En publicaciones anteriores comentábamos la escasa preocupación por África en el análisis de las relaciones internacionales, y particularmente de la región subsahariana, así como la utilidad del Índice Elcano de Presencia Global para este cometido, dado que incluye en la actualidad a 10 países subsaharianos (Sudáfrica, Etiopía, Nigeria, Kenia, Ghana, Tanzania, Angola, Costa de Marfil, Sudán del Sur y la República Democrática de Congo), que representan en torno al 79% del PIB y 59% de la población de la región. Una representatividad que aumentará en la edición 2018 del índice, con la inclusión de Camerún, Uganda y Zambia.
Lo cierto es que el contexto de la región, plagada de crisis humanitarias, conflictos armados, y un número creciente de personas sumidas en la pobreza extrema, hace cuanto menos extravagantes los análisis comparativos entre regiones sobre el proceso de globalización cuando las condiciones internas son prioritarias. No obstante, en ese ejercicio de abstracción, si comparamos los resultados de presencia global por regiones del mundo, sale a relucir la evidente marginalidad de la región subsahariana en el escenario internacional. En 2016, ocupa el último puesto del ranking de presencia global por detrás de América Latina, que casi duplica su valor.
Sin embargo, en términos relativos, registra el mayor aumento de presencia en el periodo, duplicando en 2016 el valor de presencia de 1990, y superando a Asia y Pacífico que lo incrementa 1,6 veces en el mismo periodo, si bien es cierto que partiendo de niveles absolutos muy bajos. Este crecimiento está liderado por los países de la región con mayor presencia global, Sudáfrica –puesto 30º en el ranking de los 100 países incluidos en la última edición–, Etiopía (33º) y Nigeria (36º), al que suman Kenia (55º) y Ghana (66º).
En términos agregados dentro de la presencia de la región subsahariana en el mundo destaca, por un lado, el elevado peso de la dimensión militar –37,4% de su presencia global en 2016–, y llama la atención, por otro lado, un protagonismo similar de la dimensión blanda y de la económica. Respecto a la primera, cabe señalar el aumento en las últimas décadas de la participación de tropas africanas en las operaciones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas –Etiopía es el país del mundo con mayor aportación–, precisamente desarrollas en el continente africano. Respecto a la segunda cuestión, y aunque cobran relevancia las exportaciones de bienes primarios y energéticos –6,4% y 6,5% de su registro de presencia en 2016, respectivamente–, e incluso la inversión en el exterior –9,7%–, la importancia de la dimensión económica es mucho menor que la que registra la otra “región del continente”, Magreb y Oriente Medio, eminentemente petrolera, donde la presencia económica alcanza el 46% de la presencia global de la región.
Conviene clarificar que en este cálculo agregado de presencia por regiones se suman los registros de los países que las componen, de modo que los resultados agregados de la región están condicionados por el grado y naturaleza de los vínculos que existan entre sus miembros. Esto afecta a todas las regiones por cuestiones metodológicas –la imposibilidad de obtener fuentes de datos que realicen esta distinción geográfica para todas las variables y regiones–, con la única excepción de la Unión Europea, donde sí es posible esta distinción entre el componente intra y extrarregional de cada una de las variables.
Precisamente las distintas metodologías desarrolladas hasta la fecha el marco del proyecto del Índice Elcano de Presencia Global no han permitido calcular la desagregación por destino geográfico de la presencia global de los países. Este cálculo aplicado a distintos países o regiones requiere, muy resumidamente, “bilateralizar” la presencia global de los países en cada uno de sus componentes (variables y dimensiones). Este cálculo ha sido realizado para España, cuyos resultados publicamos recientemente. De este modo, sabemos cuál es la presencia global de España, cómo se conforma sectorialmente y también geográficamente, pudiendo saber hacia qué regiones y países se proyecta esa presencia y de qué manera.
En el caso particular de la región subsahariana, destaca su escaso peso dentro de la proyección exterior española. En concreto, en 2016, tan solo el 2,7% de la presencia de España en el mundo fue proyectada hacia la región africana, por detrás de Asia y Pacífico (7%), Magreb y Oriente Medio (7,2%), América del Norte (8,4%), América Latina (13,6%) y Europa (61,1%). Más aún, si lo comparamos con los datos de 2010, África Subsahariana es la región con mayor pérdida de peso relativo dentro de la proyección española (4,7 puntos porcentuales menos que en 2010). Pero es cierto también que, entre 2005 y 2010, fue la región que más peso ganó.
Estos resultados guardan relación con las características particulares de la proyección española en la región, fundamentalmente de carácter militar, y con protagonismo de la misión Atalanta (a través del Destacamento Orión con base en Yibuti y encuadrada en el marco de la Política Europea de Seguridad y Defensa) y el destacamento Marfil (con base en Senegal). Destacábamos, además, la importancia de la dimensión blanda en la configuración de la presencia bilateral, explicada por el peso que adquieren tres indicadores de esta dimensión: cooperación al desarrollo, donde destacan varios países africanos entre los principales receptores de la ayuda española (como Mauritania, Senegal, Mozambique o Mali); migraciones, donde consideramos la inmigración en España por origen geográfico; e información, que muestra una elevada presencia de información sobre España en medios africanos.
En la dimensión económica destaca el peso de las exportaciones españolas de bienes primarios y manufacturas, por encima de la variable inversiones o servicios. Unos datos llamativos al ser comparados con la importancia que estas variables económicas adquieren dentro de la presencia global de España, hacia el mundo en su conjunto, que muestran un perfil marcadamente diferenciado –adquiriendo mayor protagonismo precisamente las inversiones y servicios– y que constituyen una prueba más de la escasa importancia de la región en la proyección exterior española y particularmente en la internacionalización de sus empresas.
Resulta asimismo paradójico que precisamente el crecimiento de la presencia de la región subsahariana en el mundo se produzca en paralelo a la reducción de la presencia de España en dicha región. Unos resultados que evidencian de nuevo el olvido de un continente en situación de grave y permanente emergencia social, a pesar de la cercanía geográfica y de los vínculos históricos, y de la declaración institucional de la prioridad estratégica y política que tiene para España.