La crisis que asola el continente desde 2008 empezó siendo un «mero» problema financiero; lo que quizás en un principio no llegamos a imaginar era que la peor crisis económica desde la posguerra tendría tal repercusión sobre la política de la Unión Europea. Estos años de idas y venidas han desembocado en una profunda depresión del proyecto comunitario. Y es que, en mayor o menor medida, prácticamente todos los países que conforman la Unión Europea se han visto afectados por otra crisis: la del sistema de representación política.
Austeridad y paro, corrupción y fraude, recortes en educación y sanidad, son algunos de los ya muy machacados binomios que están propiciando que la imagen de los políticos en Europa se vea fuertemente deteriorada. Los ciudadanos están exhaustos de hacer sacrificios, cansados por la falta de ideas y la inexistencia de un discurso creíble. Si bien es cierto que la crisis nos sorprendió con una Unión a medio hacer, el florecimiento de nuevos y complicados desafíos dentro de ella hace ineludible la necesidad de una mochila que echarse a la espalda y con la que afrontar estos nuevos retos. Esta mochila va cargada de jóvenes líderes y dirigentes.
Es así como en los últimos dos años, la política europea, tan perjudicada por la crisis actual, se ha visto invadida por dos tendencias: en primer lugar, la aparición de nuevos líderes y partidos euroescépticos –o directamente antieuropeos− que recogen, de manera extrema, el malestar de una parte de la sociedad. En segundo lugar, y siendo el caso que nos ocupa, la emergencia de una nueva generación de políticos llegados al poder para aportar un poco de aire fresco al panorama actual e intentar recuperar la confianza ciudadana.
Como decía, este hecho se ha producido a nivel europeo y muchos países han visto cómo tenía lugar, de manera paulatina, una renovación o rejuvenecimiento en las filas de sus principales partidos. Algunos de los ejemplos más significativos son el de Alexander Stubb, primer ministro finlandés con cuarenta y seis años, o el de Matteo Renzi, actual Primer Ministro de Italia con solo treinta y nueve años.
No obstante, Italia y Finlandia no son los dos únicos países que han experimentado esta renovación innovadora de sus dirigentes. Francia, con el Primer Ministro Valls, o varias de las piezas más importantes del equipo de Juncker, que ya ostentaban cargos de importancia en sus países de origen antes de incorporarse a la Comisión Europea, proceden de esta nueva generación de políticos del entorno de los cuarenta y cinco años. Entre ellos, la eslovena Alenka Bratušek, el letón Valdis Dombrovskis o la Alta Representante y también italiana, Federica Mogherini.
Así pues, ¿podemos afirmar que estamos asistiendo a un proceso de cambio en el panorama político europeo? ¿Se sienten los ciudadanos más y mejor representados tras la aparición de caras nuevas en las filas de los grandes partidos?
Si bien es cierto que el proceso no ha hecho más que empezar y que quizás todavía sea un poco pronto para notar cambios sustanciales, la realidad es que el rejuvenecimiento político (made in Europe) al que estamos asistiendo es positivo, ya que ha supuesto un toque de atención para los grandes partidos tradicionales. Decía Churchill que las actitudes son más importantes que las aptitudes, y el mensaje transmitido por esta nueva generación de políticos podría ayudar a recuperar la confianza en el proyecto europeo.
Quizás, las circunstancias actuales hagan de este momento el más adecuado para conceder una oportunidad, como ya está sucediendo en los ejemplos mencionados, a jóvenes sobradamente preparados y dotados de un liderazgo capaz de volver a ilusionar. Además, este fenómeno es una forma de defensa de la política como sistema para modificar la realidad, ya que esta generación de políticos podría aportar soluciones para renovar la imagen actual de la política. Y es que, como dijo Jean Monnet, «los hombres solo aceptan los cambios motivados por la necesidad, y solo ven la necesidad en la crisis». La crisis hace tiempo que llegó, es la hora del cambio.