Los últimos años han estado dominado por un cierto “mantra” de los mercados emergentes: eran el motor del crecimiento de la economía mundial, debían ser un objetivo prioritario tanto para las empresas como las políticas de internacionalización de los gobiernos. Los mercados desarrollados, en especial los europeos y de América del Norte, cayeron en una cierta minusvaloración, como si su relevancia fuera secundaria y en decadencia.
Este “entusiasmo emergente”, que ha llevado a muchas empresas a abordar estos mercados con una expectativas exageradas, y con frecuencia sin la necesaria preparación, se ha atemperado de forma notable en los últimos dos o tres años. La desaceleración en China, los conflictos con Rusia, las crisis político-militares de Oriente Medio, entre otros factores, han puesto de manifiesto las debilidades y los obstáculos que presentan muchos mercados emergentes (pobreza, contaminación, interferencia de los gobiernos, insuficiencia de infraestructuras, corrupción). Estudios como “Emerging Markets: As the Tide Goes Out”, de Goldman Sachs, han resaltado que la reciente desaceleración de los mercados emergentes no es un fenómeno cíclico a corto plazo sino una tendencia a largo plazo que refleja sus debilidades estructurales
Se está produciendo así un necesario reajuste de los focos de atención, con una mayor atención a la realidad y –todavía- potencialidad de los mercados desarrollados.
En cuanto al primer aspecto, el de la “realidad”, los países europeos reciben más de dos tercios de las exportaciones españolas. Si a ello añadimos Norteamérica, tenemos prácticamente un 75% de las exportaciones españolas. Los ocho primeros destinos de la exportación española son países europeos y EEUU.
Muchas personas no saben que España exporta a Portugal más que a todos los países latinoamericanos juntos. Éste es un dato que refleja quizá mejor que ningún otro la posición relativa, en la exportación española, de los mercados emergentes y los mercados desarrollados.
No debemos caer ahora en el otro extremo. Está claro que los países emergentes han tenido tasas de crecimiento económico más elevadas, y que su potencialidad a largo plazo es muy alta. Pero los países desarrollados representan no una potencialidad sino una realidad de un peso decisivo.
Los países desarrollados, además, siguen ofreciendo muchas posibilidades para el crecimiento de la exportación y en general para la internacionalización de las empresas. No son mercados que se puedan considerar como “saturados” para la exportación española. España tiene todavía un amplio recorrido por delante para ampliar su cuota de mercado en ellos.
Los países desarrollados ofrecen una serie de ventajas. En primer lugar, los países europeos están próximos geográficamente, lo que significa una mayor facilidad para viajar, comunicarse, trabajar. Cuentan además con una presencia de empresas y profesionales españoles mucho más nutrida que en otras zonas del mundo, lo que brinda oportunidades para sinergias, aprovechar sus experiencias, colaboraciones, etc.
Los mercados desarrollados tienen elevados niveles de renta (y, por tanto, de demanda), una mayor estabilidad institucional y un marco jurídico más seguro. Ofrecen asimismo altos niveles de solvencia, menor riesgo político y menores riesgos de impagos. Son, en general, mercados en los que los agentes económicos actúan con seriedad. Su mayor nivel de desarrollo hace que sea asimismo más fácil obtener información, identificar clientes y socios.
Estas ventajas no quieren decir que la exportación e inversión en los países europeos no requiera de la adecuada preparación. Hay una línea de pensamiento que ha sostenido que exportar a la UE no es exportar, que es prácticamente como vender en el mercado nacional. En la UE no existen, en principio, barreras administrativas al comercio (arancelarias, cuotas o regulaciones). Pero el resto de las barreras a la internacionalización a las que se enfrentan las empresas siguen estando presentes, con mayor o menor relevancia según el tipo de país –aunque con menos intensidad que la mayor parte de los mercados emergentes.
En resumen, más allá del debate sobre el alcance y la duración de los problemas de los mercados emergentes, las empresas no deben minusvalorar la realidad y las oportunidades de los mercados de los países industrializados.