I, Barack es el sugerente título del editorial del Wall Street Journal tras la nueva reforma migratoria anunciada por el presidente de EEUU. Uno puede estar de acuerdo o no con la necesidad de llevarla a cabo y sus propias ideas de cómo ésta debería ser; otra cosa distinta es la forma en la que Barack Obama ha decidido dar ese primer paso. Porque las formas también importan.
Obama dictó una orden ejecutiva para tomar medidas unilaterales que afectan a millones de inmigrantes sin residencia legal en el país. Lo hizo entre una furiosa y perpleja oposición política y después de sus múltiples declaraciones anteriores en las que afirmaba que “no era un rey ni un emperador” y que por lo tanto no tenía la autoridad legal para actuar sólo, sino que su trabajo era el de ejecutar leyes que pasaban por las Cámaras. El día anterior al anuncio el presidente invitó sólo a los demócratas del Senado y de la Cámara a cenar a la Casa Blanca. Comenzaban las provocaciones.
Todo ocurrió apenas un par de semanas después del batacazo demócrata en las midterms. ¿Era tan urgente que no podía haber esperado al nuevo Congreso? Es cierto que Obama prometió a principios de año que sacaría una reforma sobre el tema para el verano y más tarde que lo retrasaría hasta después de las elecciones de mitad de legislatura. Tenía que abordarlo sí o sí, no tenía muchas más opciones. Pero no era un caso de emergencia nacional como para no esperar a que los nuevos congresistas ocuparan sus asientos en enero de 2015. En este sentido ha sido un movimiento innecesariamente provocativo, en el que ni siquiera ha querido dar al nuevo Congreso una oportunidad para actuar y que, por otro lado, es contrario a lo que hace dos semanas los estadounidenses han dicho a través de las urnas.
¿Se ha extralimitado en sus poderes? Los juristas están divididos sobre la legalidad de la medida y la mitad de ellos piensan que el presidente ha hecho una apropiación indebida y sin precedentes del poder ejecutivo. Legal o no, desde luego viola el espíritu de los Padres Fundadores que de manera intencionada establecieron que el artículo primero de la Constitución hiciera referencia al Congreso y segundo al Presidente. ¿Dónde queda ahora el mecanismo de check and balances que tan cuidadosamente construyeron? Por si acaso, los demócratas se han afanado en subrayar que Ronald Reagan y George W. Bush también emitieron órdenes ejecutivas presidenciales relativas a la inmigración con el objetivo precisamente de dar una base legal a la orden de Obama. Sin embargo son casos diferentes no sólo en la amplitud de las medidas sino porque ambos presidentes intentaron cumplir con la política estipulada por el Congreso – y no desafiarle – y por tanto no dieron pie a ninguna controversia.
No podemos más que pensar que el paso dado por Obama forma parte de un cuidado cálculo político. ¿Con qué objetivo? Pues precisamente tensar la cuestión inmigratoria para así dar voz a aquellos republicanos en las posiciones más extremas. ¿Caerán los republicanos en su trampa?
Se han oído las primeras palabras que piden el cierre del gobierno o el impeachment del presidente, pero la oposición debe tratar de mantener la calma y no dejarse llevar por los más exaltados. Deben ser conscientes del peligro de sobre-reaccionar ante el órdago de Obama, sobre todo a menos de dos años de las próximas presidenciales.
¿Cuál sería la mejor “venganza”? Mostrar a los votantes que tienen mejores soluciones sobre la inmigración que los demócratas. Algunos pensarán que es una locura y que roza lo imposible pero antes del decreto varios republicanos discutían una estrategia legislativa sobre una reforma gradual migratoria. El Partido Republicano ha cambiado mucho en el último año.
Pero aún quedan varios asuntos que resolver y al menos igual de importantes. Por un lado, queda la incógnita sobre cómo, a partir de ahora, los dos grandes partidos abordaran el resto de asuntos en los que deberían trabajar juntos como la reforma fiscal y los grandes acuerdos comerciales. Por otro, debe restaurarse la legitimidad del gobierno que ha quedado dañada al meterse Obama aún más en ese ciclo de obstrucción y de paralización del que acusaba a sus oponentes. ¿Tienen los estadounidenses fe en el gobierno, funciona el gobierno, funciona el proceso legislativo? La acción del presidente ha sido radical e imprudente y hasta los más liberales deberían sentirse molestos con ella, sin olvidar que puede sentar un precedente para los próximos presidentes republicanos.