OPEP muestra, por tanto, la debilidad de algunos de sus miembros y la capacidad cada vez más reducida de la organización para influir en los mercados. Vistos sus efectos cabe pensar que hubiese sido mejor no celebrarla antes que hundir aún más el precio. El único resultado positivo del encuentro ha sido el nombramiento para 2015 de Diezani Alison-Madueke, ministra del petróleo de Nigeria como primera mujer presidenta de la Conferencia. Y sólo parcialmente, pues aunque su papel sea testimonial no resulta alentador que recaiga en un país que cesó hace unos meses al gobernador de su banco central por denunciar que la compañía nacional del petróleo tenía 20.000 millones de dólares sin contabilizar. Aunque todo es relativo, pues el presidente saliente, Al-Ahirish, vice-primer ministro del gobierno libio reconocido internacionalmente, ha estado más preocupado por impedir la asistencia del ministro del petróleo del gobierno rival instalado en Trípoli que por preparar el encuentro. Hay que recordar que fue la Agencia Internacional de la Energía la que respondió en 2011 a la crisis libia liberando reservas estratégicas, no la OPEP aumentando su producción. La nueva presidenta pertenece a un gobierno que afronta unas elecciones cruciales en 2015, lo que da algunas pistas de la función política, cada vez de menos alcance, que juega hoy la organización.
Algunos analistas consideran de hecho que la organización se ha convertido en un “mito racional”, incapaz de cumplir una función económica y limitada al juego político de proporcionar reconocimiento, cada vez menos internacional y más doméstico. En cierto sentido esto siempre ha sido así, pues el liderazgo ejercido por Arabia Saudí ha tenido la última palabra. Y ahora su apuesta es mantener la cuota de mercado, razón por la cual inició hace un par de meses una política de descuentos inmediatamente seguida por los demás productores del Golfo. Y si con eso se desincentivan nuevas inversiones en aquellos recursos más costosos, como el petróleo no convencional, el de aguas profundas o incluso el del Ártico, mejor. Los países del Golfo Pérsico tienen las mayores reservas de petróleo del mundo, y el tiempo juega a su favor siempre que lo gestionen de manera adecuada, con las importantes excepciones que suponen las urgencias de Irak e Irán.
Es cierto quela OPEP no tiene el poder de mercado ni el peso político que tuvo hasta hace apenas unos años. Pero también lo es que está llamada a recuperarlo a largo plazo, pues las proyecciones existentes, por ejemplo de la Agencia Internacional de la Energía o de la propia US Energy Information Administration, apuntan a que la producción no convencional se estancará a partir de 2020 para declinar en la segunda mitad de esa década. Para 2040, la OPEP volvería a representar la mitad de la producción mundial de crudo, aunque probablemente varios de sus actuales miembros habrán agotado gran parte de sus recursos para entonces y no deberán preocuparse por cuota alguna. No es desde luego el caso de los países del Golfo Pérsico, que pasarán del 27% de la producción mundial que suponen actualmente al 33% de la misma en 2040. La demanda de petróleo puede estancarse a corto plazo por la ralentización de la economía mundial, pero a largo plazo sigue presentando una tendencia fuertemente creciente. Finalmente, la volatilidad del arco de inestabilidad geopolítica que se extiende desde Oriente Medio al Norte de África y a través del Sahel hasta África Occidental puede ocasionar problemas de suministro que sólo Arabia Saudí podría compensar de manera suficientemente rápida. Algo semejante debe contemplarse si continúa la escalada en la rivalidad estratégica entre Rusia y Occidente.
El mensaje que deberían estar procesando los gobiernos de los países consumidores es que la ventana de oportunidad para reformar su política energética que ofrece la bajada de precios será necesariamente corta. Puede ser cuestión de meses si los principales productores así lo deciden. En el escenario más optimista podría prolongarse hasta que la producción no OPEP, convencional y no convencional, declinen a mediados de la próxima década. No obstante, no parece previsible que la demanda de los mercados emergentes ni las estrategias de maximización de ingresos de Arabia Saudí y otros grandes productores de la OPEP den una tregua tan larga. La caída de los precios del petróleo brinda muchas oportunidades. Por ejemplo, a nivel europeo, donde su efecto sobre la inflación debería facilitar la adopción de medidas expansivas en vez de preocupar por su efecto deflacionario. En el ámbito geopolítico también puede ayudar a rebajar el aventurerismo táctico del presidente Putin. Por mencionar sólo dos casos, de momento una caída del 30% del precio del petróleo, al que están indexados los contratos de gas rusos, no sólo ha rebajado el importe del acuerdo con China de mayo, sino también facilitado el acuerdo sobre los precios con Ucrania mediado por la UE.
Pero las oportunidades más evidentes son meramente energéticas y carentes de connotaciones geopolíticas directas, como ha mostrado la India aprovechando la caída de precios para reducir los subsidios a los combustibles fósiles. En sentido contrario, también ofrece la oportunidad política de reducir externalidades medioambientales negativas aumentando los precios del carbono, hoy muy bajos, o introduciendo impuestos ambientales para compensar en parte la caída de precios y sus efectos indeseados sobre la eficiencia. Si el objetivo que alienta la estrategia saudí es inhibir la sustitución de sus hidrocarburos por fuentes no convencionales o renovables y evitar la destrucción de demanda adicional de las mejoras en eficiencia energética, los países consumidores deberían escapar de ese resultado (¡Son los saudíes, Europa!). Caer en el conformismo pensando que los precios seguirán bajos y obviando que a largo plazo las reservas están del lado de la OPEP sería un gran error estratégico. La OPEP tal vez ya no sea lo que era, pero tampoco será lo que ahora es indefinidamente. Estamos avisados.